‘Breaking Bad’ y el trabalenguas que lo hundió

por Suan Pineda

Entremares Magazine

“Breaking Bad”, quizá la mejor serie de televisión en la historia de la pantalla chica de los Estados Unidos, me ha decepcionado. Pero antes de detallar las razones de mi desencanto, explico por qué yo, como millones de televidentes, he sucumbido al oscuro y tergiverso magnetismo de esta serie.

El programa, creado por el “ex-alumno” de “The X Files” Vince Gilligan, cuenta la historia de un profesor de química que, después de recibir una prognosis negativa de cáncer, decide asegurar la estabilidad financiera de su familia después de su muerte. No hay nada de extraño en este deseo, lo que lo hace particular es de qué manera el protagonista, Walter White, decide amasar dinero: a través de la manufactura y distribución de metanfetamina. Es esta particularidad la que servirá de fuente y eje para el foco narrativo y la complejidad moral de la serie. En cada episodio vemos la metamorfosis de Walter, un maestro de secundaria cuya usual indumentaria incluye pantalones caqui, camisas de color pastel y gafas, convertido en un traficante de drogas que, en la misma vestimenta, asesina a sangre tibia. En el viaje de donnadie a capo de las drogas, Walter y “Breaking Bad” van creando su propia medida moral: nos demuestran que hay un infinito valle gris entre el bien y el mal, nos obligan a especular y cuestionar nuestras acciones y reacciones si nos enfrentamos a dilemas y paradojas similares, y ponen el dedo en la llaga de una sociedad que atraviesa la peor recesión económica de su historia.

El mayor impacto de la serie ha sido elevar el género de drama televisivo en casi todos los ámbitos. Desde los guiones hasta la producción, “Breaking Bad” ha derribado las convenciones de la televisión, creado nuevos tropos y tipos, y establecido estándares de producción a seguir (como lo hizo “The X Files” a principio de los noventas al incorporar estándares de producción y narrativa del cine en una serie televisiva). Sin embargo, lo más evidente para el espectador son las actuaciones: el misterio que yace entre las zanjas del arrugado rostro de Walt, la inocencia carcomida en los ojos atormentados de su cómplice Jesse, o la oscura turbulencia tras la serena voz del capo de las drogas Gustavo Fring.

Durante tres temporadas, me sentaba inmóvil frente al televisor con las manos empuñadas sobre el pecho y los párpados tensos, temerosa de que con un pestañear me perdiese de algún detalle. Cada episodio, cada temporada, dejaba mi corazón estremecido y mi cabeza desorbitada. Al ver los especiales de detrás de las cámaras, me maravillaba de la precisión y atención en la planeación para realizar una escena de explosiones (por ejemplo, los productores y los expertos en efectos especiales analizaban cómo diagramar la trayectoria de la onda explosiva para que derribase una puerta en tal segundo, y un pedazo del techo en otro minuto) y la profunda reflexión que realizan los guionistas y actores para crear personajes ordinarios en situaciones extraordinarias.

Sin embargo, en la cuarta temporada, mi enamoramiento acabó. En quizás un gesto sin precedentes en la televisión estadounidense, “Breaking Bad” presentó una escena completamente en español y sin subtítulos. Sólo por eso hay que admirar la serie. Sin embargo, cabe criticar el desastre del mejunje de acentos y las profundas consecuencias de la ignorancia de la idiosincrasia idiomática y lingüística del español en un programa tan influyente. Mi corazón se partía y mis oídos se revolcaban de estupefacción mientras veía y escuchaba la escena. Junto a su amigo y socio Maximino Arciniega, Gustavo Fring, un personaje con raíces chilenas que se refugió en México para terminar en Albuquerque, New Mexico, se reúne con el cabecilla del Cartel de Ciudad Juárez, Don Eladio. Esto fue lo que escuché: Gus hablaba con una inflexión exagerada de las erres similar a la de turistas estadounidenses que rondan las playas caribeñas. El capo mexicano del Cartel de Ciudad Juárez no podía sacudirse un innegable acento cubano (el personaje es interpretado por el actor cubanoestadounidense Steven Bauer). Y Maximino, por su lado, oriundo de Santiago de Chile, no podía ni trataba de disimular un dejo dominicano.

El efecto es chirriante y desconcertante. Eso es, si me dicen que un personaje es de Chile, o que otro es del norte de México, yo espero los correspondientes acentos, como esperaría que un personaje de Londres tenga la entonación británica o uno de Mississippi hable con la cadencia del sur de Estados Unidos. Mi primera reacción fue incredulidad y la segunda fue tratar de encontrar excusas (quizá Gus posee un origen secreto y en vez de Chile creció en Vermont, o Don Eladio es un narcotraficante con raíces y aspiraciones multinacionales). Pero no hay nada en la serie que apoye esta hipótesis. Y tuve que aceptarlo: “Breaking Bad” ha caído en el mismo hoyo que sus predecesores (“The X Files” en un episodio sobre el chupacabras tenía un actor de ascendencia latina que no podía ni pronunciar hola) y contemporáneos (“30 Rock”; Salma Hayek actuando inverosímilmente de puertorriqueña).

El manejo de los dialectos es difícil pero no imposible. Prueba del éxito de ello son las decenas de actores anglos, para quienes la versatilidad de acentos es un requisito, que interpretan personajes dentro del espectro del inglés. Algunos ejemplos sobresalientes son la inglesa Kate Winslet como la neoyorquina Clementine en “Eternal Sunshine of the Spotless Mind”, el sueco Alexander Skarsgård como el vampiro regionalizado en el sur de Estados Unidos en “True Blood”, el británico Dominic West como un policía de Baltimore en “The Wire”, y el camaleón por excelencia Gary Oldman. Sin embargo, en el caso del castellano, las instancias son más escasas aunque más que posibles. Un ejemplo por excelencia es Javier Bardem en la cinta “Antes que anochezca” en la que interpretaba al escritor cubano Reynaldo Arenas. Allí, Bardem manejó con destreza no sólo el dialecto cubano sino también el acento cubano en inglés estadounidense. Me dejó la boca abierta, y demostró que es la vocación y la responsabilidad del actor el encarnar con autenticidad su personaje, y que una parte crucial de esa encarnación es el dominio del hablar. También debo resaltar el admirable, aunque imperfecto, intento de la serie “Weeds” de seguir con fidelidad la fluctuación de los dialectos de sus personajes mexicanos.

Aclaro: el jugar con los dialectos y los lenguajes diestramente es un instrumento narrativo de poder singular. El director hongkongnés Wong Kar-wai lo hizo maravillosamente en “2046”. En la cinta, los personajes hablan distintos dialectos de China e incluso el japonés. El diálogo fluye como el tiempo en una narrativa anticronológica en donde el mandarín de Gong Li y Zhang Ziyi se entrelaza con el cantonés de Tony Leung y el japonés de Takuya Kimura. El director se aprovecha de las divisiones lingüísticas y sus respectivos fondos históricos no sólo para conferir un tinte característico a cada personaje sino también para encontrar una especie de ágora donde convergen los tiempos, los espacios y las historias. La utilización de varios dialectos en la cinta no apunta a la ignorancia de las diferencias, sino a una inclinación panasiática, a la articulación de un lenguaje universal a la vez que se respetan las particularidades y diferencias de cada personaje.

El error — garrafal, desde mi punto de vista — de “Breaking Bad” no es el único en la televisión estadounidense pero marca el ápice de mi frustración. Quizás la altura de mis expectativas también refleja una tonta e irremediable posición en la que espero que la televisión sea una fuente poco convencional de información, conocimiento y arte. Pero “Breaking Bad,” por todas las razones que listé anteriormente, me había dado esperanza de que marcaría una era nueva en el tratamiento del español en la pantalla grande y chica. Lo que me lleva a cuestionar ¿por qué ocurre esto y a quién echarle la culpa? ¿Será imposible tener una representación precisa y creíble de un personaje hispanohablante en el mainstream de la industria del entretenimiento en EE.UU.? ¿Le importa a la audiencia en general? ¿Será que en un mundo cada vez más global y transcultural aún se pueden justificar esta clase de esencialismos y tergiversación cultural? Me atrevo a argumentar que es un síntoma del imperialismo cultural.

Creo que el asunto se reduce en parte a una cuestión de expectativas, y ésta por su parte se reduce en el poder y nivel adquisitivo y de consumo (tanto monetario como cultural) del público imaginado de estos productos. Es decir, estos programas asumen que la audiencia anglosajona es más exigente que la hispanohablante. Y quizá, en cierta medida en este momento, tienen razón. Mas no es una excusa. Ese “descuido” (para utilizar un término benévolo) señala que ven a los hispanohablantes como grupos intercambiables cuyas historias se confunden por la afinidad lingüística. Este “descuido” es animado quizá por un afán de simplificar un mundo complejo, de dominar lo foráneo y lo exótico, de encasillar “un exceso” (como diría Homi Bhabha) en un paquete reconocible para un público incomprendido. La ignorancia es opresiva y se difunde rápidamente. Como espectadores, artistas y comunidad (diversa y distinta), exijamos más.

Tengo una razón de peso para obsesionarme en el tema del lenguaje. La lengua y la articulación de la misma son significantes de la cultura. El lenguaje es como el ADN de nuestra identidad, es el registro viviente y cambiante de nuestra historia. Las lenguas, dialectos y acentos marcan la especificidad de nuestras vivencias y raíces. Al examinar nuestro lenguaje entenderemos de dónde venimos y quizá hacia dónde vamos. Por emplear un ejemplo consabido, podemos ver la influencia árabe en el español al analizar las palabras en castellano que poseen raíces árabes. O, en un ejemplo más contemporáneo, podemos ver el alcance del inglés en el mundo al reconocer los anglicismos tallados en idiomas como el español y el mandarín. O podemos aún escuchar en nuestro diario hablar los ecos de culturas que han sido marginalizadas u obliteradas: en el “palta” de Sudamérica resonará el quechua, en el “aguacate” de México se escucha el náhuatl. Nuestra historia, nuestros logros y nuestras desgracias están grabados y gravados en el idioma en cuyo corpus los ecos del pasado resuenan en el articular de nuestro presente. Parece una nimiedad resaltar estas instancias de la televisión, pero la repetición frecuente de estos errores en un medio de gran alcance cimienta la tergiversación de nuestra identidad, y cede el control de la articulación de nuestra cultura a un imperio mediático que manipula tosca e ignorantemente la lengua.

“Breaking Bad” marca indudablemente un hito en la historia de la televisión, y sus logros son indisputables. Sin embargo, espero también que marque el punto donde se inicie un cambio en la aproximación medida y estudiada de los dialectos, porque un lenguaje es más que un lenguaje – es una identidad – .

9 comentarios sobre “‘Breaking Bad’ y el trabalenguas que lo hundió”

  1. I read this months ago the first time and it made me want to see ‘Breaking Bad’. I went on a binge and watched four seasons of it this summer. It’s sad for me to see it winding down. I really enjoyed your essay. Sounds like you also know Mandarin. Kudos to you! I’ve tried learning it on and off for a number of years. ¡muy, pero MUY difícil!

  2. Usted tiene toda la razón. Solo faltó mencionar que en Chile hay poquísima gente nacida ahí de raza negra. Hubiera sido más creíble si dicen que Gus venía de Panamá, Brasil, Venezuela, etc. Lo del acento, ni hablar. Espantosa la manera que habla. Evidentemente el actor hace lo mejor que puede, pero hubiera sido más creíble la historia si dicen que Gus venía del Medio Oriente o África, así se comprendería mejor tanto su raza como su forma de hablar el español. Sin embargo, BB es una serie que, además de ser muy enganchador, tiene inmenso valor para fomentar discusiones profundas sobre cuestiones éticas y morales.

  3. Supuestamente G:Fring había abandonado Chile cuando niño, lo que haría posible que toda su vida hubiera hablado inglés, y que su pronunciación fuera así de fea, eh.

  4. Creo que si bien tu comentario tiene mucho de cierto, tambien le veo un poquito de exageracion, digo la serie tiene muchisimas escenas mas en español, una banda en español (los cuates de sinaloa), dentro de la serie, porque como soundtrack tiene muschisimas mas. Ademas Gus menciona al dictador Pinochet, lo que tmb suma, ya que bien parado no lo deja.

  5. Rebecca, gracias por tu comentario, y me encanta que te hayas enganchado con la serie. ¿Qué te pareció el final?

  6. Gracias por tu comentario, que abre otras avenidas de indagación: ¿Cómo se «lee», «ve» una serie de televisión como obra? ¿Habría que incluir el soundtrack como parte de la totalidad de la serie como obra artística?

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