Imágenes a trasluz: Metáforas de la fecundidad

La consagración de la luz en 3 obras del artista ecuatoriano Miguel Betancourt: mutaciones cromáticas, transparencias múltiples y hermetismo poético.

“La metáfora es probablemente la potencia más fértil que el hombre posee.” José Ortega y Gasset

Por Betty Aguirre-Maier

Al observar la obra de Miguel Betancourt, su última muestra, comprendemos inmediatamente que su arte es un oficio fecundo, de largo tiempo, alimentado por el rigor y el talento. Imágenes a trasluz es el resultado del intenso y prolijo trabajo del maestro que ha logrado el efecto que tienen las grandes obras: llamar a la contemplación.

Aproximarnos a estas pinturas de extrema belleza y delicadeza es trascender el cotidiano recorrido de una galería. Cada imagen es una experiencia personal –y espiritual-, como lo menciona Betancourt: “Aspiro a que mi obra sea contemplada desde el territorio de la intimidad”.

De las trece piezas de mediano formato que constituyen esta colección, Entremares Magazine presenta tres de ellas, en un proceso de desplazamiento a través de la luz del día: “Esperando las olas”, “América y Europa” y “Retablo Quiteño”. Esta propuesta estética está inspirada en las experiencias del artista, entre otras, al contemplar los vitrales de catedrales góticas en varios lugares del mundo. Tanto aquellos vitrales como las obras de Betancourt fueron construidas como sitios sagrados, como un corpus sanctum , en los que cada individuo vive su propia e íntima experiencia. Como en los vitrales góticos, la luz que atraviesa el papel filtra el color y sus tonalidades e impregna el artefacto de una cualidad etérea que ilumina e intensifica los símbolos y sus formas,  llenando el espacio de un exquisito dramatismo y sensualidad y dando paso a la metáfora, como un medio esencial de intelección entre el artista y el espectador.

Miguel Betancourt en la ejecución de una obra en su estudio de Quito – Foto de FRANK SÁNCHEZ

En su ensayo “La deshumanización del arte”, José Ortega y Gasset describe la metáfora y sus posibilidades: “Sólo la metáfora nos facilita la evasión y crea entre las cosas reales arrecifes imaginarios, florecimiento de islas ingrávidas”. Este análisis nos ayuda en la comprensión de las preocupaciones y propuestas estéticas de Betancourt: su obsesión por evitar realidades, aparenciarlas, transfigurándolas. Pero sobre todo, el pintor quiere lograr que sus obras causen el mismo efecto místico que los vitrales  -como él lo explica-: “al provocar la concentración del devoto en el oficio divino y eliminar o reducir su preocupación por el mundo de fuera.”

Imágenes a trasluz son procesos fecundativos y alquímicos, que arrancan desde la búsqueda minuciosa de nuevos soportes que hagan posible la realización de estos poemas pictóricos. Entre ellos: el papel de fibra de arroz, similar a la seda, semejante a la piel humana. Sobre estas láminas puras y dispuestas, el artista aplica la acuarela con magistrales trazos caligráficos que evocan el noble y memorable arte de la caligrafía china. Estos trazos, firmes y potentes,  no son accidentales, son las formas estilizadas y estudiadas que han de otorgar de lirismo a cada pieza.

Con este bagaje de materiales, el maestro ensambla sus obras sobre armazones de metal que sostienen las dos láminas –diferentes pero parecidas- adosadas por el reverso y encapsuladas entre dos  hojas de vidrio. Ahora, lucen como piezas escultóricas que deberán esperar por la luz, por sus rayos y partículas, para consagrar sus múltiples posibilidades, transparencias y mutaciones.

Tres poemas

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Esperando las olas” es un canto a la voluptuosidad de un cuerpo que espera  ser besado por las olas, y fecundado por el mar. El rosado y el rojo de la carne, y el verdor de la exuberancia se unen al azul de un mar trepidante hecho de otros cuerpos o fantasmas. La luz hará lo suyo, nos sumergirá lentamente en ese mar y en ese cuerpo, metáfora de la pasión, del infinito deseo por poseer y ser poseídos.

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Europa y América” es una fusión que no termina de consolidarse, una metáfora del mestizaje irredimible. Europa trae consigo el refinamiento y la ambición, y fecunda a una América de belleza hermética e imperturbable. Rojos, azules, amarillos, reflejos de coronas, penachos, guerras, abrazan la pureza de un azul inquietante, de una piel desconocida. La mutación final de esta obra nos deja una mirada triste, confusa: dos mundos inseparables e irreconciliables.

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Retablo Quiteño” es una metáfora de la conquista: Dios y el oro; amarillos iridiscentes y azules sagrados, Virgen de Legarda, santos y querubines trabajados por manos indias bajo el orden divino. La belleza de esta pieza se desliza bajo los intensos rosas y rojos que filtran la luz, ¿Revelación de la sangre derramada?. La luz del mediodía traerá el resplandor y la opulencia del arte barroco; y, la tarde revelará en los intensos rojos el martirio, la esclavitud, las muertes que hicieron posibles el esplendor de los retablos quiteños.

Miguel BetancourtMIGUEL BETANCOURT (Quito, 1958).  El pintor ecuatoriano ha participado en más de 60 exhibiciones internacionales, entre ellas la XLV Bienal Internacional de Venecia. Recibió el Premio Pollock-Krasner en 1993. Se puede encontrar su obra en publicaciones como: Imágenes a Trasluz, Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana (Quito, 2014); The Public Catalogue Foundation, Oil Paintings in Public Ownwership (Londres, 2005); Nuevos Cien Artistas, Mundo Diners (Quito, 2001); 200 Años de Pintura Quiteña, Citymarket (Quito, 2007) y Betancourt, libro de Paradiso Editores (Quito, 1996). En 2008 fue comisionado por Luciano Benetton como coordinador del proyecto Ojo Latino (Milán 2008) sección Ecuador. Artículos sobre su obra han aparecido en revistas como Americas de la OEA (Washington DC) y Ecuador Infinito (Quito), entre otras.

Emilio Storytelling

Para mis nietos Adriana y Lewis Eduardo.

Cuando tenía diez años, mis padres tuvieron que emigrar a aquel lugar de la costa sur de Ecuador, nuestro país. Aunque tenían que dejar por tiempo indefinido a su querida y reseca Loja, la actividad bananera, camaronera y aurífera de esa región los había tentado a probar suerte. Ya instalados en aquel barrio de la ciudad de Machala, cerca de una escuela, los amigables vecinos nos ayudaron a integrarnos en su comunidad. Yo tenía amigos con quienes jugábamos a la pelota,  íbamos al río o a los esteros de mar. Fue en uno de esos paseos que nos acompañó Don Emilio, quien iba a bañarse al río porque en la ciudad había escasez de agua.

Tenía algo más de sesenta años, una esposa y ningún hijo; él era nuestro mejor vecino. Se preocupaba por nosotros. Además, llevaba los rechazos de banano, arroz, y otras cosas cultivadas en su finca para repartirlo entre los pobres y en las escuelas. Todos lo queríamos por eso y por su especial forma de ser: tenía alma de niño alocado, nos enseñaba a nadar, a andar en bicicleta y nos cuidaba… aunque lo hacía de aquella manera tan suya: de un solo empujón.

Un día en La Primavera, una playa del río Jubones, lo vimos lavándose las manos y fue esa la última vez que supimos de él. Cuando quisimos regresar,  en su lugar solamente  encontramos su bolso perfectamente ordenado, lleno de pastillas de jabón y toallas relucientes. Se nos acercó una señora de un poblado cercano y dijo que nos fuéramos porque había un lagarto cebado. Corrimos llorando y gritando por aquel camino que nos llevaba directamente a nuestro barrio y contamos lo ocurrido: que Don Emilio había desaparecido y que tal vez un lagarto se lo había tragado. La ciudad entera fue al río: las autoridades, la policía, hombres y mujeres de todas las edades, especialmente niños y niñas,  sus amigos. Buscamos por mucho tiempo y hallamos solamente al lagarto, que era hembra y descansaba en su nido hecho con jirones de ropa del desaparecido. Se terminó la búsqueda, lo dieron por muerto.

Esa noche no pude dormir. Estuve recordando a Don Emilio y mi cabeza estaba llena de imágenes e historias, como la de aquella vez afuera de su casa, cuando se miró las manos y, según él, estaban inmundas. Se las había lavado algunas veces con abundante agua y jabón, sin embargo, repitió la operación unas tantas más y cerró la muy usada llave del agua  —que antes había sido cuidadosamente lavada—  sólo con las puntas de tres dedos de su mano derecha.

Ese era un ritual que yo había visto muchas veces. Igual atención, aunque menos tiempo, le dedicaba al secado de las manos, que luego frotaba con abundante alcohol. Eso lo obligaba a no tocar nada que él considerara sucio, es decir, todo lo que lo rodeaba o que él no hubiera limpiado escrupulosamente.

Esa mañana,  al salir de casa rumbo al trabajo se encontró con uno de sus tantos conocidos, quien muy efusivamente estrechó su mano y con un gran  abrazo le demostró todo el aprecio que le tenía. Correspondió de igual manera, pero cuando quedó solo al pie de la puerta le oí gritar:

-¡¡¡Pillyyyyyyyyyyyy!!!

Ese era el apodo que me había dado por pillín. Corrí a abrir el portón y lo encontré con los codos doblados y alzando sus manos, como siempre que las sentía sucias. Cuando eso ocurría se  negaba a entrar a la casa; había que asistirlo porque entraba en pánico. Don Emilio enloquecía y se creía fuente de la más grande contaminación  mientras en una llave del patio volvía a lavarse por horas.,   Yo  —un tanto conmovido y también hastiado— permanecía junto a él para abrir y cerrar la puerta; igual cosa con la llave del agua,  sosteniendo o dándole mil veces el jabón y finalmente la toalla.

Sin atreverme a decir palabra, lo observaba bajo la luz del sol  y podía ver bien su traje nuevo de casimir color gris desteñido. Él siempre usaba trajes arrugados, con bordes retorcidos que dejaban ver los colgajos de los tornasolados forros de sus sacos. En el patio de su casa ponía a hervir toda su ropa en una gran olla con agua colocada  sobre leña encendida; ahí había sumergido ese fin de semana el traje recién comprado y otras prendas de vestir, ya lavadas. Así, a pesar de ser un hombre distinguido no le quedaba nada que pudiera lucir bien, y menos con el rociado con alcohol que compraba todas las semanas por galones, lo que le aseguraba la perfecta limpieza de todo lo que quería desinfectar. Ya sus limpísimas manos habían adquirido un color blanquecino, como empolvado por algún talco, no sé si por resequedad de la piel, efecto del exceso de jabón, del alcohol o de los dos juntos. Es así como lo recuerdo, con su obstinada lucha contra los microbios.

Don Emilio sabía toda clase de historias, reales y fantásticas y a todos nos gustaba oírlas. A mí especialmente me gustaban las de fantasía, porque contándolas se transformaba: los ademanes y sonidos fluían por todo su cuerpo, encarnando  a todos aquellos personajes de leyendas y cuentos improvisados por  él en las oscuras y calurosas noches de mi niñez. También eran muy solicitados los cuentos de terror, que basados en historias reales se convertían en escalofriantes e inolvidables narraciones que nos causaban pánico, especialmente cuando era de noche y lo contado le “había ocurrido” a personas y  lugares cercanos a nosotros. Muchas veces lo recuerdo cuando cansado de contar tantas historias desaparecía con cualquier pretexto y regresaba despacito a asustarnos con una calavera, que usualmente en aquella época se utilizaba en las casas para espantar a los intrusos. Con eso lograba que todos huyéramos a nuestras respectivas casas.

Después de su muerte, muchas veces me parecía oírlo. Esta vez era de noche y me estaba llamando clara y largamente, con aquel silbido que él me creó:

-Piiiiiiiiiiiiillylliiiiiiiiiiiiiiiiinnnnnnnnnnnnnnnn.

Un escalofrío recorrió mi espalda hasta los pies, pero salí… y lo vi, era él. Había venido a contarme su propia y nueva historia: alzó sus brazos, y yo perplejo descubrí que no tenía manos. Me dijo que estuviésemos tranquilos, que estaba feliz sin el motivo de su obsesión.

cecilia 01Cecilia Manzo Rodas (Machala 1958). Doctora en Química con estudios en Género y Desarrollo. Se ha desempeñado en trabajos de investigación y apoyo dentro del área social. Actualmente incursiona en la escritura. Ha difundido en digital su primer libro de cuentos Cincuenta y tantas Lunas y pronto a publicarse el libro en prosa poética La Jaula del Amor.

El arduo camino de la vagina

En el más reciente filme del director Lars Von Trier, la mujer utiliza el sexo como una herramienta para conocer el mundo, sus luces y tinieblas.

Por Solange Rodríguez Pappe

Quienes éramos jóvenes en  la década del noventa seguramente recordamos el diálogo entre los personajes de  Charles (Hugh Grant) y Carrie (Andie MacDowell) en Cuatro bodas y un funeral (1914), en el que la protagonista enumera para su interés romántico quiénes han sido sus compañeros  sexuales, y la cuenta le llega hasta el número 33. Ni mucho ni poco, pero definidamente, “jamás debería tratarse de un solo hombre”, sentencia Carrie. Al igual que al sorprendido pretendiente, a más de un espectador recatado de la época, la cifra también debió parecerle escandalosa  e inevitablemente debió  preguntarse: ¿cuántos amantes tiene realmente la mujer promedio?

Una estadística informal, realizada en un sitio Web femenino —no se trata de una de esas investigaciones sociológicas extrañas patrocinadas por una universidad inglesa, ni nada de eso— anunciaba que la cantidad  de parejas  sexuales que tiene una mujer común y corriente va de seis a 20 amantes a lo largo de toda su vida. Y entre ambas escalas estaban los extremos de dos minorías particulares: las que decían que sólo habían tenido sexo con el amor de su vida y las que ya no recordaban la cantidad de hombres con los que habían copulado. ¿Realidad o ficción? Estas encuestas eran anónimas y voluntarias, por lo tanto, ¿qué razón tendrían estas mujeres para mentir acerca de  sus encuentros? ¿Son acaso las mujeres más promiscuas de lo que los cánones sociales desean reconocer?

De entre las que fueron iniciadas solamente por el  cónyuge en el lecho nupcial y aquellas que llevan anotados los nombres de sus romances en una libreta para irlos recordando –una conocida pintaba también las banderas de sus países y  puntuaba su desempeño con estrellas amarillas– hay una brecha considerable; pero más aún, existe la construcción de una historia femenina que se cuenta utilizando el sexo como una herramienta para conocer el mundo, sus luces y tinieblas. De esto trata justamente la última película de Lars Von Trier, Nymphomaniac (2013), estrenada el año pasado en Cannes y cuya llegada a Latinoamérica probablemente no ocurrirá con fuerza pero está disponible para verse en varios sitios de Internet de entre los cuales http://www.cultmoviez.info/, es una muy buena  posibilidad.

Viaje a lo profundo del útero

Hablar de Lars Von Trier, su iconoclastia, subversión y deseo de incomodar a los receptores desde sus pinitos como mentalizador de una de las últimas vanguardias del cine, el polémico grupo Dogma 95, es llover sobre mojado. Blasfemo y truculento pero con una narrativa que sorprende con sus impiadosos giros de tuerca, sus historias están pensadas con la impecable  construcción de un hábil ingeniero de misiles, de cañones, de instrumentos diseñados para no dejar un solo cuerpo en pie. Hay quienes argumentan que sus últimos  productos como Anticristo (2009) y Melancolía (2011)  son pretenciosos e intelectuales, a más de repetir demasiado la fórmula de  cohesión de fragmentos narrativos temáticos que siempre lo ha singularizado, pero esta película  no puede ser presenciada sin que su honestidad con respeto a la vulnerabilidad y el poder que da el sexo a las mujeres consterne y cuestione.

La cinta está armada a base de dos volúmenes de aproximadamente hora y media de duración. La primera parte de Nymphomaniac trata de la maduración y el adultecer sexual de Joe (Charlotte Gainsbourg) y toma como punto culminante su encuentro con quien cree es su amor verdadero, Jerome (Shia LaBeouf). Para una mujer que ha empleado su sexo como un puente de conocimiento más bien antropológico, el dar con el amor del displicente Jerome que la caotiza e ilumina significa hacerse cargo de todos los estereotipos acerca del erotismo y el romance que para las mujeres viene junto con el de establecerse con una pareja estable. Lars Von Trier, en esta primera parte del filme, relata una  historia de amor desde la voz de una mujer a la que, citando a Ariadna Gil  en el corto El columpio, le es muy duro ser romántica y ninfómana a la vez.

Pero las mieles de la juventud duran poco. La segunda parte de Nymphomaniac es un camino tortuoso a lo profundo del útero de Joe, su maternidad, la pérdida de su orgasmo esencial y todo lo que está dispuesta a hacer  para asumirse a sí misma como una mujer a quien solamente el sexo puede  darle todo lo que necesita. Molesta el tono de moralina final de Lars Von Trier, un tufillo  que ha venido hediendo a lo largo de toda la película y que se metaforiza en el golpeado cuerpo de Joe (harto de follar sin rumbo deja de desear y se torna un fardo doloroso), desesperado por volver de su historia una lección de la que otros deben aprender y donde no hay ninguna posibilidad de piedad o redención porque se lo ha metido todo entre las piernas.

Sinfonía polifónica  de un solo amante

En uno de los bloques narrativos de la película,  Joe sintetiza su vida erótica para su nuevo amigo, Seligman, a partir de la definición tradicional de lo que es una ninfómana, una mujer a quien todos los hombres no le bastan para sentirse llena, pero ella afirma que completa o no, todo los hombres pueden resumirse solamente en tres tipos: los que complacen, lo que someten y a los que una ama, y así esta polifónica de falos, pieles y jadeos, suenan como un solo hombre completo que resume la vida erótica de cualquier mujer, hasta que esta llega al límite de la hartura y decide no abrir más las piernas para nadie. Si todos los hombres son entonces el mismo hombre, ¿para qué seguir follando?

La historia de O, Emmanuelle, Las edades de Lulú, Las 50 sombras de Grey (que aún no se estrenará hasta febrero de 2015  pero que ya todo el mundo sabe de qué va) son relatos donde también una mujer realiza un recorrido de formación sexual, pero la diferencia está en que las protagonistas de los filmes citados, han sido seducidas y llevadas por una segura mano masculina usualmente viciosa y perversa. Ya en medio del paroxismo orgiástico ellas se relajan y gozan, pero hay que tener presente que este camino de aprendizaje viene trazado en nuestra cultura, usualmente por los hombres.  Joe, suicida e inmolada en su propia ley de goce, no necesita de un padre, de un amante, de un amigo, de un hijo que le indique por dónde va el rumbo de su cuerpo. Ella sabe extraviarse  muy bien sola.

Juguetes de niños ricos

Por Betty Aguirre-Maier

(¡Ah, duelo y luto! ¡Nunca más
nacerá otra alborada!)

Al estruendo que sacudió los árboles, le siguió un bullicio de pájaros sin destino fijo que huían por un cielo gris y pegajoso. A ese emigrar en círculos le siguieron gritos agudos y graves que opacaron las campanadas de la iglesia llamando a la misa de once. Finalmente, un profundo silencio ahogó las voces de todos. Los ladridos de los perros y el ruido de los pocos autos que circulaban por las angostas calles también se ahogaron en el mutismo, paralizando la ciudad por varios días.

Es abril, llueve casi todo el día y todos los días. Es una lluvia leve que lo moja todo lentamente y que se cuela por la ropa, los zapatos, los tejados y las rendijas de las ventanas. La noche es larga y fría y se nos prohíbe encender la radio o el televisor. El luto está en todas partes, presente como una sombra que lo oscurece todo. Cuando nos hemos ido a la cama y las luces se han apagado, en esa total oscuridad y como una tormenta que llega y arrasa, lo escuchamos llorar. Su llanto estruendoso y pausado atraviesa las paredes, las puertas y ventanas; recorre las plazas y esquinas y finalmente llega hasta nuestras camas y nos taladra los oídos.

Al día siguiente a pesar de nuestro cansancio y las ojeras, nadie lo comenta. Solo Mercedes me dice en voz baja, mientras me pone el suéter, que ore por él y su hermanita muerta. Luego me lleva con ella a la cocina y me prepara un chocolate caliente e insiste en que ore, pero Marina que pica cebollas y llora a borbotones, dice entre cada corte que ya no importa, que la muerta, muerta está y que él ya tiene su lugar en el limbo.

Pido explicaciones: -¿Qué es el limbo Marina? ¿Por qué allá?

Mercedes y Marina discuten a gritos sobre el limbo. Mercedes acusa a Marina de maldad, de desearle el mal a un niño. Marina le dice que no es tan niño, que sabía lo que hacía.

– No importa, la muerta, muerta está– repito como un eco mientras juego con Carlota, mi muñeca de trapo. Tomo una cuchara de madera con la que Mercedes revuelve la sopa y la uso como un fusil; pretendo que disparo y que mato a Carlota. Carlota vuela por los aires y cae en el patio, de donde el perro se la lleva en el hocico. Mercedes me mira con ojos de reproche. Yo salgo en busca de Carlota avergonzada por haberla matado, pero la encuentro intacta junto al jardín.

Mi madre me llama y arregla las cintas grises con las que Mercedes ató mis trenzas y me pide que me comporte y que no haga preguntas cuando estemos en el funeral. Pero insisto y le pregunto sobre el limbo. Mi madre dice que los niños que mueren sin haber sido bautizados llegan hasta allá y ahí permanecen por una eternidad. Esta respuesta me confunde aún más y quiero una aclaración, pero los López, vecinos de la casa contigua han venido a buscarnos y ya nadie me presta atención.

Cerramos la casa y vamos al funeral en la calle de los Turcos. Marchamos en silencio por las angostas veredas. La llovizna es más densa en la mañana y una niebla espesa que baja de las montañas se dispersa lentamente por la ciudad. Su llanto no nos ha abandonado, lo llevamos detrás de las orejas, está pegado en las ventanas y en los postes de luz, en los chales y velos de las mujeres y en los pesados abrigos de los hombres. Marina se ha puesto algodón con cera en los oídos.

Pienso en él, en lo alto y fuerte que es; en lo bien que le queda esa boina roja que lleva muy orgulloso. Sus redondos ojos claros siempre atentos bajo espesas cejas. Siempre muy gentil con nosotros y siempre sonriendo. No me lo puedo imaginar en el limbo, flotando entre nubes como un pájaro sin alas y por una eternidad.

Mi hermano va contando los adoquines de la vereda de tres en tres. Lleva meses haciendo esto. Yo lo sigo en silencio y cuando se equivoca lo ayudo y continúa. Mi hermana pequeña va de la mano de Mercedes y mis padres van al frente, tomados del brazo y vestidos de negro, hablando en clave con los López que dicen no salir del asombro. Camino detrás de mi hermano y junto a Marina. Intento sacarle más información sobre el limbo; tiro de sus dedos:

-Marina, cuéntame más por favor. ¿Cómo es el limbo? ¿Es verdad que los niños que no se bautizan también van allá?
Pero Marina no me responde, está molesta, ella no quiere ir al funeral. Me ignora.

Poco a poco otras familias aparecen por las esquinas, vestidos de negro y gris como nosotros y con esa misma mueca de tristeza y tragedia. Algunos y con disimulo van cubriéndose los oídos cuando sin anticipar el llanto llega como los vientos alisios. Saludamos y continuamos. Todos vamos en silencio o hablando bajito. A poca distancia veo la casa y su portón de madera adornado con lazos blancos y morados y un enorme florero dorado con rosas blancas junto al umbral. Qué diferente se veía el portón hace pocas semanas, cuando asistimos al cumpleaños de la muerta. Había globos de colores, lazos rosados y un payaso que nos daba una golosina al llegar.

Había música por toda la casa y en el comedor principal un enorme pastel en forma de panal y decorado con pequeñas abejas, colocado primorosamente sobre una mesa repleta de dulces y bocaditos. Ella se veía linda con su vestido corto de punto abeja, sus zapatos blancos y su bonete de cumpleañera. Sus perfectos rizos miel colgaban de una colita de caballo, tenía los mismo redondos y vivos ojos de su hermano.

Él siempre cerca de ella, se aseguraba de que no se lastimara o que pudiera alcanzar la ollita encantada, a la que inútilmente intentaba romper, sosteniéndola por las piernas. Al momento de soplar las velas se paró junto a ella y nos advirtió con su fuerte voz que nadie más lo haría. Cuando bailamos la cuidaba de cerca con ojos de halcón. Hoy, todo es tan gris, tan frío, como si la casa también hubiera muerto. Aun las plantas del jardín lucen marchitas y un cortante frío da vueltas por los corredores y las habitaciones.

A pocos pasos de la casa, otra pregunta aparece en mi mente y me dirijo de nuevo a Marina:

– Marina, si él está en el limbo, ¿Dónde está ella?.

Pero Marina se coloca el dedo índice en la boca y me indica que guarde silencio, a la vez que saca sus grandes ojos fulminantes. Me callo.

Quiero ver a la muerta en su ataúd, que según mi madre será blanco y de satín, y que ella estará vestida con el atuendo de Primera Comunión que nunca llegó a ponerse. Estoy nerviosa pero también emocionada, nunca he visto un muerto. Entramos. Mi padre se queda con sus amigos en el primer patio en donde los hombres beben café o licor, fuman y hablan de política. Hay mucha gente dispersa por las habitaciones, patios y jardines. Mercedes se va con otras empleadas a la cocina, pero antes, mientras me quita el abrigo, me explica que morirse es desprenderse del cuerpo para volver al cielo.

-Eso me causa miedo – le explico. Y añado: -yo no quiero abandonar mi cuerpo. ¿Cómo puedes existir sin cuerpo Mercedes? –

Ella me mira con ternura y me pide portarme bien. Mi madre se va con otras madres, tías y abuelas al salón principal para rezar el rosario y acompañar a los padres de la niña muerta.

A los pequeños nos dejan en una habitación cuidada por niñeras, entre ellas Marina, quienes nos cuentan historias tenebrosas mientras bebemos leche con galletas. De rato en rato escuchamos su llanto que lo estremece todo, pero eso no altera nada y las niñeras continúan y se encargan de asustarnos con tales historias que muchos terminan llorando. Marina es la última en contar una historia que ya conozco, lo hace con gracia mientras se fuma un pucho y se enrosca sus largas trenzas negras. Esta vez ha sustituido el personaje por la de la niña muerta, lo que ha puesto a todos los otros niños a temblar. Al final Marina ríe a carcajadas y me guiña un ojo.

Luego de que se acaban las historias, las niñeras nos dejan solos y se agolpan junto a la ventana que da al huerto en donde hablan de sus cosas. Estamos aburridos y algunos se duermen, otros escapamos para estar entre los grandes o ver a la muerta.

Mi hermano y yo atravesamos la casa en busca del salón principal en donde está el ataúd blanco cubierto de flores blancas. En el trayecto vemos una habitación pequeña con la puerta entreabierta e iluminada con una luz muy tenue. Es una biblioteca. Nos acercamos con cuidado y espiamos con sigilo. Ahí está él, sentado en un sofá de terciopelo azul, vestido con un traje gris y corbata. Está inmóvil, parece no respirar y mira al vacío con ojos desorbitados. De la boca torcida como una mueca le sale un quejido constante y un hilo de saliva le rueda por la quijada hasta el cuello. Sus zapatos negros de charol brillan reflejando la tenue luz de la bombilla, tiene los pies pequeños, muy pequeños para su tamaño. A su lado está el padre Vicente, quien reza con los ojos cerrados mientras sostiene una Biblia entre las manos.

Metemos la cabeza un poco más y divisamos al otro lado de la habitación a sus abuelos y al Juez. Discuten qué hacer con él, a dónde enviarlo, o si deberían encerrarlo en un sanatorio. La abuela dice que lo importante es hacer algo para que la gente olvide lo sucedido o por lo menos no se vuelva a hablar de ello. El abuelo menea la cabeza que casi toca el pecho y suspira. De pronto y sintiendo algo extraño, lo descubrimos mirándonos con sus enormes ojos vacíos y en pocos segundos lanza otro llanto tan estremecedor que rompe la bombilla y todo queda a oscuras. Corremos aterrorizados cruzando la casa hasta llegar al salón principal.

A pesar de la advertencia de los adultos que charlan cerca del salón, nos acercamos poco a poco. Nadie nos ve entrar. Las mujeres están ocupadas en los rezos. Finalmente cruzamos el salón y nos sentamos sobre un sofá casi oculto en la esquina. Vemos el ataúd y está cerrado. Nos sentimos decepcionados pero quedamos a la espera de que alguien levante la tapa para poder verla. Pasan los minutos y nadie lo hace. Casi a punto de irnos un niño se sienta a mi lado.
–No la van a abrir. No lo harán porque no tiene cabeza. -Dice, mientras sonríe.

Mi hermano y yo nos tomamos de la mano, compartiendo el miedo. -¿Cómo? ¿Dónde está su cabeza?– le pregunto.
–En pedazos, en una bolsa junto al cuerpo pero sin los ojos; los perros se los comieron cuando le explotó la cabeza por el disparo. Luego mataron a los perros con el mismo fusil.- Nos cuenta emocionado y en voz baja, con un sádico brillo en los ojos que nos deja perplejos.

Al poco tiempo llega mi madre y muy enojada por haber entrado ahí, nos lleva al patio principal en donde nos entrega a Mercedes, quien tiene a mi hermana dormida entre sus brazos. Marina sostiene los abrigos y nos los pone con una mueca de cansancio. Caminamos de vuelta a casa lentamente y en silencio bajo una llovizna pesada y perseguidos por su llanto.

Algo en mí tiembla, puedo imaginar su cabeza volando por los aires en pedazos y a los perros lanzándose a sus ojos. La cálida mano de Mercedes sobre mi cabeza me calma. Mi hermano no dice nada, llora calladamente. Cuando llegamos a la casa y cruzamos el umbral, mientras no quita los abrigos, Marina nos mira con tristeza y ladeando la cabeza, dice:

–Juguetes de niños ricos.

FIN

[alert type=»blue»]Este cuento fue seleccionado por la revista literaria mexicana de cuento fantástico Penumbria, para su ANTOLOGÍA 22 – VER EN ISSUU[/alert]

Borís Pasternak y la Revolución

Juan Romero Vinueza presenta una faceta poco conocida de uno de los más grandes escritores rusos del siglo XX.

Por Juan Romero Vinueza

Borís Pasternak (1890-1960) fue hijo del pintor e ilustrador de las novelas de Tolstói, Leonid Pasternak y de la pianista Roda Kaufman. Como es notable, el autor de El Doctor Zhivago – y en algunas traducciones Yivago — tuvo el arte en su casa desde la infancia. Cuando niño empezó por tocar el piano, al igual que su madre, pero luego volcó su camino hacia las letras. Cabe resaltar que como uno de los más grandes escritores rusos del siglo XX, Pasternak conoció a Lev Tolstói y Rainer María Rilke siendo un infante por la influencia que tenía su padre, Leonid, en el arte. Posteriormente ese influjo se haría notar cuando el niño se convirtiese en uno de los mejores novelistas y poetas, ahora clásicos, de Rusia.

El poeta romántico-simbolista-revolucionario y, además, ruso, fue influenciado como hemos dicho por Tolstói, Rilke y por Pushkin (no podría ser de otra manera) y Dostoievski. Mas, en su círculo se encontraban otros poetas jóvenes rusos que pertenecían a la misma generación de Pasternak, entre ellos destacan: Marina Tsvetáyeva, con la que tuvo una buena amistad y que, a pesar de vivir casi en la miseria, lo ayudó y le dio un hogar por algunos meses; Serguéi Esenin, el cual mantuvo correspondencia con Blok y había sido elogiado muchas veces por Gorki y que se suicidaría a los 30 años dejando un vacío en la vida de Pasternak; y el que para muchos fue el mejor poeta de la Revolución de Octubre y del cual no cabe explicación alguna: Vladimir Maiakovski.

Luego de haber publicado su novela El Doctor Zhivago en Italia, Pasternak tuvo varios problemas con los líderes soviéticos del momento que lo acusaban de desenmascararse como un enemigo de la Revolución. Eso no fue todo. Además, la academia sueca le tendría preparada otra sorpresa y fue que él había sido elegido como el nuevo Premio Nobel de Literatura. Pasternak, obviamente, se sorprendió (a pesar de ya haber estado nominado siete veces antes de obtener el premio).

La KGB le envió una carta amenazándolo con ser expulsado de la Unión Soviética si él osaba aceptar el premio ya que, según ellos, su libro atentaba contra la realidad de soviética. Eran puras patrañas, sostenían. Pasternak rechazó el premio Nobel en 1958. Posterior a la muerte de Pasternak, su hijo pudo en 1989, durante el gobierno de Mijaíl Gorbachov, recibir dicho galardón. Pasternak nunca pudo ver su obra publicada en ruso, cuando ésta vio la luz verde en su idioma natal él estaba ya sepultado bajo la luz roja.

Pero no hablaré más sobre su novela, sino que centraré el texto en algo que no se ha tomado muy en cuenta en torno a la obra de Pasternak: su poesía. Pasternak quien, junto con Maiakovski, sería uno de los pilares de la revolución poética rusa de la época, experimentó mucho en su poesía. Recordando que las vanguardias no le fueron ajenas y que la influencia de Pushkin, Blok y Rilke no tardaría en hacerse notar en sus poemas, Pasternak se centra en lo suyo y logra crear una poesía con voz y puño propios –teniendo también mucho de la poesía romántica que inundaba sus versos mezclados con varios de los ismos.

Pasternak antes que novelista fue poeta. Bajo la sombra de la Unión Soviética, Pasternak tuvo que silenciar su voz durante varios años porque no se sentía cómodo con las propuestas estilísticas y políticas que se mantenían en esa época en su país. Sin embargo, todo lo que estaba sucediendo en la Unión Soviética no podía serle ajeno al poeta romántico-simbolista. Vladimir Maiakovski, uno de los mejores poetas rusos y un gran amigo de Pasternak, escribió una vez:

¿Acaso es asunto mío
que alguien
en alguna parte
de este tempestuoso mundo
haya provocado una guerra?
Cuando canonicéis los nombres
de muertos
más famosos que yo,
-acordaos:
entre los muchos que la guerra mató
está el poeta de la Gran Presnaia. (Yo y Napoleón)

Entre los muchos muertos que dejó la Revolución están ellos. Maiakovski por mano propia y a Pasternak, bueno, a Pasternak lo mataría el olvido. El olvido se lleva todo lo que la memoria dejó aislada o retenida en un baúl de recuerdos. Los poemas de Pasternak son eso: el inconsciente dentro de la poesía y la narrativa misma del autor. El lector sabe que los mismos existen, que son importantes, que son ellos los que codifican y nos dan una perspectiva más amplia de lo que es Pasternak, pero que, aun así, están olvidados en un desván lleno de telarañas y afiches de la Revolución.

Su poesía comenzó a tomar vida desde 1914 con El gemelo entre las nubes, cuando la I Guerra Mundial estaba empezando; en 1917, cuando la Revolución Rusa estaba teniendo su victoria más amplia Por encima de las barreras; y seguiría hasta los años 20 con la publicación de Mi hermana la vida (1922) desde los cuales Pasternak haría una pausa editorial para dedicarse a escribir más poesía y su autobiografía, El salvoconducto (1931). Sin embargo, el silencio total se daría desde 1934 cuando las propuestas serían netamente aliadas al oficialismo, cosa que Pasternak empezaba a rechazar con fervor, incluso rompiendo su relación de amistad con Maiakovski, ya que este seguía escribiendo para LEV. Vladimir Maiakovski le dijo estas palabras a Pasternak en algún momento de su vida, cuando la ruptura de la amistad sería más que inminente: “¡Qué le vamos a hacer! Ciertamente, somos distintos. Usted ama el rayo en el cielo y yo la plancha eléctrica”.

Vemos en la poesía del ruso muchas referencias filosóficas y una cosmovisión claramente estructurada sobre la vida. Por ejemplo, en las líneas del poema “Cuando serena”, nos dice que desea llegar a la cosa, a su esencia misma, a la esencia del pasado para encontrar en ella sus motivos, sus fundamentos y sus raíces más profundas. El poeta deseaba penetrar en el confín más grande y complicado del ser humano: el alma y la vida, es decir, su significado. ¿Cómo llegar a instaurarse en la raíz más profunda de la esencia? Pues, ¡con qué más!, con la poesía.

La Revolución seguía su curso y Pasternak continuaba sentado escribiendo y pensando en qué es el alma, en especial el alma del poeta y no le podían salir otros versos que no fueran estos: … eres como una funeraria donde reposan sus cenizas (Alma); reposar sobre sí mismo, ¿cómo se llega a tal nivel de castración existencial? El poeta ruso estaba acorralado en un sitio al que ahora quería desconocer. La Rusia por la que él luchó y en la que él había creído se estaba desmoronando poco a poco y dejando a su paso una ola de muertes y cenizas en los pueblos por los cuales pasaba.

El sentimiento de fatalidad con respecto al hecho de perder la fe en el ser humano, no se haría esperar más en la poesía del ruso. Él, que había vivido con los aristócratas y luego en algo bastante parecido a la miseria junto con Tsvetáyeva, conocía al hombre y creía que el hombre mismo era el que lo estaba perdiendo: He perdido al hombre/ desde que todos lo perdieron, es lo que se puede leer en el poema “Cambio”. Y, justamente, eso es lo que fue para la poesía rusa, un cambio, no sólo en la manera de concebir al hombre, sino también en la manera en cómo se concebía la poesía. Ciertamente, Pasternak y Maiakovski fueron las estatuas poéticas más relevantes que murieron en -y por- la Revolución.

Yo amo tu designio terco
Y me gusta este papel.
Pero está representándose otro drama.
Déjenme descansar esta vez.
(HAMLET, El Doctor Zhivago, 1957)

Borís Pasternak
Borís Pasternak

No se puede olvidar también la producción poética dentro de su novela. El apéndice de El Doctor Zhivago contiene las poesías de su protagonista: Yuri Zhivago y, en las cuales, podemos notar además otros de los rasgos que Pasternak hace suyos. El poema Hamlet, como podemos ver, es una apología fatal que tiene el personaje de Shakespeare. El drama que se representa también, a la vez, es un designio terco no sólo del Príncipe Hamlet, sino también del hombre en general. El hombre busca, sin darse cuenta, un papel en el drama que se representa (que es su vida) y, a veces, incluso le podría buscar un autor como en el caso de la obra de teatro de Luigi Pirandello, Seis personajes en busca de autor. Mas, en el caso de Pasternak, el personaje se ha reconocido como tal y quiere ser libre, quiere la alienación del drama a pesar de que el papel que él representa es agradable ¿Podría ser también una analogía de la revolución? ¿Podría Pasternak sentir que era, ahora, ajeno al drama que se estaba viviendo, que ese papel que tanto amó, le hartó y desea descansar?

Reunión en casa de V. Maiakovski (Noviembre, 1925) Pasternak, Borís. Vida y Poesía. Ed. Noguer, España.1963.
Reunión en casa de V. Maiakovski (Noviembre, 1925)
vinuezaJuan Romero Vinueza (Quito, 1994) Estudiante de Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Sus poemas han sido publicados en las revistas Vicio Perpetuo Vicio Perfecto (Perú), Revista Freelance (Ecuador), Matapalo (Ecuador), Resortera (México) y en la Revista Digital Astrolabium (España). Fue parte del equipo de redactores del proyecto FAVELA11 (México) y es parte del consejo Editorial de la Revista Matapalo. Consta en la Antología Sinfonía Lírica: muestra de poesía total (Perú, 2014).

Los seres y los mitos de Washington Mosquera

El pintor ecuatoriano nos presenta un mundo maravilloso de personajes, vaporosidades y des/ilusiones.

Por Betty Aguirre-Maier
Entremares Magazine

Hay en el trabajo pictórico de Washington Mosquera una ardua y persistente labor de encantamiento y liberación. Los personajes de sus cuadros no son figuras estáticas: tienen vida propia y viven dispersos hasta que Mosquera los convoca y ellos, a veces generosos y a veces tímidos, se asoman a esas ventanas que el pintor, gracias a su maestría, ha logrado abrir para nosotros.
“La Lechuga” es una dama que podría sacar la cabeza y descubrir al “Caballero del Mar” que parece resignado a la espera. O la mujer de rojo “En su alcoba” podría escuchar cuidadosamente la conversación de “Los bailadores de mambo”. En resumidas cuentas todos se reconocerían, pues de una u otra manera todos habitan ese mismo mundo poblado de mitos y des/ilusiones.
Mosquera es sumamente cuidadoso con sus personajes y su posibilidad subjetiva. Cada uno ellos es protagonista: cuentan historias, esconden secretos, juegan y aman. Tan únicos son que el artista cuida los detalles en la simplicidad y la elegancia de los trazos; como el de sus vestimentas, por ejemplo. En sus trajes y vestidos se traduce esa especificidad de estos seres mosquerianos, bien vestidos por magníficas texturas de brillantes colores: como el rosa neón de Esmeraldas, las blancas vaporosidades de algunas damas, o los negros y rotundos terciopelos de Belmonte, atrapado en una gaonera y acechado por la brutal belleza de unos cuernos.

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WMWashington Mosquera (Quito 1953) dibujante, pintor y grabador. En 1974 incursiona profesionalmente en el arte. Hasta 1980 firmó bajo el pseudónimo de “El Discípulo”. Ha realizado 29 exhibiciones individuales y 45 colectivas en: Ecuador, Chile, Bolivia, Perú, Colombia, Venezuela, Cuba, EEUU, Canadá, España, Francia, Alemania, Italia, Egipto, Japón. Ha sido invitado a Bienales Internacionales como las de: La Habana, Valparaíso, Barcelona y El Cairo. Ha ilustrado varios libros, periódicos, revistas; realizó el mural público “Quito Luz de América”, en Quito. Y ha dirigido escenografías para cine y televisión.

J.C. Pino: Naturaleza fantástica

El pintor venezolano cree en el poder renovador del arte, en su fuerza mística y en su misión humanística.

por Betty Aguirre-Maier
Entremares Magazine

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Vale la pena tomar una frase de la obra clásica del escritor Rómulo Gallegos, Doña Bárbara, y sacarla de contexto para ilustrar el diálogo del pintor venezolano J.C. Pino con su lienzo: “Las cosas vuelven al lugar de donde salieron”. Y es que la obra pictórica de Pino — rica, en color y textura — dialoga con una naturaleza fantástica poblada de flores, mujeres, mitos, seres alados, bestias en permanente huida; todo incrustado en la niebla de la memoria, de los recuerdos de mundos generosos, brillantes y exuberantes como los de su hogar: Venezuela.

Desde ahí, desde ese espacio alquímico y onírico donde todo se transforma, Pino extrae preciosismos y a veces algunos fantasmas. En esta última colección, casi 60 cuadros de varios formatos, Pino experimenta una técnica nueva, el uso de pintura de vidrio que le otorga a cada lienzo un potente juego de luz y fantasía. En tema de soportes y pigmentos, Pino es capaz de lograr una sinfonía de tonos y matices, que van desde colores vibrantes a diáfanos pasteles. Los trazos, en muchos de sus cuadros son indefinidos e inacabados, causando un efecto de derretimiento, como si los recuerdos no se concretaran.

El mundo pictórico de Pino está influenciado por varios maestros, como: Gustav Klimt, Velázquez, Monet, Degas,Tiffany, Trompiz, entre otros, lo cual podemos apreciar en algunas obras, sobre todo en las varias Meninas de espléndidos trajes y rostros abstraídos o enigmáticos. Menina 14, por ejemplo, evoca poderosas emociones de sensualidad, pasión, coquetería.

Hay en la obra de Pino una búsqueda intensa de imágenes que hagan de puentes entre el paisaje árido y agreste de Utah y aquel del sur septentrional y caribeño de su primer hogar. Búsqueda necesaria para recuperar memorias, transformarlas y  plasmarlas sobre un lienzo.

jcpinoJuan Carlos Pino (Venezuela, 1963). J.C. Pino, como se lo conoce, reside en Salt Lake City, Utah. Tiene una maestría en administración y publicidad. Ha expuesto en varias ciudades norteamericanas y la mayoría de sus obras están en colecciones privadas.

John K. Lawson: De las ruinas, un renacer

Después de que el huracán Katrina devastase su hogar y su obra, el pintor británico le da nueva vida a los vestigios.

por Betty Aguirre-Maier
Entremares Magazine

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En agosto de 2005, el huracán Katrina arrasó con la ciudad de Nueva Orleans, dejando bajo dos metros de agua y durante seis semanas la casa y el estudio del artista británico John K. Lawson. Este acontecimiento trágico cambió su vida, marcando un antes y un después cargado de optimismo por la vida y el arte.

Lawson creció en la Inglaterra rural en donde vio ir y venir a gitanos y vagabundos que se detenían en la casa familiar para intercambiar trabajo por comida y algo de calor. En ellos descubrió y se fascinó por las texturas de su piel desgastada a la intemperie y la rústica, pero a la vez fascinante, confección de sus trajes. De ellos aprendió su sentido de espacio y lugar y su pensamiento nomádico de poseer muy poco. Todo aquello tendría un enorme efecto en su vida, como cuando tomó la decisión de mudarse a Estados Unidos a una de las ciudades más diversas del país, la sureña Nueva Orleans, heredera de tradiciones francesas y afroamericanas, en donde confluyen saberes, signos y subjetividades. O cuando más tarde y con muy poco o casi nada, debió rehacer su vida y continuar su arte en lugares completamente diferentes.
Antes del huracán Katrina, Lawson era conocido, entre otras cosas, por su laborioso trabajo de cuentas de colores recicladas de collares usados durante la celebración de Mardi Gras. Después de cada celebración carnavalesca, mientras Nueva Orleans dormía, Lawson salía a St. Charles Avenue a recogerlas, reciclarlas y luego usarlas, para crear con ellas extraordinarios objetos de arte; entre ellos impresionantes pianos completamente cubiertos con ellas. En medio de su belleza estética, estos objetos están poblados de símbolos y de temas de connotación política, social y económica.
Después del huracán, Lawson se mudó al norte del país, en donde alterna entre la vida metropolitana de Nueva York y la vida rural de su casa de campo en Massachusetts, iniciando así una nueva etapa, un recolectar de memorias, de personajes y de situaciones, que se plasman en los collages que aquí se publican.
Durante los últimos cinco años, Lawson ha invertido tiempo y material en estas obras. Cada una de ellas está envuelta en un aura casi mística, de santos y patronos, empapada de vibrante energía, de detalles bellamente intrincados. Papel pintado, recortes de periódicos, revistas, catálogos, etc., son el material fundamental para dar vida a personajes casi tridimensionales que se transforman, aparecen y desaparecen en este juego fragmentario de formas y colores en constante movimiento.
Personajes del mundo del jazz como Ella Fitzgerald, John Coltrane y Charlie Parker parecen surgir del fondo de una interminable fiesta, de un perpetuo carnaval que celebra la vida. Otros personajes, como los que aparecen en la colección “Life”, nos presentan a seres extraordinarios que parecieran estar en cualquier esquina o rincón de Nueva Orleans, Nueva York o Londres, ahi, en donde la mirada se posa y los demás sentidos se regocijan.

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JL PhotoJohn K. Lawson (Birmingham, England, 1962). Creció en la campiña inglesa hasta que su familia se mudó a Londres. Estudió en Louisiana State University. Absorto en la cultura del sur de los Estados Unidos, pronto pasó a formar parte de la escena undergorund de Nueva Orleans, trabajando en varios campos como el tatuaje y el grafiti. Llegó a ser muy conocido por su trabajo artístico con cuentas recicladas que recogía después de las frenéticas noches de Mardi Gras en el French Quarter. Después del huracán Katrina, en el que perdió su casa y su estudio, se mudó al norte del país en donde continúa trabajando. Ha ganado entre otros el premio Pollack Krasner Foundation.

Apuntes de viaje a Nurdu

The silver track of time empties into the distance

(La vía plateada del tiempo descansa en la lejanía)

-Sylvia Plath

 

Una canción barata en la radio del bus que me lleva a Nurdu
“la ciudad más antigua de la tierra”
Allá tienen dioses más benignos que los nuestros
-Escuchan todo lo que se les dice y obran-
Dicen que ayudan a devolver las cosas a su lugar

_Ojalá puedan con mi corazón
El tiempo es una barrita de chocolate que masticamos
/para entretenernos en cada estacionamiento.

pasamos

Muluncay, el pueblito de los malabaristas, con sus hombres y mujeres de vida airada;
todos aficionados a la desnudez y decir claro -hablan en agua. No están cartografiados

pasamos

Soapacá, en una colina. Ahora que es la noche, muy arriba, parpadean hachones de /luz; de día es el bosque de Payanchillos lo que arde. De cuando en cuando se encuentran huesos de pájaros bajo las ramadas; pero huesos de humanos, nunca.

Llegado el momento ¿sabremos que también ellos han muerto para nosotros?

pasamos

Guambi, la del viejo silabario para escapar con vida de los ataques de los lobos cuando llega la nieve. Poco se conoce de sus habitantes –“los de pies pardos”-, solo que se alimentan de setas y creen, aún, en el Dios de la Madrugada. Les es fiel.

anoto:

“El barro entiende que lo durable pasa en el breve remezón de un grito”

pasamos

Este es, debe ser, Chanduy -en los bajos de la cordillera de Jorupe-, donde se trafica con las curas de agua y se vive sin aprensiones porque nada perece. El amor tiene aquí su herbolario y su Casa de Citas –de muchos sexos.

Anoto:

“¿Dónde la piedra de mi inscripción?
¿En qué caligrafía dirá mi nombre?”

pasamos

Muey, al filo del Mar de las Despedidas. Se ven embarcaderos, canoas, un yate, una carabela, tropezando con el mar, a su suerte. Oímos decir que un animal repta por los sueños de la gente, borrando todo lo que encuentra a su paso

pasamos

Guayaymi, sin una hierba; puro viento y ruido de preguntas, secos. Un poco más al fondo, Sabanay, perdido por la infección del oro; un hervor de gente mala. Espero que al chofer no se le ocurra hacer un alto por ahí –llevo mis ofrendas.

anoto:

Sangra este momento:
es la hondura del amor
-su cara de pez feroz-

Más abajo

una

boca

llama

Jama, la de venar nacarado. Los viandantes no dialogan-desecharon las palabras por corruptas hace años-, y clarividentes, han represtigiado la rosa y el abrazo. Ciega, un tiempo ardió como yesca, pero guarda aún un listón de barro y piedra en la memoria al que protege con leyes severas. Hoy se sabe de una facción de crueles que urden planes para que cunda el fuego –se hacen llamar “los cofrades de lo puro”. Ya han atentado contra todos los Observatorios de Vientos y la Casa de las Atadoras de Nubes.

anoto:

“Los cuyes escuchan el florecimiento del Arupo –el sountrack del arribo del tiempo.”

“La boca zem que dice cosas inalcanzables
ay la huesería de los días y las noches,
perdida en la Zona de los Charcos,
sin nombres,
sin fechas;
esa memoria enaltecida por las sangres.

Arribará el aliento de lo claro,
crecerá la Era de los Inocentes”.

De un momento a otro, la radio dejará de sonar; entonces estaremos, quizás, en la ciudad de las Puertas de Ceniza, en cuyo pórtico deberíamos leer:

EL DESEO ES UNA PREGUNTA CUYA RESPUESTA NADIE SABE*

*”No decía palabras”. Luis Cernuda

 

Roy S Foto2Roy Siguenza es un poeta ecuatoriano. Ha publicado Cabeza quemada, Ocúpate de la noche, Tabla de mareas, La hierba del cielo, Cuatrocientos cuerpos, y el libro antológico Abrazadero y otros lugares. Sus poemas están incluidos en varias antologías –textuales y virtuales– de poesía ecuatoriana y latinoamericana. Ha sido traducido al inglés, portugués y catalán. Ha sido invitado a ferias de libros, festivales y lecturas de poesía en su país y fuera de él. Es destacable su participación en la obra multimedia SINERARIA del artista Tomás Ochoa, que fue exhibida en la Bienal de Venecia en 2006. Hoy, además de continuar con la poesía, coordina talleres en su país.

Por un Índice de Desarrollo Humano con sentido humano

Una mirada a un indicador que va más allá de lo económico y que, por ende, puede ser la forma más adecuada de representar y diagnosticar fielmente la calidad de vida de las personas.

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NOTA DEL EDITOR: Cuando el mundo se debate en encontrar maneras de solucionar los problemas de desempleo de la fuerza laboral como herramienta fundamental para mejorar la calidad de vida, Entremares Magazine presenta este ensayo de Miguel Ángel Guerrero Ramos, sociólogo de la Universidad Nacional de Colombia, que pone de relieve dos fallas que a su juicio tiene el Índice de Desarrollo Humano (IDH) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU): «el poco alcance de las dimensiones que se valoran en el IDH y la de considerar erróneamente la sociedad como algo homogéneo».

Para el autor el empleo es una dimensión que no contempla la ONU en su IDH y es allí » en donde se encuentran hoy por hoy en su máxima expresión los temas de la desigualdad, la inclusión y la exclusión social».

Para una publicación que, como Entremares, tiene su punto de partida en el desplazamiento, es importante mostrar el enfoque de Guerrero Ramos, ya que, a fin de cuentas, las fallas estructurales en los países relacionadas con la calidad de vida y con el pleno ejercicio de las libertades (que son elementos que subyacen en el IDH) se constituyen en los principales generadores de los movimientos migratorios, desplazamiento y desubicación que, de alguna manera, son caldo de cultivo en el que nace el material presentado en esta plataforma.[/alert]

por Miguel Ángel Guerrero Ramos

Desde la década de los noventa la Organización de las Naciones Unidas (ONU) utiliza un indicador de desarrollo basado en los trabajos del Premio Nobel de Economía, Amartya Sen. Se trata del Índice de Desarrollo Humano (IDH), un indicador que busca medir el bienestar de las personas teniendo en cuenta factores como la educación, el acceso a los recursos y la expectativa de vida. Es decir, un indicador que no sólo se concentra en el ingreso mensual de las personas o en su capacidad adquisitiva, sino también en el modo de vida que en realidad las personas llevan en la práctica. Quiere decir esto que dicho indicador se aleja de un enfoque economicista del desarrollo y pone su mirada en el pleno ejercicio de las libertades y, en general, en todo aquello que bien podríamos entender como “la calidad de vida”.

«El Índice de Desarrollo Humano, tal y como lo ha venido manejando la ONU, es un indicador en el que la preocupación se centra o bien en las personas o bien en la sociedad en su conjunto, dejando por fuera el hecho de que la sociedad actual no es homogénea y que, por ende, también se puede hablar del bienestar de grupos sociales humanos diferenciados».

Ahora bien, entender el desarrollo desde su perspectiva más humana, y no sólo desde una perspectiva economicista, es sin duda uno de los mayores avances teóricos de la historia. Puede ser también el avance más significativo para el bienestar de la humanidad. No obstante, la manera en la ONU ha venido empleando dicho indicador en la comprensión de la realidad social, bien podría suscitar un gran cúmulo de críticas y revisiones conceptuales. Entre dichas críticas se puede mencionar, a manera de ejemplo, el acento que se le pone al bienestar individual como componente de un todo social aparentemente homogéneo. Es decir, el IDH, tal y como lo ha venido manejando la ONU, es un indicador en el que la preocupación se centra o bien en las personas o bien en la sociedad en su conjunto, dejando por fuera el hecho de que la sociedad actual no es homogénea y que, por ende, también se puede hablar del bienestar de grupos sociales humanos diferenciados. Casi que la única diferenciación social sobre la cual se trabaja en el IDH, o al menos la más predominante, es la que tiene que ver con la medición de dicho indicador en los distintos países. Una forma de medición que oculta la verdadera heterogeneidad de las actuales sociedades. Además de ello, también se puede criticar el poco alcance de las tres dimensiones que se valoran en el IDH.

Estas dos críticas, o más bien estas dos ideas, es decir, la del poco alcance de las dimensiones que se valoran en el IDH y la de considerar erróneamente la sociedad como algo homogéneo en el aspecto conceptual, se desarrollarán un poco más a fondo en las siguientes líneas. Esto, cabe decir, con el fin de destacar la importancia de la dimensión laboral y ocupacional en el pleno desarrollo del bienestar humano y en el pleno ejercicio de las libertades. Una dimensión ampliamente ignorada en el IDH y en donde se hace en gran parte evidente la heterogeneidad de las actuales sociedades.

Dimensión laboral y ocupacional humana

Lo que persigue la ONU a través del indicador llamado IDH, o del indicador llamado Índice de Pobreza Multidimensional, es mejorar la calidad de vida de las personas. De esta manera, se entiende que un buen lugar de vivienda, por ejemplo, es aquella en la que no exista hacinamiento, que sea digna y posea servicios básicos funcionando de forma adecuada. Ello, sumado a buena alimentación y a oportunidades de educación que les permitan adquirir a las personas ciertas “capacidades” para desenvolverse laboralmente, constituye lo que es un óptimo nivel o calidad de vida. Al menos, por supuesto, en la forma de comprender la realidad social que posee desde hace unas dos décadas la ONU.

Hay que aclarar, antes de seguir adelante, que no es mi intención decir que la ONU ha descuidado lo social, o que el IDH no lo contemple en lo absoluto. Lo que pretendo decir en el presente texto es que al IDH aún le falta bastante análisis en el terreno de lo social y más aún en el relacional entre grupos humanos. Aun así, hay que reconocer ciertos logros. Hay que reconocer que desde el informe de 2009, la ONU ha venido privilegiando una mirada no economicista del desarrollo, no desde un abstracto concepto de bienestar o libertad, sino desde las prácticas sociales mismas.

El Informe 2009 se centra en el análisis de las prácticas sociales, las que son definidas como modos de actuar y de relacionarse en espacios concretos de acción, articulando las orientaciones y normas de la sociedad, instituciones y organizaciones con las motivaciones y aspiraciones particulares de los individuos (PNUD, 2009). En el modo en que se despliegan las prácticas sociales inciden, por tanto, las fuerzas que pueden complementarse o colisionar entre sí: las instituciones (conjunto de normas formales que definen lo que se debe o no hacer en un espacio de prácticas), la subjetividad (conjunto de aspiraciones, expectativas, motivaciones con las que cada actor encara una práctica específica) y el conocimiento práctico (mapas que guían los cursos de acción individuales) (González, S: 2010, p. 33).

El IDH abarca tres dimensiones. Según el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo): “El desarrollo humano es un proceso en el cual se amplían las oportunidades del ser humano”, en pos de disfrutar de una vida prolongada y saludable, adquirir conocimientos y tener acceso a los recursos necesarios para lograr un nivel de vida decente (Romero: 2009). Esas son las tres dimensiones u oportunidades esenciales, las cuales no dejan de estar respaldadas por otros enfoques complementarios como el de derechos humanos.

No obstante, hay que decir que una visión desde las prácticas sociales sigue siendo poco relacional y aun cuando salva el escollo de que el IDH no centre su atención en las formas simbólicas de los distintos grupos humanos, un terreno en el que aún falta bastante por hacer, el verdadero problema de lo relacional es aún más intrincado. El verdadero problema, más allá de un enfoque que contemple las prácticas culturales, es que, además de un enfoque social lo más adecuado posible, el IDH todavía requiere, a mi modo de ver, siquiera de una dimensión más.

Sin embargo, considero que …” la igualdad de condiciones para los distintos tipos de oficios y profesiones y un buen entorno de oportunidades laborales adecuadas para quienes recién están ingresando en el ámbito laboral”, mencionada por el PNUD, es una dimensión de vital importancia, o por lo menos tan esencial como las anteriormente mencionadas. Es decir, el no ser rechazado por estratificación social o por carecer de experiencia en un campo determinado, e incluso por carecer de un título de especialización o doctorado al momento de ingresar o desenvolverse en el campo laboral, ayuda significativamente al bienestar en general y a desaparecer la pobreza. Dicha dimensión podría entenderse como la dimensión empleo.

El empleo, en este marco de ideas, es una dimensión de gran importancia para entender el desarrollo humano en un sistema asalariado, porque de él depende que se tenga una amplia expectativa de vida, los recursos necesarios para una vida feliz e incluso las oportunidades necesarias para manifestar la ciudadanía y ejercer una democracia participativa. Es, además, una dimensión en donde se encuentran hoy por hoy en su máxima expresión los temas de la desigualdad, la inclusión y la exclusión social, debido a los focos de economía sumergida que existen a lo largo y ancho del mundo.

Sobre el tema de la inclusión social, la ONU la restringe a algunos cuantos aspectos. Se habla de inclusión, por ejemplo, en el plano de la educación pero no en el laboral. Dicha institución supranacional también habla de inclusión de género, de ahí que haya adoptado un indicador llamado Índice de Desarrollo Humano Relativo al Género. No obstante, a pesar de que es un gran avance el preocuparse por la inclusión, por ejemplo, de personas de avanzada edad o de sectores deprimidos de la sociedad en el ámbito educativo, o de las personas en contextos con exclusión de género o de las personas discapacitadas, también en el mismo ámbito, es decir, en el educativo, es necesario que la misma preocupación se lleve al campo laboral.

El desarrollo humano y la segmentación social

El problema es que aun con una excelente salud, con una buena educación y una vivienda digna, muchas veces no se puede adquirir un buen empleo, no por falta de vacantes sino por un rechazo, algunas veces más directo y explícito que otras, en un sistema con un alto grado de desigualdad. El asunto, visto de esta forma, es realmente preocupante.

Amartya Sen, uno de los grandes teóricos del desarrollo más allá de las perspectivas economicistas, entiende el concepto de desarrollo humano no sólo en cuanto a los factores que se necesitan para adquirir un mayor grado de bienestar, tales como el ingreso, la salud o los recursos, sino en el grado de libertad que se requiere para lograr los objetivos que una persona se fija en su vida (Chamorro, 2013). Hasta aquí, dicha idea concuerda con lo que se plantea de fondo en el presente artículo. El problema es que aun con una excelente salud, con una buena educación y una vivienda digna, muchas veces no se puede adquirir un buen empleo, no por falta de vacantes sino por un rechazo, algunas veces más directo y explícito que otras, en un sistema con un alto grado de desigualdad. El asunto, visto de esta forma, es realmente preocupante. Es preocupante, ya que en una sociedad monetaria como la nuestra, el carecer de un empleo o de ingresos fijos, no les permite a las personas poder conseguir, como bien cabe suponer, los distintos objetivos que ellas se han fijado en sus respectivos proyectos de vida. De ahí que dicho asunto, es decir, el asunto del empleo, no deje de estar íntimamente ligado al tema de la pobreza y el bienestar social.

Ahora bien, para ciertas personas inmersas de lleno en las actuales desventajas de la doctrina neoliberal que rige por estos tiempos el capitalismo, el poder hacerse con un empleo digno es un verdadero milagro. Ello es así, en gran parte, debido a que nuestras sociedades se hallan enormemente segmentadas y que aun con unos niveles adecuados de estudio se puede ser víctima de exclusión y con ello perder oportunidades laborales por pertenecer, por ejemplo, a un barrio o a una zona residencial con cierto grado de segregación a causa de la estratificación social. Es decir, a pesar de que una persona cuente con las tan mencionadas “oportunidades” de las tres dimensiones del IDH, a la hora de la verdad es muy probable que no se contrate a dicha persona si llega a formar parte de ciertos estereotipos. Y sin empleo, por más que no se le quiera dar una visión economicista al desarrollo humano, hay que aceptar que disminuye significativa y potencialmente la calidad de vida.

Pero las sociedades actuales, hay que decir, no solo están segmentadas por estratos socioeconómicos, sino por una gran cantidad de factores que muchas veces llevan a la exclusión, a la segregación y a nuevas formas de racismo. Es decir, muchas veces, a manera de ejemplo, no se examina siquiera la hoja de vida de ciertos postulantes a una vacante laboral. No se hace por el mero hecho de ser personas de diferente raza o grupo étnico o, incluso, por no simpatizar abiertamente con una determinada idea. Y aun cuando se habla y hay una gran preocupación por la incorporación laboral de las personas discapacitadas, hay que ver qué clase de empleos son los que se les están dando realmente a ellas.

De esa forma, cabe decir, se entiende el mundo actual de una forma bastante dicotómica. Se entiende que hay que sacar a las personas de la pobreza, y, al mismo tiempo, que los grandes empleos son para las personas con grandes influencias. Resultado de ello es que se crean contrageografías de la globalización o sectores de trabajo precario y deprimido en donde se facilita la explotación de las personas sin influencias

Considerado así el asunto, se podría decir que el Índice de Desarrollo Humano, el Índice de Pobreza Multidimensional del PNUD, e incluso la propuesta de Desarrollo a Escala Humana formulada por el Centro de Alternativa para el Desarrollo (CEPAUR), sirven no sólo para obtener ciertos resultados comparativos, sino para esconder factores sociales trasversales al problema de la pobreza. Dichos indicadores esconden, más que nada, en su entendimiento del desarrollo humano, y entre otros factores, el importantísimo campo de lo laboral. De esa forma, cabe decir, se entiende el mundo actual de una forma bastante dicotómica. Se entiende que hay que sacar a las personas de la pobreza, y, al mismo tiempo, que los grandes empleos son para las personas con grandes influencias. Resultado de ello es que se crean contrageografías de la globalización o sectores de trabajo precario y deprimido en donde se facilita la explotación de las personas sin influencias, como nos dice la socióloga estadounidense-holandesa Saskia Sassen (2003).

Basándome en lo anterior, bien podría atreverme a afirmar que uno de los objetivos del milenio debería ser el de lograr la plena incorporación laboral de las personas — una incorporación que se lleve a cabo de una forma lo más igualitaria posible, y según las capacidades adquiridas y los talentos de cada quien, más que por sobre el patrón de las influencias o los estereotipos sociales—. No obstante, podría decirse que la preocupación de la elite cualificada que maneja los altos cargos e incluso el terreno de la creación simbólica en nuestras actuales sociedades, es que eso traería luego una situación un tanto indeseada. La situación de que haya trabajos que nadie quiera realizar por ningún motivo, razón por la cual, por horrible que suene, al sistema parece convenirle mantener focos de desigualdad, exclusión y segregación.

Perspectiva más social e incluyente

Es un hecho que hoy en día los distintos autores y analistas de lo social que hablan del desarrollo humano, así como las instituciones que se encargan de dicho concepto, son totalmente conscientes de la complejidad que encierra su comprensión y medición. De esa forma se entiende que:

El desarrollo humano es un proceso multidimensional, que tiene como fin y medio el desarrollo de la libertad del ser humano para atender sus capacidades. Los acercamientos realizados en torno al concepto sobre desarrollo humano comulgan con la búsqueda de construcciones teóricas y metodológicas que rebasan la visión estrecha del desarrollo como crecimiento económico (Pérez Magaña y otros: 2010, p. 87).

Pero asimismo también es cierto que la naturaleza local del desarrollo humano requiere examinar dicho tipo de desarrollo en una circunscripción espacial concreta y con atribuciones de representatividad política (Pérez Magaña y otros: 2010). La propuesta del presente texto, en torno al desarrollo humano, por tanto, es, en primer lugar, la de tratar de incorporar la dimensión empleo a su comprensión y medición, la cual estaría constituida por cierto número de variables. Un número de variables clave cuya búsqueda, es preciso aclarar, escapa a los fines de estas breves y reflexivas líneas a un problema de tal envergadura y relevancia como el desarrollo humano.

Por otra parte, recordemos que el PNUD, define hoy al desarrollo humano en base a un concepto muy específico. Dicho concepto, a saber, es el que lo distingue como un «proceso de expansión de las capacidades de las personas que amplían sus opciones y oportunidades» (Wikipedia, Desarrollo humano). De ahí que la segunda propuesta del presente texto esté directamente dirigida a la ampliación de dicho concepto. Lo que quiero decir, es que asimismo sería importante entender en el desarrollo humano “el proceso de expansión del entorno social (es decir, no solo el de las personas) o de los distintos grupos humanos que amplían sus opciones y oportunidades”, como lo conceptúa el PNUD.

Desde mi punto de vista, el PNUD le confiere un enfoque individual al desarrollo humano, por lo cual también se podría pensar en añadirle lo que bien se podría llamar una “perspectiva de grupos diferenciados”. Esa no sería sino una perspectiva que se ocupe de las oportunidades que tienen los distintos grupos humanos para poder llevar a cabo el libre ejercicio de las capacidades adquiridas. Esto, bajo la premisa de que no todos los grupos humanos tienen las mismas oportunidades en una determinada sociedad, ya que en cada una, al menos hoy en día, existe un alto grado de segmentación social.

El IDH, por tanto, no sólo debe preocuparse por el bienestar subjetivo de las personas sino por el bienestar psicosocial y por la forma en la que nos relacionamos los unos con los otros

Se trataría de una perspectiva que reconozca no sólo el bienestar individual sino también el bienestar social de un grupo humano determinado en una sociedad específica. Una perspectiva que reconozca, por ejemplo, el bienestar de las personas de un barrio deprimido de una ciudad, a pesar o más allá de que sean profesionales y posean una vivienda con servicios básicos, pues por el mero hecho de vivir en aquel barrio pueden ser excluidos de oportunidades laborales e incluso de otros ámbitos de la vida social. El IDH, por tanto, no sólo debe preocuparse por el bienestar subjetivo de las personas sino por el bienestar psicosocial y por la forma en la que nos relacionamos los unos con los otros.

Es decir, hoy en día se entiende el desarrollo humano como libertad para lograr ciertos objetivos básicos y vitales, pero todavía hay que ponderar cómo se debe entender realmente el concepto de libertad, hasta dónde debe llegar y cuánto abarca

Para finalizar, cabe decir, en cuanto a algunos aspectos un tanto más técnicos, que este artículo no tuvo su énfasis en cómo se han de interpretar las variables o los indicadores, por ejemplo, a través del tiempo (el problema de no construir indicadores constantemente o el de cómo entender el desarrollo anual de un territorio en el que se emplean varios indicadores distintos y de forma aleatoria). El énfasis estuvo puesto en el indicador de desarrollo humano como realidad conceptual. Es decir, hoy en día se entiende el desarrollo humano como libertad para lograr ciertos objetivos básicos y vitales, pero todavía hay que ponderar cómo se debe entender realmente el concepto de libertad, hasta dónde debe llegar y cuánto abarca. Lo que quiero decir es que entender el IDH desde una perspectiva de grupos sociales, y no sólo desde el bienestar individual, amplía el marco conceptual del término y, con ello, la forma en la cual se entiende el desarrollo.
Si el entramado conceptual que existe tras un indicador a nivel global nos lleva a entender o no el desarrollo y el bienestar tácitamente de cierta forma, lo ideal sería que dicho indicador estuviera lo más completo posible. Y si no, lo ideal sería que dicho indicador estuviera acompañado por otros indicadores que, mediante una visión más amplia de lo humano, lo hagan lo más completo y abarcador posible.

Todo lo que atañe a lo humano y a su excesiva complejidad debe escapar a los reduccionismos. De la misma forma, todo fenómeno social debe ser pensado desde mil perspectivas distintas.

Conclusión

Dos fueron las propuestas fundamentales del presente artículo, una fue la de incluir la dimensión empleo en los análisis del IDH, y la otra la de observar no sólo la perspectiva individual sino la social que subyace tras el desarrollo humano. Es claro que no se le pueden agregar una gran cantidad de variables engorrosas a un indicador, o sobresaturarlo de ellas, pero sí se podría diseñar uno o varios índices de desarrollo humano complementarios, una suerte de índices A, B y C, que vistos en conjunto le agreguen al IDH actual la dimensión laboral humana para tratar de acabar o siquiera de menguar un poco las exclusiones que se presentan en dicho campo.

Se podría hablar incluso de un Desarrollo Humano y Emocional, que contemple la forma en la cual se sienten los distintos grupos humanos, por ejemplo, los hinchas de un determinado equipo de fútbol. Una tarea que debe realizarse de forma práctica, claro está, y sin demasiadas variables que puedan ser vistas como poco relevantes. Con esto podríamos acercarnos a una adecuada perspectiva de grupos diferenciados. Es decir, una perspectiva que reconozca no sólo el bienestar individual sino también el bienestar social de un grupo humano determinado en una sociedad específica.

Ahora bien, para finalizar, hay que aceptar que es un error el creer que un indicador o un gran número de indicadores puedan sintetizar el desarrollo referente a algo tan complejo y dinámico como lo es lo humano. No obstante, es de gran ayuda considerar el mayor número de variables de lo que comprende la vida cotidiana y, puede que más importante aún, considerar no un único indicador para entender siquiera un poco el bienestar de la especie humana, sino varios indicadores que se complementen unos a otros en lugar de excluirse o usarse estrictamente por separado.

Pero de poco sirven los indicadores, complementarios o no, si no se utilizan para que, de alguna forma, se pueda lograr de este un mundo mejor para todas las personas que en él viven.

Referencias bibliográficas

  • González, S., Campos, M., Cea, P. y Parada, C. (2010). Desarrollo humano, oportunidades y expansión de las subjetividades: Reflexiones a partir del informe de desarrollo humano (2009) en Chile. Psicoperspectivas, 9 (1), 29-58.
  • Pérez Magaña, Andrés, Macías López Antonio y Jiménez, Juan Morales. (2010). ANÁLISIS TEÓRICO Y METODOLÓGICO DEL DESARROLLO HUMANO: SU APLICACIÓN A LA ENTIDAD POBLANA Y LOS SISTEMAS DE RIEGO. Ra Ximhai, enero-abril, año/Vol. 6, Número. Universidad Autónoma Indígena de México. Mochicahui, El Fuerte, Sinaloa. pp. 87-103.
  • Romero, Alberto y Vera Colina, Mary. (2009). El proceso de globalización y los retos del desarrollo humano, Revista de Ciencias Sociales (RCS) Vol. XV, No. 3, Julio – Septiembre 2009, pp. 432 – 445. FACES – LUZ _ ISSN 1315-9518.
  • Sassen, Saskia. (2003). Contrageografías de la Globalización. Género y ciudadanía en los circuitos transfronterizos. Madrid: Traficantes de sueños. Capítulo 2: “Contrageografías de la globalización: la feminización de la supervivencia”.

Referencias estriadas de Internet:

Miguel Ángel GuerreroMiguel Ángel Guerrero Ramos es sociólogo de la Universidad Nacional de Colombia. Ha trabajado como estudiante pasante en el Comité Departamental Para la Lucha Contra la Trata de Personas de la Gobernación de Cundinamarca y como docente preuniversitario. Como escritor, ha sido ganador de los Premios Limaclara de Ensayo 2013 y finalista en múltiples certámenes literarios internacionales en los géneros de cuento, poesía y palíndromos. Ha publicado novelas como Cuando el demonio ama, Al fondo de las pupilas del tiempo infinito, La secreta geometría de una hoja que cae y La mística fragancia de los sueños de amor. En poesía: Una mirada encalada en el pétalo de una flor y Algunos esbozos de cielo en el fondo de una copa. También ha publicado el libro de ensayos La inmediatez de las emociones al estar desnudas. Breves ensayos sobre género, historia, política y posmodernidad, el libro El mundo de hoy y los entornos virtuales.

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