Archivo de la categoría: Poesía

Apuntes de viaje a Nurdu

The silver track of time empties into the distance

(La vía plateada del tiempo descansa en la lejanía)

-Sylvia Plath

 

Una canción barata en la radio del bus que me lleva a Nurdu
“la ciudad más antigua de la tierra”
Allá tienen dioses más benignos que los nuestros
-Escuchan todo lo que se les dice y obran-
Dicen que ayudan a devolver las cosas a su lugar

_Ojalá puedan con mi corazón
El tiempo es una barrita de chocolate que masticamos
/para entretenernos en cada estacionamiento.

pasamos

Muluncay, el pueblito de los malabaristas, con sus hombres y mujeres de vida airada;
todos aficionados a la desnudez y decir claro -hablan en agua. No están cartografiados

pasamos

Soapacá, en una colina. Ahora que es la noche, muy arriba, parpadean hachones de /luz; de día es el bosque de Payanchillos lo que arde. De cuando en cuando se encuentran huesos de pájaros bajo las ramadas; pero huesos de humanos, nunca.

Llegado el momento ¿sabremos que también ellos han muerto para nosotros?

pasamos

Guambi, la del viejo silabario para escapar con vida de los ataques de los lobos cuando llega la nieve. Poco se conoce de sus habitantes –“los de pies pardos”-, solo que se alimentan de setas y creen, aún, en el Dios de la Madrugada. Les es fiel.

anoto:

“El barro entiende que lo durable pasa en el breve remezón de un grito”

pasamos

Este es, debe ser, Chanduy -en los bajos de la cordillera de Jorupe-, donde se trafica con las curas de agua y se vive sin aprensiones porque nada perece. El amor tiene aquí su herbolario y su Casa de Citas –de muchos sexos.

Anoto:

“¿Dónde la piedra de mi inscripción?
¿En qué caligrafía dirá mi nombre?”

pasamos

Muey, al filo del Mar de las Despedidas. Se ven embarcaderos, canoas, un yate, una carabela, tropezando con el mar, a su suerte. Oímos decir que un animal repta por los sueños de la gente, borrando todo lo que encuentra a su paso

pasamos

Guayaymi, sin una hierba; puro viento y ruido de preguntas, secos. Un poco más al fondo, Sabanay, perdido por la infección del oro; un hervor de gente mala. Espero que al chofer no se le ocurra hacer un alto por ahí –llevo mis ofrendas.

anoto:

Sangra este momento:
es la hondura del amor
-su cara de pez feroz-

Más abajo

una

boca

llama

Jama, la de venar nacarado. Los viandantes no dialogan-desecharon las palabras por corruptas hace años-, y clarividentes, han represtigiado la rosa y el abrazo. Ciega, un tiempo ardió como yesca, pero guarda aún un listón de barro y piedra en la memoria al que protege con leyes severas. Hoy se sabe de una facción de crueles que urden planes para que cunda el fuego –se hacen llamar “los cofrades de lo puro”. Ya han atentado contra todos los Observatorios de Vientos y la Casa de las Atadoras de Nubes.

anoto:

“Los cuyes escuchan el florecimiento del Arupo –el sountrack del arribo del tiempo.”

“La boca zem que dice cosas inalcanzables
ay la huesería de los días y las noches,
perdida en la Zona de los Charcos,
sin nombres,
sin fechas;
esa memoria enaltecida por las sangres.

Arribará el aliento de lo claro,
crecerá la Era de los Inocentes”.

De un momento a otro, la radio dejará de sonar; entonces estaremos, quizás, en la ciudad de las Puertas de Ceniza, en cuyo pórtico deberíamos leer:

EL DESEO ES UNA PREGUNTA CUYA RESPUESTA NADIE SABE*

*”No decía palabras”. Luis Cernuda

 

Roy S Foto2Roy Siguenza es un poeta ecuatoriano. Ha publicado Cabeza quemada, Ocúpate de la noche, Tabla de mareas, La hierba del cielo, Cuatrocientos cuerpos, y el libro antológico Abrazadero y otros lugares. Sus poemas están incluidos en varias antologías –textuales y virtuales– de poesía ecuatoriana y latinoamericana. Ha sido traducido al inglés, portugués y catalán. Ha sido invitado a ferias de libros, festivales y lecturas de poesía en su país y fuera de él. Es destacable su participación en la obra multimedia SINERARIA del artista Tomás Ochoa, que fue exhibida en la Bienal de Venecia en 2006. Hoy, además de continuar con la poesía, coordina talleres en su país.

Crónica de la piel

Una selección de poemas del venezolano Adalber Salas Hernández

[alert type=»yellow»]Nota del editor: Los poemas pertenecen al libro Salvoconducto.[/alert]

Poemas

  1. Crónica de la piel
  2. Del testigo
  3. Barcelona, 2011
  4. Pasaje de ida

Crónica de la piel

Esta mañana
Caracas amaneció repleta
de muñecos de cera.
Estaban parados en las esquinas
sentados en los techos
echados en los parques
plantados en las puertas de los edificios
en las escaleras de los barrios.
Miles.
La gente miraba sus ojos nublados
la superficie brillante de sus cuerpos
esa inmovilidad como traída
de algún sueño
demasiado viejo para ser recordado.
Miraban y hablaban
la gente a ellos
a los muñecos de cera
les hablaban con voracidad
los atiborraban de palabras
que se pudrían con el sol.
A todos les gustaba
esa manera de callar
que delataba lo espesos que
eran los pensamientos en sus
cabezas
les confesaban sus miserias
las que mordían sus nucas al dormir
les declaraban un amor
sin hervores
sin esa fiebre
que empaña los espejos
y hasta peleaban con ellos
(varios muñecos fueron abatidos
algunos
por la espalda).
Hacia el final de la tarde
ya se habían derretido
casi por completo:
uno podía ver burbujas
sobre esa piel opaca y triste
como si fueran el síntoma
de una enfermedad voraz
y definitiva como todo lo palpable.
Nunca fueron tan amados
como cuando sus rostros
se habían diluido
en una masa
impronunciable.

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Del testigo

No sé cuáles eran sus nombres
al principio.
Se han vuelto borrosos
pasando de una boca a otra
como mercancía de contrabando.
Tampoco conozco sus edades
ni los rasgos que cosían
sus rostros.
Solamente sé
lo que todo el mundo ya sabe
que ellos no tenían
nada que ver que
miraron por error
lo que estaba ocurriendo
allí junto a ellos
y siempre siempre
hay que pagar las miradas que lanzamos.
Solamente recibimos esta ley.
A ellos los ataron
para que no se movieran.
Así pudieron escuchar bien
el ruido de sus propios huesos
al romperse
cuando los patearon.
Escuchar bien sí escuchar bien
hasta que nada más quedara la sordera
el cuerpo haciéndose denso
compacto
olvido.
Los dejaron ahí
y no sé
si sobrevivieron o no.
Sus nombres
irreconocibles
siguen testimoniando.
(Solamente testimonia
lo que se ha vuelto tan ilegible
para sí mismo
que empieza a pertenecer
a la boca de todos
al mundo hambriento y brutal
de los hechos).
Tomo esos nombres
y los pongo ahora bajo mi lengua
como una moneda vieja
y gastada
como un pequeño sol oxidado.

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Barcelona, 2011

Fue en una de esas calles
tan largas y tan estrechas
que parecen un destino.
En la acera derecha
había un sillón rojo
y en el sillón rojo
había un hombre
delgado.
Su pecho subía y bajaba
levemente
dentro de una franela desteñida
llevaba jeans
gorra
y unos zapatos mal dibujados.
Todo él estaba hundido
en esa inocencia que sólo tienen
los minerales.
Junto a su brazo había
una inyectadora
fruto sangriento que permanecía
inmóvil
con una mansedumbre que aún
no me sé explicar.
Estaba solo
completamente
a la deriva en esa calle
demasiado extensa como para ser
otra cosa que la eternidad.
Algunos pájaros
volaban sobre su cabeza
dibujaban grietas
en la triste simetría de sus rasgos.
Eran de esos pájaros que
no entran en la niebla
porque temen ser borrados.
Todavía puedo verlos
o imaginarlos
sobre ese cuerpo
ese reloj roto
del que se habían ido
todas las horas.
Todavía puedo ver
cómo el tiempo se pudría
sobre esos párpados cerrados.

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Pasaje de ida

El tiempo es el hambre
pienso
la brutal música del hambre.
Miramos la
pantalla de salidas
y el próximo vuelo
y el próximo
y el próximo
todos despegando
con la precisión del olvido.
El tiempo es el
hambre
que vacía
las cosas desde adentro
eso que les regala
justo ahora
el paraíso duro de la espera
y la huida.
(¿De quién es este ahora?
¿a quién se lo robamos?)
los relojes no saben nada de esto
no pueden oír su arritmia
los ensordece.
Observamos las filas de gente
maletas bolsos tickets
recuerdos regados como aserrín por el suelo
para que no hagan ruido los pasos.
(¿Contra qué se escriben los pasajes de avión?)
El corazón es un órgano para la fuga
un órgano roído por minutos
por ratas
tercas implacables.
Escuchamos la cadencia
estúpida de los motores
el sonido del tiempo que nos
abre vetas en la carne.
Así suena el hambre
así así
suena como el próximo vuelo
como la música que se escurre
se repite
detrás de las paredes
erosionándolas
(pienso y) miro entonces
tus manos
como frutos
abiertos
enseñando sus semillas sus
carnes blandas
su piel
callada
frutos que ya no pueden
ser arrancados
a la boca del silencio
por nadie.

Adalber el escribienteAdalber Salas Hernández. Caracas, 1987. Poeta, ensayista, traductor. Licenciado en Letras. Ganador del II Premio Nacional Universitario de Literatura con el libro La arena, el vidrio: ascenso en tres movimientos (Caracas, Editorial Equinoccio, 2008), así como autor de los poemarios Extranjero (bid&co. editor, 2010; Común Presencia, 2012), Suturas (bid&co. editor, 2011) y Heredar la tierra (Común Presencia, 2013). Asimismo, ha publicado el volumen Insomnios. Ensayos sobre poesía venezolana (bid&co. editor, 2013). Han sido publicadas sus traducciones de El hombre atlántico, de Marguerite Duras ( bid&co. editor, 2013), y Elogio de la creolidad, de Bernabé, Chamoiseau y Confiant (bid&co. editor, 2013). Textos suyos, tanto poesía como ensayo, han sido publicados en distintos medios, nacionales e internacionales. Actualmente se desempeña como director de la colección Voces Iniciales en bid&co. editor, como parte del consejo de redacción de la Revista POESIA (Universidad de Carabobo) y cursa como becario el MFA en Escritura Creativa en Español de New York University.

Hermosas flores sobre las autopistas de la noche

Una selección de poemas del ecuatoriano Juan José Rodinás

por Juan José Rodinás

Poemas

  1. Hermosas flores sobre las autopistas de la noche
  2. Las Estrellas
  3. Desde un carruaje bajo la noche perdida
  4. Cuentito sobre los paisajes
  5. Tras recorrer la carretera en un Ford antiguo
  6. Sobre un cuento de Dino Buzatti
  7. La cámara de Tziga Vertov sigue filmando sola
  8. Después de la lectura de Alicia en el País de los Cuantos de Robert Gilmore

Hermosas flores sobre las autopistas de la noche

La noche pide: “inclúyeme en la imagen”, mientras alguien
llora en mi cabeza y nos perdemos.
Cuento los billetes para subir al tren
y la noche es un puente desarmado.
Estrellas cuentan. Cuentan los trenes.
Porque los trenes de esta casa solo van a esta casa.
La casa es pequeña: es más bien una habitación mía.
Los trenes sólo conducen a la mente de quien,
por esta casa, estuvo (y midió los atajos entre el cuerpo
y las estrellas dibujadas sobre el cielo vacío).

Te lo dije: billetes, escobas, fundas de basura
como largos lamentos. Pídeme sobrias explicaciones
como estrellas molidas. Sí. La noche me pide mis lamentos.
Hay letreros que dicen: Sex shop, consultorio, dinero.

En efecto, soy alguien que sólo es material
cuando sale del cuadro. ¿me ves perderme o,
al menos, enfrentarte, cuadro del cuadro de mi sueño?
Aquí acaricio un animal empedrado y áspero,
pero cuyas heridas son formas de una frontera en movimiento.

Estoy perdido dentro del cuadro y fuera del cuadro:
estoy perdido. Nunca en el límite que trazo velozmente.
La energía pide morir, pero canta para su flor en bruto.
La esfera canta (y dentro se ilumina el no lenguaje
como una marcha de obreros en el centro de una ciudad vacía).

Canta la probabilidad, canta la esfera de mi noche
donde crecen las flores encima de las cucharas sucias,
encima de las latas de cerveza y las cobijas húmedas.
Canta la probabilidad de tantas flores vivas o muertas.

La noche y sus anuncios duermen sobre mi bosque rojo
y se oyen mugir tractores que nunca conocerán
el horizonte sobre las arrojadas formas de mi brasa viva.
Estoy en el límite entre la llama que quema las pasturas
y el hielo que aviva esos incendios: y que inventa otros.
En medio de mis hablas un avión destruido recomienza
la esperanza de que las flores vuelen conmigo,
sobre un mundo en el sueño de todas mis autopistas perdidas.

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Las estrellas

No escribí: tribu de un hombre solo,
un hombre despoblado de hombre
también anhela cielo.

Escribir el horizonte
es mirar el cielo y pensar en algo que no sea nube.
Nube, dicción, grumo. Yo sé:
el hambre de estrella también mata,
la estrella mata por ausencia de fruto,
por ausencia de frase en bruto.

No hay humano que también hable astro. Por eso,
la letra no es eterna, la letra canta su caverna y cráneo
por eso el hombre no merece estrella,
sino cuchara, jarro de lata & péndulo.

Y, ahora, un hombre dibujado escribe a su obra muerta:
dame la llave de la casa que no existe para poder quemarla,
quedarme allí, quemarme de invisible:
el humo de la casa del NO,
la ruina de lo que NO me queda.

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Desde un carruaje bajo la noche perdida

Las flores blancas:
la narración interna de una luna que giraba
entre la flor y su extremo de agua.
Hacia: la descripción de un bonsái
en cuyo cielo mínimo nevaba.
Esto no es jardín: pero presta atención al detalle completo.
Tu decías que la zanja era de algún modo
como las estrellas sobre el bonsái
en la sala de la casa con hijos que jamás tendré.
He llegado a viejo demasiado pronto,
como si los banquetes de la vida
se hubiesen comido a sí mismos, en una cena
a la que yo no había invitado a nadie.

Y sé, después de todo, que esto también era soñar.
Un sol que, de pronto, se podía iluminar
a sí mismo y dejar que alguien se ocupe de toda la belleza.

Las cosas, las cosas, las cosas.
Y un río que, de pronto, existía también.

Y las estrellas.

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Cuentito sobre los paisajes

La irrealidad
describe el corazón de una oruga en la mente.
Si yo supiera dónde está mi mente
empezaría por describir algo:

la iridiscencia de un órgano ínfimo
solo palpable, tras la niebla de plomo,
con la mano de un niño.

Cerebro que resguarda las nervaduras negras
de la ante-mariposa.
Cerebro-caja de siete puertas
donde crece un baniano de niebla.
Cerebro-invierno
donde los animales muelen su estructura
para abrirse a lo blanco.

La irrealidad es una vela que se enciende.
Esta noche se quemarán los campos.

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Tras recorrer la carretera en un Ford antiguo

Hablas con una chica que acaba de morir.

¿Cómo te llamas, muchachita?
Posibilidad Sueño García de la Mente.
¡Mancha el corazón con esto!
¿Y qué es esto?

Esto es el sueño de un hombre
que despierta en un lugar inhóspito
y tiembla mientras dura este poema
-sobre tarros de gasolina-
forrado con pieles de una paloma de cartón.

Por eso, mi forma de llorar
es escribir sobre tus pies cansados,
mientras miro una casita roja
más allá del aeropuerto de la ciudad perdida
y de su bosque a la redonda.

Así ha sido mi vida,
la casa del detalle,
la voluntad de un pájaro por destruir su canto.

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Sobre un cuento de Dino Buzatti

Leo el evangelio de las cosas en el ojo del caballo:
una carretilla (que no entiendo,
pero que avanza con tripas arrastradas
sobre una carretera de hielo).

La nieve es nieve.
Leo la descripción de esa carretilla
y la palabra carretilla se copia aquí.
Eso leía o eso leo.

Leo una historia muerta
(fragmentos de objetos que no hay:
un pozo diseñado para imaginar
que hay un pozo ahí donde está el pozo).
Imagen que trucamos para que nos crean
cuando decimos la verdad:
la carretilla lleva tripas hacia la casa donde…

El caballo sueña un caballo inmolado
sólo para demostrar que hay sufrimiento,
pero lo que leo es un montón de vísceras
y un caballo sagrado por fuera de la foto.

En fin, entrar y salir del cuadro:
el propósito es mostrar que los caballos no corren libres,
pero podrían y ese podrían impulsa al caballo irreal
por fuera de la foto: la realidad es que la masa
de órganos un día atravesó el campo muerto,
entonces vivo.

Después de todo hay cedros (y rosas
clonadas en genoma laboratorio dentro y algunas
vacas) y hay cedros y cráneos de conejo y tarros
de basura.

Hay mucho campo muerto, pero el caballo
estaba vivo en el campo muerto, pero hoy yo estoy vivo
& muerto.

El caballo y yo estamos hechos de neuronas,
palos y piedras para que la gravedad no nos olvide.
El caballo y yo somos dos carretillas de vísceras
que nadie lleva.

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La cámara de Tziga Vertov sigue filmando sola

Si yo pudiera mirar la casa que tengo en frente.
La casa donde el gorrión espera
que el gorrión regrese
cuando yo,
mi cabeza en el agua,
perdido en alguien,
nunca en mí, regreso.
Si este ojo fuera mi ojo,
estaría mirando,
frente a frente,
realidad miraría,
aunque fuera sólo
una forma exterior del vacío que arrecia.

Si algo viera
vería una cabecita de trapo esperándome,
como si la hubiese sostenido mi hija,
como si la casa estuviese vacía para siempre.

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Después de la lectura de Alicia en el País de los Cuantos de Robert Gilmore

La nieve dibuja
una casa roja que no verás por ahora.
La casa roja está allí, pero tienes que esperarla un poco.

Dicen los que saben de algo
-y uno es El Ignorante-
que un copo de nieve se ha extendido en la península
bajo la mano y bajo la mano hay partículas de agua
entre la piel y el viento.

En esa imagen,
en un micropunto de esa imagen,
se desprende un quark extraño
porque es imposible,
de un neutrón de un átomo hidrógeno
porque es imposible
hacia el paisaje, se desprende el antineutrino
en la paleta de tres colores.
Un quark extraño se desprende
porque es imposible.

Entiendo que esto, el hombre común,
-como yo que aquí sólo imagino-
sólo puede –también- imaginarlo.

¿Puedes imaginarlo conmigo?

Un racionalista lo habrá pensado diferente,
pero lo cierto es que la nieve ha derribado la casa
para dar sentido a esta precipitación de lluvia
y de partículas, cómo no, elementales.

Se teje la materia punto tras punto
-del punto al punto-
hay un color de encaje entre los hilos
del quark encanto al quark arriba,
del quark extraño al quark abajo
del quark fondo hasta el quark cima.

Un cielo imaginado sería suficiente
para que este neutrón tenga hogar en la casa de la vida.

Cielos claros donde un mirlo es ordenado,
monseñor de las estrellas de los valles vacíos,
ruiseñores quarks vuelan sobre la cima del neutrón.

Todo está en todo- reza el adagio.
El color reúne.

Rojo que no es rojo: ¿un antirrojo?
Verde que no es verde.
Azul que sólo es azul a veces
-azul del antiazul a veces-
como ahora que la nieve se derrite y la pala del granjero
se hace visible.

El color da sentido, pero es irreal.
Desde abajo de la materia el gluón pega lo invisible,
pero es casi tan irreal como tú y yo mientras leemos esto.

Pega lo invisible.
Pero tú has visto que no hay nada que ver.
El mundo
-y su baile de quarks-
de pronto es sólo el mundo
y la primera
y la única mariposa.

 

SONY DSCJuan José Rodinás (Ambato, Ecuador, 1979) es el seudónimo de Juan José Rodríguez Santamaría, nombre bajo el cual publicó sus primeros libros. Estudió literatura y periodismo en Quito. Hizo cursos de traducción en Madrid. Ha publicado Los rastros (Quito, 2006), Viaje a la mansedumbre (Barcelona, 2009), Barrido de campo (Arequipa, 2010), Código de Barras (Quito, 2011), Cromosoma (Quito y Santiago de Chile, 2011), Estereozen (2012), Anhedonia (Popayán, 2013). Ha sido incluido en varias antologías. Además, ha publicado varios ensayos sobre poesía ecuatoriana e hispanoamericana. Ha obtenido el Premio Internacional de poesía joven La Garúa, entre otros. Algunos poemas suyos han sido traducidos al inglés y al francés.

Realidades Mentales

Selección de poemas de Marcelo Morales

Poemas

  1. Tres líneas blancas en mi pulóver rojo
  2. Estaba en el Paseo del Prado
  3. A Mariela Stuart
  4. Alguien me habló de un poema de Miguel Ángel
  5. Recuerdo tus pies descalzos en el parque
  6. A Migdalia y Roberto Branly

Tres líneas blancas en mi pulóver rojo.

Tres líneas blancas en mi pulóver rojo. Todo esto para nada,
en el baño del bar pongo la mano en la pared para mear.
Mi muerte: Tres líneas blancas en mi pulóver, ahora ya tengo treinta,
el país está detenido, pero el tiempo no.
La vida a esta edad, parece corta.
Tomo cerveza con “poetas”, uno me llama colega.
Nadie más preocupado por lo que se dice de la poesía que un mediocre.
Me he creado este vacío, ellos piensan que yo pienso.
La periodista dolida juega a capuletos y montescos,
sin amor.
No hablan de lo que digo sino lo que de eso entienden.
Pobres cristos, como si lo que yo pensara tuviese importancia,
como si la literatura la tuviese.
He visto las camillas en los pasillos, las luces tenues,
las caras de los que van a morir.
Aluminio descascarado, restos de pizza, tu mirada sobre el mundo.
La poesía no puede ser oficio, el arte es arte, no artificio, les digo,
no es un proceso cultural, es un proceso del espíritu,
es mi espíritu en contacto con el mundo, mis manos tocando la pared,
la percepción.
Tres rayas blancas en mi pulóver rojo. El agua temblorosa del garaje.
Mi vida, y todo lo que la rodea se reúne en el presente.
Los poetas ya se fueron.
Pinga, ya tengo treinta, pienso, una y otra vez, miro el salero.

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Estaba en el Paseo del Prado

Estaba en el Paseo del Prado, un festival de poesía,
más seco que un ladrillo en el verano, recordaba ese poema de Bukowsky.
Antes, me había levantado, había visto el mar chocando contra el muro.
Mis amigos, se habían ido todos de la isla, en la punta los leones,
y llegaron esos tipos de nuevo a hablar de poesía,
mis amigos se habían ido todos de la isla, mis amores.
Manda pinga, me dije,
yo tenía una tristeza más grande que una mosca.
Aunque creo haber visto un gato blanco moverse entre los charcos.
La piedra del muro gris estaba fría, estaba negra y mohosa y estaba fría.
Afuera los demás hablaban de la forma, el contenido.
Gato blanco, gato blanco.
Aunque creo haber visto un gato blanco moverse entre los charcos.

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A Mariela Stuart

Ahora me gusta saber que voy a morir, que tengo poco tiempo, mis manos,
me gusta tener conciencia de que van a podrirse, cada minuto vale el doble,
existe la vida de la periferia y la del centro. Lo poético es estéril.
El lenguaje es mi doble. Vocación de estar tan solo, vocación.
El objetivo no es producir una obra perfecta. El objetivo no existe.

Dolor de espalda, recorrido por la casa, me llaman y me dicen que ha muerto Watanabe, hablé con él en Lima meses antes de morir, me dejó su mantis religiosa, y el recuerdo de una voz amiga en el teléfono, el encuentro pospuesto. La garúa.
Me pregunté siempre cómo se podía ser tan amable, algunos seres llegan a esa luz, evolución, después de todo, me digo, quizás, la poesía sirva para algo.

Casualidad:
En la televisión un programa sobre la mantis.
No me aturden tanto las cosas sino sus relaciones,
la lógica de mi vida es la de su relación con el mundo. (P)

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Alguien me habló de un poema de Miguel Ángel.

Había perdido a su amor, se asomaba a la ventana pensando que oiría las trompetas del juicio final, abrí la ventana seguro de que vería, el hongo atómico. El cataclismo global. Mi vecina regaba las plantas, como todas las horas, de las mañanas, todas. (P)

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Recuerdo tus pies descalzos en el parque

Recuerdo tus pies descalzos en el parque, íbamos a comer pizza con tu hermano. Recuerdo saber, estar enamorado, era algún segundo de 1999. Aquella noche, junto a los libros, hicimos el amor, por primera vez, hicimos el amor, como en los cuentos, recuerdo la luna, la luz blanca. Si pudiera volver, lo haría de igual modo, incluso, lo malo del amor, era igual a la luz.

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A Migdalia y Roberto Branly.

Mi tía lee los poemas de mi tío cuando cae la tarde.
En un mundo que se apaga en un mundo que se aleja.
Me pregunta si recuerdo las cosas que me decía Guillén.
Los cuentos de Lezama.
Nunca le hice caso a esa herencia.
Mi tía lee los libros de mi tío cuando cae la tarde.
En un mundo que se apaga,
soy testigo de ese amor.
En la tierra,
es la única que lo extraña
que en verdad lo recuerda.
Uno da el amor de la gente que lo ama por sentado,
uno da el amor como derecho, en un mundo que se apaga,
en un mundo que se aleja.
Me habla de los poetas muertos
de Padilla, Baragaño, de Nogueras.
Mi tía lee los poemas de mi tío cuando cae la tarde
En un mundo que se apaga
en un mundo que se aleja.
soy testigo
de ese amor.

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Marcelo-Morales-Jan-2014_edited-11Marcelo Morales Cintero. (La Habana, 1977). Poeta y narrador. Es graduado de Licenciatura en Historia por la Universidad de La Habana, y cursó un Diplomado en Lengua y Cultura Italiana por la Universitá per Stranieri di Perugia, Italia. Actualmente trabaja en el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos.

Sobre la lluvia cae la ciudad

Una selección de poemas del escritor ecuatoriano Juan Carlos Moya.

SOBRE LA LLUVIA CAE LA CIUDAD

1

San Francisco de Quito.
Temperatura: siete grados centígrados.
Mañana con posibles lluvias dispersas.
Café.
La ventana gris.
La ciudad gris.
Después, un cigarrillo.
En el jardín de la casa el silencio cultiva las flores más bellas.
Un perro echa a trotar bajo la llovizna. Y yo me aventuro detrás de él.
Juntos, olfateando las calles mojadas, ladramos perdidos.
Sin la convicción de morir aquí, busco la salida.
Entonces, el viento y yo cambiamos de dirección.
Hacia el sur, siempre el sur.

2

La vida es lo que hacemos todos los días.
Lo mismo. Esa rutina. Lo que hacemos hasta que llega la noche.
No es lo que soñamos.
No es lo que queremos ser.
La vida es lo poco que hacemos, es lo que ya hicimos ayer, aunque mañana sigamos soñando hacer otra cosa.

3

Hay en cada beso tuyo una pequeña imperfección que se borra con el licor.
En el parque me das tus pies para calentarlos con mis manos.
Hemos rodado la noche como lobos de fiesta.
Rodeados de árboles nos acogemos al tiempo que se extiende y nos separa.
Querida, hemos coleccionado –sin saberlo– solo barcos hundidos.
Anoche, el río Machángara volvió a crecer.
Hoy –lejos de la tormenta– observamos juntos la caligrafía de un pájaro en el cielo.
Me pides huir a la ciudad vieja.
Hacer el amor pensando que otras mujeres hacen también el amor.
Tomar helados y mirar las iglesias.
De pronto ríes e inventas que eres mía.
La noche, sin remedio, te envuelve con su gas natural.
Encuentro más licor y bebes.
Sobre la lluvia cae la ciudad.
De lejos viene cantando la plaza y somos expulsados al nuevo día.
Ya sé que no volveremos a vernos.
Aquí me despido y permanezco —obligado por alguna vocación antigua de mi cuerpo— deseándote como ya te habrán deseado otros hombres, mucho tiempo atrás.

JUAN CARLOS MOYAJuan Carlos Moya (Ecuador, 1974). Es autor de la novela Caballos en la niebla y del libro de relatos El Cráter. Ha trabajado en prensa, radio y televisión. Recibió el Premio Nacional de Periodismo Jorge Mantilla Ortega por el conjunto de crónicas “El oficio de vivir”. Sus cuentos constan en antologías de Ecuador y España. Sus artículos y estudios relacionados con arte, cultura y comunicación han aparecido en periódicos, revistas y editoriales tanto de Ecuador como de otros países. Actualmente está escribiendo su segunda novela.

El día de hoy

Una selección de poemas de la colombiana Camila Charry Noriega

[alert type=»yellow»]Nota del editor: Estos poemas fueron publicados previamente en el libro El día de hoy de Garcín editores[/alert]

Poemas

  1. 20.
  2. 10.
  3. 45.
  4. 47.
  5. 36.
  6. 4.
  7. 1.
  8. 3.
  9. 33.

20.

El perro muestra frenético sus dientes
y corre con su presa entre la boca
llanura adentro;
ha sido largo el suspiro exhalado por el que ahora es un cadáver
banquete que entre mordiscos el hambre y el instinto riñen.
El perro cruza luego la noche,
la tiniebla que para él resulta el mundo humano.
Jadea, lame las magulladuras de sus días
sabe, entiende
qué son la soledad y el destierro,
pero desconoce la función del tiempo,
su impostergable cometido;
envejecerlo todo, acabarlo todo.
Como el perro
mis labios riñen con la vida y tragan luz,
jamás sacian su hambre,
ya adentro la luz es un rayo
y se extiende por las entrañas del cuerpo
que también cruza la noche
magullado, solitario,
consciente de que será cadáver,
banquete del tiempo;
ese otro perro
que llanura adentro, noche adentro, todo lo devora.

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10.

Olvido todo.
Menos a un perro amado, menos su ternura,
su enfermedad.
Humo la memoria que lo trae de vuelta (Aquí una corrección)
que desconoce mis manos
y las horas felices.

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45.

Pagarás por tu silencio
y por tus palabras
por tu falta de pudor
por haberte hincado ciego
ante los dioses de la tarde.
Pagarás por haberles ofrecido los riñones y los labios
por dejarlos oler tu bilis y tu miedo
por llorar
y por amar
el oscuro ministerio de lo ausente.

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47.

La palabra ha muerto,
sin ella
¿Cómo nombrar a Dios?
En el silencio,
en la ausencia de palabra
el mundo flota como una idea
ensombrecida, virtuosa
y también Dios,
su lenguaje hecho de capricho humano
de humana incertidumbre.
Ahora, cuando no hay palabra
cuando el lenguaje abandona su servidumbre,
su súplica, aún digo:
-Dios, sálvame de tu furia, dame luz y sed
protégeme de mí misma,
aunque sea haz que en mí las palabras digan algo
traigan algo
revelen alguna verdad
si es que acaso existes-.

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36.

Ronda esa canción
en algún lugar de la mañana
o en mitad de la tarde como una golondrina
que presiente en la lluvia otros órdenes,
otros ministerios.
La música,
cóncavo esplendor sobre el tiempo y el espacio,
más allá de las horas y el recuerdo.
Encantamiento, invocación de sombras.
Así también resbala mi corazón,
cuando la luz de algunas mañanas
cruza a través de la neblina
y otra vez,
por un instante,
tristemente apareces.

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4.

A la noche dejo mis ojos
como dos erizos boca abajo.
Adentro,
el agua que llenó mi cuerpo
es otra palabra
por sólo la que resbalo
ribera abajo
sin deseo ya de tierra
de piel.
Sin deseo.

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1.

Era por estar vivos
que nos desnudábamos
y reconocíamos
la furia en la espesura de la noche
y era
por este apego a la carne
que día tras día
las manos quemadas por tanto sueño
arrancaban de las espinas
la luz roja de la tarde.

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3.

Somos los desterrados
los que se miran
desde la desgracia que habita
todos los finales.
Somos los que rasguñan la entraña de esa fiera
que llaman Dios
para que sangre y llore
porque no podemos retener el tiempo
y su vértigo
en mitad del cuerpo.

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33.

El deseo también es olvido.
Los dos adentro, incrédulos, solitarios
lamiendo el hueso del que pende
cualquier ilusión.

Camila Charry 1Camila Charry Noriega nació en Bogotá y trabaja como profesora de literatura. Tiene publicados dos libros de poesía: Detrás de la bruma (2012) y El día de hoy (2013). Sus poemas y reseñas han aparecido en diversas revistas y magazines. Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés y al francés. Hace parte de la antología Una mirada al Sur en Argentina, Poesía colombiana del Siglo XX escrita por mujeres y de la Antología del decimoséptimo Encuentro internacional de poetas de Zamora, Michoacán. Fue finalista y obtuvo en el 2012 el segundo lugar en el decimosexto Concurso de poesía Ciro Mendía.

Aridez

Una selección de poemas del colombiano Zeuxis Vargas

Poemas

  1. OASIS
  2. INTERVENCIÓN
  3. SINÉCDOQUE
  4. ORFANDAD
  5. POEMA DE LA HERRUMBRE
  6. LOS TUAREGS
  7. GRANOS DE ARENA

OASIS

Hay en su piel menuda
Astrágalos alfombrando el fondo
Y donde la arena se humilla
El alga se arrastra como un náufrago
Dicen que todos los años se ahoga un hombre
Que toda la laguna es una abominación
Y entonces las palmeras
Parecen seres extraviados en el fango
El agua perdura
Insiste
Mientras
Con miedo
La rodea el olvido…
Muere un hombre,
Todos los años,
De sed

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INTERVENCIÓN

Y yo te buscaba
Te cazaba,
Tu sombra huía.

No fue accidental este rumor
Esta historia creciendo hasta ser una sola palabra.

Denominé a mi forma de saber que existías
Un milagro.

El color de la cosas, la liberación de la realidad
Eran intolerables cuando sólo pensaba en ti.

Había mucho de común entre nosotros
-Digo-
El momento preciso para derrumbarse
Y sentir que algo valía…
De antemano, teníamos la infancia
El lugar hollado por la voz
Y la canícula.

Allí
Calcinamos todas las insignias.

Perpetramos una liturgia triste
Que ahora
Es nuestra señal entre las cosas
Y el mismo dolor
y hasta el mismo rostro estupefacto
y el mismo resto del amor tan devastado.

Eso bastaba para muchas cosas.

Constantemente
Codifiqué
Compensé con designios
Lo que no entendía.

Pero tú,
No existías,
Estaba en otra parte,
Inadmisible.

Sin embargo

Yo te buscaba

Imposible.

Uno termina
Uno empieza.

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SINÉCDOQUE

Esta vena arrinconada
De hombre,
Alejada por la ausencia
También extraña.

Altera
Angustia
Como si buscara el tiempo
Pero estás tan lejos
Que ya no sé qué es la distancia.

Allá es de día
Aquí, casi todo,
Parece fermentar,
Se ulcera
Y entonces,
Tengo que inventar ciclos
Llamamientos
Espasmos con huella
O con señal de urgencia
Como alas emigrando
Como cornamentas huyendo.

En la noche te imagino:
Devorando,
Ocupándolo todo.

Más allá de la liturgia
El hombre y la mujer
Tienen el mismo deseo
La misma emergencia
Y los sentidos.

No te culpo:
No era la hora
No era el lugar
No era este universo
Pero…
El silencio te insiste.

Simplemente,
Es la sangre,
Esa cosa que sufre,
Que gotea,
Y se seca,
Árida.

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ORFANDAD

Dónde la catedral
Con sus pasión por el abandono.

Dónde
La viacrucis señalando la desidia.

A veces espeja en la reverberación
Ese lugar,
Un pórtico
La terminación del desierto…
Pero es el aire y la canícula
Solamente.

Esas cosas
Esas perversas cosas que no mienten
Podrían ser un ícono de su reino
Pero
Dónde las naves con su solemne olvido
Dónde
El atrio con sus quejas.

Cuál es el terreno preciso para hollar
Para establecer esta enferma eucaristía
Y la desaparición
Y la ausencia.

Qué Dios olvidar
O Empezar a odiar

La mirada perdida sabe de estas cosas
Donde no hay silencio

Miro mi cuerpo
La posesión más cercana
Al desamparo

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POEMA DE LA HERRUMBRE

Los hierros intentando el amor de los manglares
Y las rejas
Como palafitos donde se alza el viento
Resguardan.
Todo es impenetrable.

Allí donde se pierde el vacío
El sol custodia.

Guardián de Hesperia
Aguarda
Celoso
Que la arena se arrebole
Para dar inicio al laberinto.

Una partícula de roca
Escapa
Rueda hasta los pies de la viajera,
Desaparece el espejismo.

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LOS TUAREGS

El aprisco bala,
Sin cesar,
Hacia la irisación de la noche.

Hay rocas afirmando,
Sosteniendo la arena.

A veces
Yo huyo,
Sombrío,
Arreo mesnadas de cosas que no fueron,
Y me desvanezco,
Es necesario.

Hay una escritura, en el desierto, muy hostil:
Se basa en la media luna del alfanje
Y en el serpenteante hecho de estar solo.
Oficia con las palabras hasta arderlas en olas
Le pone silencio a los rostros.

Sobre la duna
Una horda
Forma el cenit
Esa otra apariencia
De ponerme de frente
Ante tus huestes.

No son alucinaciones
Estos tuaregs,
Furiosos,
Embistiendo
Ya encima.

La luz refractada por el aire,
Inquieta,
Es el único artilugio:
Espeja
Mi distancia.

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GRANOS DE ARENA

Yo oficio la distancia
La queja queda
El túmulo de espacios sin nombre
Las horadadas faltas del silencio

Esta arquitectura es la del olvido
Y sin embargo
En los granos de arena
Nace el cuarzo

zeuxis_vargasZeuxis Vargas (Bogotá, 1981). Licenciado en psicología y pedagogía. Sus obras y ensayos han sido publicados en revistas como Quimera, Asterión y Rara-Avis. Ha sido catalogado en el centro virtual de la biblioteca de Harvard University. Parte de su obra poética ha sido publicada en la antología “Nueva visión de autores cundinamarqueses”. Sus poemas y ensayos han aparecido en varios sitios web de literatura.

Nos han dejado

Una selección de poemas de la colombiana Lucía Estrada.

Poemas

  1. NOS HAN DEJADO
  2. EL SILENCIO ME TOMA
  3. SÓLO UN GESTO
  4. ¿SABES CUÁNTO?
  5. CUANDO LA NOCHE SE INCLINA
  6. ESPERO EL MOMENTO

NOS HAN DEJADO

NOS HAN DEJADO verdaderamente solos en medio del agua,
de su noche grave y espesa.
No en la superficie,
no en el fondo,
entre los pliegues.

Y allí soñamos las formas,
peces que se devoran entre sí,
sustancias y sales y fuego
en su primera altura.

Pero hay un arriba y un abajo, decimos,
y somos parte del secreto.

Lo que nos mantiene es no saberlo con certeza,
intuir que somos las columnas y el corazón único
de ambos reinos.

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EL SILENCIO ME TOMA

EL SILENCIO ME TOMA del brazo
y como al niño ciego me conduce.

Algo en mí percibe su brillo de abeja misteriosa,
su enorme cuerpo invisible en el que palpitan
la sangre de antiguos dioses, los árboles de la infancia,
el mar de lo desconocido.

Queda su temblor en el aire.
Puedo tocarlo,
palpar sus formas, escuchar el sonido que produce
al entrar en el cuerpo vivo de una palabra,
la oscura vibración del silencio
cuando mi corazón
pulsa sus cuerdas.

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SÓLO UN GESTO

SÓLO UN GESTO para saber que todo se corresponde,
que no estamos en orillas opuestas.
nombrarlo,
de creer en lo que no se conoce,
en lo que juzgamos niebla y abismo.
Que todo huye de la muerte y así va por el mundo.
Que la vida es lo que siempre queda al final de la página:
ese temor de sabernos, de insistir en el vacío que se deja
entre una línea y otra
para señalar lo imposible.

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¿SABES CUÁNTO

¿SABES CUÁNTO ha resistido la piedra? ¿Cuánto el desierto?
¿Y la profundidad del agua? ¿Cuánto? ¿Y sabes tú
qué silencio rodó bajo los párpados, qué palabra cristalizó la lengua de los muertos?
¿Por cuánta oscuridad y quietud fueron rodeados?
sentido sus visiones? ¿Sabes, acaso,
qué se quedó por decir? ¿A quiénes acudieron,
bajo qué luz, a qué oído hirieron con sus voces?
El viento trae consigo la respuesta,
y en secreto la devolverá tibiamente a la nada.

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CUANDO LA NOCHE SE INCLINA

CUANDO LA NOCHE SE INCLINA y parece que pronuncia tu nombre,
hundes tus manos en la oscuridad
y buscas a tientas el cuerpo inabarcable de tu memoria.
Ese pálpito en la punta de los dedos,
la densa respiración de todo cuanto existe, te obliga a permanecer en la sombra.

Ninguna imagen tiembla en el espejo. Ninguna superficie se apiada de ti.

Todo está vuelto sobre sí mismo
y nada consigue reflejarte. Una pausa, y el tiempo detenido
cae sobre tu silencio.

Cuántas palabras a punto de oscurecerse bajo tu lengua.
Cuánto deseo en los ojos que se abren por última vez.

Apártate un poco y comprende que nada podría ser el inicio ni el centro
en este cuarto cerrado. Que todo será dicho de golpe
en mitad de la sombra
y muy lentamente.

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ESPERO EL MOMENTO

ESPERO EL MOMENTO de reunirme con mi sombra
que avanza del otro lado del muro.
Presintiendo su cercanía, todo lo que huyó de mí en las horas muertas,
se agolpa en mi corazón oscureciendo el paisaje.

Sin embargo, ¿qué sabe la luz del encuentro de unos ojos
con aquello que han buscado desde siempre?

¿Acaso no pertenece a la noche su pregunta por el ángel
que vuelve cada tiempo y nos restituye lo perdido?

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Lucía Estrada 2012Lucía Estrada (Medellín – Colombia, 1980). Ha publicado los libros de poesía Fuegos Nocturnos, Noche Líquida, Maiastra, Las Hijas del Espino, El Ojo de Circe y El Círculo de la Memoria, Cuaderno del Ángel. Con su libro Las Hijas del Espino obtuvo el Premio de Poesía Ciudad de Medellín (2005). Sus textos han aparecido en varias antologías y publicaciones del país y del exterior, y han sido parcialmente traducidos al inglés, francés, italiano y alemán. Durante cinco años fue parte de la organización del Festival Internacional de Poesía de Medellín. En 2009 fue nominada por la UNESCO al Premio Internacional de Poesía “Ponts de Strugas” de Macedonia. Ese mismo año obtuvo el Premio Nacional de Poesía Ciudad de Bogotá con su libro La Noche en el Espejo. Actualmente hace parte del comité editorial de la revista literaria Alhucema, Granada-España y es coordinadora cultural de la Corporación Otraparte.

Entonces jugar

Una selección de poemas del escritor venezolano Juan Carlos Vásquez

ENTONCES JUGAR,

nadando evadir lo que el ojo no ve,
al zig zag desunir el orden alfabético
de las trampas,

en favor de la vida como una fiera
para sacar alertas rasgando velos y membranas
hasta que un pájaro cante avisando que hay otro día,
que hay otra oportunidad en la serie infinita
inhalar-exhalar.

(LA PERSONA QUE NO SE ES)

Nos observa como pesadilla,
repite nuestro nombre
se afinca en nosotros,
lo hace sin cuidarse disponiendo
de todos nuestros secretos
y los exhibe
hasta hacer izquierdo lo
derecho,
fatigar, volver a fatigar
y al centro
condensando el silencio
a tu figura

Juan_Carlos_Vasquez_pdcJuan Carlos Vásquez (Valencia, Venezuela, 1972). Autor del libro de relatos Pedazos de Familia (Estival teatro, Venezuela 2000). Otros textos han sido publicados en diversos volúmenes colectivos y antologías en Chile, México, Estados Unidos y España; asimismo en columnas periodísticas del Diario El Impulso (Barquisimeto, Venezuela). Formó parte del proyecto Literario y artístico “Mirages from an Unreal World” by Laura Orvieto, Author house (New Jersey, Estados Unidos 2010). Integrante del grupo cultural Spanic Attack (New York 2004). Obtiene distinciones en los Concursos de Poesía Pro lingüístico y Multimedia Premio Nosside (Calabria, Italia), Edizione 21/2005, Edizione 22/2006. Semifinalista en el Concurso de poesía Pasos en la Azotea (DF, México 2006). Reside en la Coruña, España.

La casa ilusoria

Una selección del poeta colombiano Santiago Espinosa.

[alert type=»yellow»]Nota del editor: Estos poemas fueron publicados previamente en el libro Los Ecos.[/alert]

Poemas

  1. El Carnicero
  2. Tintas Frescas
  3. X
  4. XV
  5. La casa encantada

La casa ilusoria

Como un árbol
que se abre camino en la mitad del mar,
la casa, su olvidado lenguaje de peldaños,
de redes y vacíos luminosos,
nació en el sueño del arquitecto.

“Una casa”, se dijo,
“huella de la vida,
que tenga por rostro
la prudencia del anónimo…”
“Que interprete la montaña
sin cortes sin remedos.”
“Pura y aislada como la hoguera.”

Y de la casa surgieron moradores.
Sus altos muros
fueron perdiendo la extrañeza,
cuando por el pasillo circularon las visitas
haciendo de los rincones escondites,
refugios,
donde la hombría pudo llorar las deudas
de rejas para dentro
y habría de llegar el sexo
a la lengua de los niños.

Sonaron los estruendos de cada noticiero.
El abandono
en las caídas del fútbol.
También hubo películas dobladas
que hablaban del África,
de una aridez distinta
a la que comenzó en los muslos
y terminó en el trazo de los rostros.

Fueron muchos los recuerdos
que se robó la mansarda.
La capa adusta del abuelo,
Caracoles de ecos prófugos.
Los niños jugando a la guerra
con sombreros de copa
o emprendiendo la caza del Mohán
en la selva imaginada.
Mientras tanto, en la noche, los otros
oían a su conciencia traquear en la madera,
dando sus primeros pasos.

En medio de los aromas del melón, siempre distintos,
viendo la luz colarse en los vitrales,
por la ventana entró el sonido
de un antiguo clarinete,
poblando la casa de fantasmas
y de barcos que se hunden.

Con el adiós de los nardos, creciendo en la portada,
quizás solo hubo tiempo de mirarse a los ojos
para estrellar las copas de cara a la montaña.
Hubo tiempo de alzarlas
y volver a brindar por los ausentes.

La obra estaba completa.

Para Guiseppe Volpini.

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El Carnicero

La materia
“diáspora de estrella”,
es para Don Orlando
kilos
peso tibio entre las manos.
Y el tiempo, del negro al blanco,
le zumba al oído
como moscas en la tarde.

Entre lomos, caderas,
blancos puñados de grasa,
pasan los días de Don Orlando.
Por eso alza las carnes al hombro
sin pensar en los cortejos.
Lee los mensajes de las fibras
sin detenerse en augurios.

No hubo pudor cuando
besó a su hijo entre placentas.
Cuando lo tuvo en los brazos,
y en los ojos del uno y del otro
la misma bruma,
sus manos, sin saberlo,
imitaron la balanza romana.

Las vísceras del hijo se velaron,
al ver la luz por el cuchillo de otros.
Don Orlando no hace conjeturas,
su madre le enseñó que era malo especular.
Y sin embargo
no olvida la bendición
antes de hacer los cortes.
Hay que lavarse bien las manos
sin importar el precio del jabón.

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Tintas frescas

“Ah y es de nuevo la mañana.”
José Manuel Arango.

Interrumpiendo el sueño
con rumores y presagios
pasa la moto del periódico.

Implacable –es su trabajo-
va esquivando botellas, pétalos,
las ruinas de una noche larga.
Lleva en su carga
el día que comienza.
Las palabras
con sus muertos
a cuestas.

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X

Sigue el camino de una calle cualquiera.
Aroma del pan recién cortado
mensajes de orina secándose en los muros.
Sigue el camino, no te detengas,
el rostro de tantos muertos
te acompaña.

Óyelos. Lejos del miedo.
Sus huellas ondas
repiten tus pisadas.

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XV

Puede que al afirmar en lo disperso
robándole al silencio
sus espacios justos
repase las huellas que otro pisó
y sean estos espacios entre letras
las voces ahogadas de los muertos.

Salvada mi torpeza
ésta palabra hallada
cortada
lentamente ganaría la noche
y de lo blando un eco
volvería a nacer.

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La casa encantada

Por la mañana tumbaron la casa de la esquina.
Las palas del buldózer araron los cimientos
y el sol de las doce
cayó sobre las piedras solas, sin sombra,
donde antes se sentaban los armarios
y la mesa del café.

Luego llegaron los ingenieros,
traían la sombra a sus párpados
en un gesto militar,
cuando de las montañas azules, pétreas,
manaba un humo blanco y taciturno.
Alguien dijo: “son tiempos de incendio”.

El aire estaba sepultado por el calor.
Entre las ruinas traqueaba la madera,
cediendo, haciéndose polvo en sus termitas.
Nadie lo había notado
pero el buitrón nos tapaba un edificio
y donde antes estaba el techo se escondía todo un barrio:
centros comerciales, esquinas de marihuanos.
La vista de la ciudad –que tantas veces contemplamos-
tenía un brillo desconocido.
Ya no estaba la casa que censuraba nuestros ojos.

Los ingenieros alzaban la cabeza
y proyectaban la mirada hacia el cielo
imaginando edificios babilónicos.
Uno contaba pisos invisibles,
otro miraba el incendio
como un presagio, como una seña
que nunca se cumplió.

Ninguno de nosotros buscó tesoros en las piedras.
Ninguno se tomó la molestia de preguntar
por el armario, las luces sin sombra,
los ruidos estáticos donde no había cuerpos.
Nadie lo pensó porque teníamos que buscar otro escondite,
otro refugio, y otra vista,
para poder matar el tiempo
frente al tímido espectro del incendio.

Santiago EspinosaSantiago Espinosa (Bogotá, 1985) Crítico y periodista. Profesor del Gimnasio Moderno de Bogotá. Egresado en Literatura (2009) y Filosofía (2010) de la Universidad de los Andes. Ha escrito artículos y reseñas para medios como Alforja y La otra, de México, Revista Poesía, de Venezuela, de la que es miembro de su consejo editorial, la Revista Casa Silva, El espectador, El Tiempo y La Hoja de Bogotá, del que fue jefe redacción hasta su desaparición, en 2008. Escribe habitualmente para la revista Arcadia desde el año 2007 y mantiene un blog quincenal sobre poesía y crítica en www.hojablanca.net que se titula “Correos del diablo”. Es el encargado de las labores de difusión y divulgación de la temporada de Ópera de Colombia.
Poemas y ensayos suyos han aparecido en diversas selecciones de Colombia y del exterior. Los ecos, su primer libro de poemas, fue publicado por Taller de edición en Mayo de 2010.