Archivo de la categoría: Poesía

Terral y Siega

Una selección del poeta colombiano Felipe García Quintero

Nota del Editor

De Terral (2013) Premio Nacional de Poesía “Eduardo Cote Lamus”.

Poemas

  1. La Vaca
  2. La Tarde
  3. Al Sol
  4. RES
  5. La Cabra
  6. Con amor de piedra

LA VACA

Bosteza la vaca de ojos mansos.
La hierba cómo abriga.

Sobre su lomo latente la garza
camina y camina.

El silencio cuánto espera
si en la tarde se detiene el viento del sueño
y las nubes se espabilan.

El sol de mis cenizas abraza el sosiego.

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LA TARDE

Rigor del aire la montaña erguida de la tarde; la espina en la mano solitaria es la distancia.
Así por siempre la desnudez del cielo, con la piedra, su vigilia y voz lejanas, quedan como pasos de otras tantas ramas.
Ante el muro arde la blanca línea del paisaje.
Tan próxima la flor del latido que oculta la hierba del aliento reverdece.
Rostro de la sombra es también la mirada, el goteo incierto de la luz exacta.
Ya en el corazón del latido asomará la mañana.

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AL SOL

Pocas letras tiene el cuerpo a su lado
para decir la luz de todo lo mirado.

Cuánto olvido en la mano se inclina
si callada en la noche la sombra camina.

Como el árbol sin ser más visto crece
por siempre en lo que ahora perece.

La flor que aún no brota del aliento
es agua que todavía no bebe el viento.

La mañana libre y solitaria clama
a la hierba el leño del sol en su rama.

Mar del aire y en el cielo empezando a latir
el corazón de bajeles cruza un solo sentir.

Si la sombra del sol fue la última semilla
la mirada deja en el rostro del río otra orilla.

Del polvo es el comienzo de todo vuelo
la ceniza que abriga la voz del consuelo.

Y para lo pequeño del nombre está el rayo
si el sol de la tarde ilumina lo que callo.

De Siega (2011)

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RES

I.

La vaca muerde la hierba
y su aliento estremece la luz del polvo lunar.
Temblorosa es la música entre sus patas,
hondo el respirar del viento.
La cola que aparta las moscas
flota, rema.

II.
La vaca llama a ser vista por sus grandes ojos abiertos.
La lentitud y no la hierba es lo que cavila en la paciente sombra.
Tiento la tierra que la junta al cielo.
Montaña de sólo aire el pensamiento donde se despeña el silencio.

III
Arriba en la montaña,
inmóvil, una vaca sola pasta.
A su sombra mis ojos buscan refugio.
La vaca mística de la infancia
sobre el llano alto, casi en las nubes.
Un poco de ese fulgor toca mis manos,
sólo entonces, en cada piedra, el horizonte nuevo.

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LA CABRA

Como Umberto Saba, he hablado a una cabra. Y como hoy yo mismo, estaba sola en el prado, atado, como ella también de noche, a un viejo laso, ahíto de hierba. Bañado por la lluvia, igual, balaba.

Ese su balido, como ahora el poema, era fraterno a mi dolor. Será porque yo hablé primero que la cabra entonces se acalló. Y porque el dolor es eterno, dice el poeta, tiene una sola voz y nunca cambia.

Mi voz escuché al gemir de la cabra solitaria.

De Mirar el aire (2009)

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CON AMOR DE PIEDRA

El pájaro mira el cielo cautivo en el agua.
Gota a gota lo rompe.
Y a sorbos el reflejo de las alturas.
Al tornar la mirada del aire
—ese volver al aire la mirada—
llenos de sed sus ojos tiemblan.

Dios.
Viento que llevas en mi mano la luz tan lejos.
Doras con tu aliento este barro triste.
La dócil arcilla de todo cuanto somos en tu solitario latido eterno.

(Inédito)

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FELIPE GARCÍA QUINTERO

Foto FelipeNació en 1973 en Bolívar, Cauca. Ejerce la docencia y la investigación académica como profesor titular del programa de Comunicación Social de la Universidad del Cauca, Colombia. Ha realizado estudios de Literatura, Crítica Cultural, Filología Hispánica y Antropología. Como estudiante y escritor residió temporadas en Quito, Madrid y México. Es autor de los libros de poesía Vida de nadie (Altorrey Editorial, Madrid, 1999), Piedra vacía (CCE. Ediciones de la Línea Imaginaria, Quito, 2001, Mantis Editores, Guadalajara, 2012), La herida del comienzo (Alhucema Libros, Ediciones Dauro, Granada, 2005), Mirar el aire (Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2009), Siega (UIS, Bucaramanga, 2011) y Terral (Ediciones Yaugurú, Montevideo, 2013). Ha editado tres selecciones personales de poemas: Honduras de paso (Ediciones Gitanjali, Mérida, 2007), Horizonte de perros (Universidad del Valle, Cali, 2005, Plural Editores, La Paz, 2011) y El pastor nocturno (Ediciones Viento y Borra, Santo Domingo, 2012, Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 2012).

Entre otras distinciones obtuvo por concurso el Premio Internacional de Poesía “Encina de la Cañada” (España), el Premio Iberoamericano “Neruda 2000” (Chile) y el XIV Premio “Eduardo Cote Lamus” (Colombia). Fue becario del programa de residencias artísticas en Venezuela (2005) y México (2008).

Templaria griega

Poemas de Luz Stella Mejía

Poemas

  1. Templaria Griega
  2. Invocación
  3. Precisión
  4. La Vida un Ciclo

TEMPLARIA GRIEGA

Moro y hereje:
seré la cruzada
que te convierta
a espada y fuego,
y luego,
en la oscura noche
de tu piel
encontraré mi luna.

Dulce, inocente,
seré la Cloe
de tu despertar,
la pastora
de tus instintos,
y luego,
en el suave abrigo
de tu piel
me tenderé desnuda.

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INVOCACIÓN

Vuelve a mí
Inocencia hermosa,
Perdido Ángel de mi infancia.

Déjame ver de nuevo
a través de tus alas,
el mundo fresco y dulce
que no logro encontrar.

Inocencia sutil,
cierra mis párpados
con tus dedos balsámicos
y hazme soñar la vida
otra vez.

Regia ilusionista,
déjame pretender
que tengo las respuestas.

Hazme creer que algo es posible,
permíteme olvidar que todo es nada
y regálame tu néctar de candor.

Misericordiosa nigromante,
muéstrame el vislumbre
de un camino virtual
que no lleve al infierno.

Sonriente encantadora,
miénteme en la cara
sin vergüenza.
Escúdame de nuevo
entre lisonjas.

¡Oh! Prestidigitadora,
bella poderosa,
dame de nuevo la ilusión,
piedra filosofal, espejo en el espejo.

Maga, bruja, hechicera añorada,
toca mis ojos con la vara de Aarón
y deja que el torrente de llanto
me inunde de esperanzas.

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PRECISIÓN

Cuando el grito ¡Tierra!
rasgó los aires tibios del Caribe,
los ojos de Rodrigo de Triana
no miraban al Norte.

Cuando Cristóbal Colón
se hincó en las nuevas playas,
la arena de Guanahaní
besó sus labios.

Cuando Américo Vespucio
describió el Mundus Novus,
sus cartas hablaban
de las costas del Sur.

Cuando Waldseemüller
y los geógrafos de Saint Dié
bautizaron el continente del sur,
América lo llamaron.

América:
Dolorosa Babel,
pródiga Ítaca,
manto tejido
de caña y lino
que se extiende
desde el Horno del Sur
hasta la tierra Verde.

Cuando usted me pregunta
si soy americana
yo respondo: Sí,
soy americana
y he nacido en el Sur.

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LA VIDA UN CICLO

Somos los granos del reloj de arena
que a veces la vida decanta en el fondo,
quietos acumulando años encima,
dejando que el tiempo nos golpee al caer,
año a año, día a día, grano a grano.

Pero hay momentos en que no hay más inercia
y la vida nos mueve, nos sacude, nos llama
a girar incansables tras un sueño ciclónico,
en la veloz vorágine en que estamos inmersos.

Es la cima del mundo.

De pronto el remolino nos atrapa en su vórtice
La emoción nos inunda y la vida es hermosa.
Somos parte del sueño, somos arena viva.
El tiempo se acelera, se acelera el impulso
y corremos de prisa en busca del destino.

Por un fugaz instante vislumbramos el centro,
se ilumina el camino, se esclarece el motivo.
Somos protagonistas de nuestra propia vida,
artesanos de sueños, soñadores de arcilla.
Y en esos segundos de caída libre,
somos invencibles, somos eternos.

Luz Stella Mejía

Luz Stella Mejianació en Manizales, sobre la falda de la montaña en la zona cafetera de Colombia. Creció en el altiplano Cundiboyacense, a 2,700 metros sobre el nivel del mar y vivió y trabajó como bióloga marina en Santa Marta, en la costa Caribe de su país. Vive hace ocho años en Estados Unidos, dedicada a los libros –lee como loca y trabaja en una biblioteca-, la familia y sus cuentos. Su oficio de escritora ha sido constante, pero apenas ahora está empezando a darse a conocer en su blog elsuresamerica.weebly.com

Hospedaje de paso

Una selección del poeta colombiano Federico Díaz-Granados

Poemas

  1. Hospedaje de paso
  2. Noticia del hambre
  3. Pequeño nocturno
  4. Canto Mineral
  5. Pastelería Metropol
  6. Album de los adioses
  7. Jazz del solitario
  8. Inutilidad del oficio

HOSPEDAJE DE PASO

Nunca he conocido a los inquilinos de mi vida.
No he sabido cuando salen, cuando entran,
en qué estación desconocida descansan sus miserias.
Las mujeres han salido de este cuerpo a los portazos
quejándose de mi tristeza,
en algunas temporadas se han quejado de humedad
de mucho frío, de algún extraño moho en la alacena.

Se marchan siempre sin pagar los inquilinos de mi vida
y el patio queda nuevamente solo
en este hotel de paso donde siempre es de noche.

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NOTICIA DEL HAMBRE

Me habita el hambre. Y todos me lo dicen.
No es el miedo ni la duda
apenas un ritmo intacto que no toca con su sal la orilla.
Es el hambre, quizá un leve testamento
o esta insistencia en destruir la casa
y renovar la piedra en sueño.

Es poco lo que recuerdo de mí a esta hora, el disperso,
el que a la intemperie es un poco de hierba,
una palabra sin traje con olor a otras tierras
y que mira con cara de extranjero todas las prestadas alegrías.

Llega el hambre con su mismo azar y su idéntico augurio.
La lluvia está debajo de la carne
y pocas cosas recuerdan al viejo amor
que ya no cuenta.

Es el hambre. Y todos me lo dicen.
No es el leve testamento ni la tristeza de las noches.
No es la poesía
ni la música que traduce el tiempo.

Un poco de hambre
y el cansancio de llenar la estantería de ausencias.

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PEQUEÑO NOCTURNO

¿Ese temblor que pasa es la vida?
¿Y ante qué soledad es que hoy canto?

No sé de dónde provienen esos ruidos que en la noche asustan:
la caja de fósforos
las cosas que se cambian de lugar y no aparecen.

Suponemos que todo esto es el mundo:
enormes colecciones de tristezas, llaveros y estampillas de mares lejanos.

Es acá donde sucedo
sin aduanas ni requisas
ni adioses a destiempo.

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CANTO MINERAL

¿Y si el alma es de piedra por qué ese mineral sueña con tu cuerpo?
¿Y si el alma es de piedra por qué el dolor
toma la forma de un lejano volcán
y salta al vacío desde su desprendimiento?

No dejes la piedra a merced de la noche
ni esperes la llegada del canto a la soledad,
vendrán los pulsos tardíos a callar la palabra
y algunos muertos se acomodarán en el fuego de esa espera.

Nunca el silencio
la música siempre
las palabras llegan todos los días a la sed
con sus lecciones de llanto.
Hemos equivocado el mundo y como una secreta impunidad
no traducimos al mineral
la lengua del error y los colores de la ruina.

Espera a la piedra
la que te esperó aquí mismo hasta hacerse piedra
la misma que se acuña y se hace esbelta.

Nunca el silencio
la música siempre
el día trae el final
y la voz que huye.
La piedra se desprende día a día
de la vida.

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PASTELERÍA METROPOL

“Yo vengo sin idiomas desde mi soledad”
LUIS GARCÍA MONTERO

Miro en la vitrina
el reflejo de mi cuerpo
Sobre el vidrio
Y me veo gordo, cansado, sobre aquellos pasteles de vainilla

Y pienso en los amigos que no volví a ver
¿y qué sabían ellos de este corazón caduco
donde no cabe ni un centímetro del mundo?

Y cuando no te reconoces en los pasos del hijo, ni en el espejo
harto de esquivar malos presagios
viendo de lejos el esplendor de las pérdidas
lo indescifrable y lo desconocido.

Callo: mi silencio alcanza ese cuerpo que no entiendo,
desmancho mi corazón de su último incendio.

Y sigo extranjero en ese vidrio,
gordo y cansado
y atrás de mí
algunas sombras, gestos de abuelos y tíos muertos
sobre los pasteles de vainilla.

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ÁLBUM DE LOS ADIOSES

¿Qué sastre tejió estos cuerpos que nos visten de vida
remendados con lágrimas equivocadas
y cosidos con paños y parches de un viejo almacén de baratijas?

¿Cuál fue ese sastre que tomó las medidas
y con su dedal y aguja cosió los botones
de las secretas costuras y cicatrices del cansancio
y climas repetidos en la áspera estación de la piel?

¿Qué extrañas prendas nos visten de vida
tejidas a la medida exacta de cada sed, de cada hambre,
del afán disperso de todos los comensales
que aguardan el agrio cereal del fracaso?

¿Y quién cosió los colores desconocidos al corazón?
¿Quién sabe cómo es el amor que vive debajo de estas ropas?
¿Acaso fue Dios con su bata de cirujano
enseñando el antiguo oficio de extraer costillas?
¿O fue aquella muchacha cuando me sonrió
en su día libre del paraíso?

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JAZZ DEL SOLITARIO

“La moneda cayó por el lado de la soledad”
ANDRÉS CALAMARO

El día de la creación
tendré semillas tuyas entre mis manos
y te dispersaré en el fértil territorio de cielos abolidos
o en la voz que persigue otras luces, otros fulgores.
Busca entonces la dirección de la guerra
no importa que tu ausencia sea del tamaño de la muerte
te buscaré al otro lado de la noche
cuando regresemos de esta estación de adioses que es la vida.

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INUTILIDAD DEL OFICIO

Cuánto se ha sacrificado para escribir estas líneas
cuántos pesares y melancolías
para asumir con dignidad la ruina y el abandono
y sobrevivir a la tragedia.

Y siempre habrá poesía pero volveremos a las mismas y repetidas palabras
todos los temas están dichos
y habrá que repetir en cada verso
ritmos ya entonados, amores y muertes ya cantados.

Cuánto sacrificio para escribir algunas palabras de basura
cuántos sismos interiores.
Para que no las lean, se burlen o no aplaudan en un recinto.

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FEDERICO DÍAZ-GRANADOS

Nació en Bogotá en1974. Poeta, periodista, profesor de literatura y gestor cultural. Actualmente es director de la Biblioteca de Los Fundadores del Gimnasio Moderno y de su Agenda Cultural. Ha publicado entre otros libros: Las voces del fuego (1995); La casa del viento (2000); Hospedaje de paso (2003); Álbum de los adioses (2006), Las horas olvidadas (2010) y La poesía como talismán (2012). Además ha preparado, entre otras, las antologías de nueva poesía colombiana Oscuro es el canto de la lluvia (1997); Inventario a contraluz ( 2001) y Antología de poesía contemporánea México-Colombia. En el año 2009 le fue concedida la Beca “Alvaro Mutis” en México.

Sobre perder

Una selección de la poeta colombiana Andrea Cote

Poemas

  1. Sobre Perder
  2. Desierto
  3. De Ausencia
  4. Paisaje
  5. Poema de los Templos
  6. Las huestes
  7. Todo en Ruinas

(De La Ruina que nombro)

SOBRE PERDER

No hay rebeldía sin luz
-dices tú-
pero aquí las cosas
oscurecen sin pausa.
Es como si también las calles,
las montañas
y los muros,
-digo yo-
supieran que este día es el fin de noviembre,
como si noviembre mismo lo supiera
y se diera
al placer
apresurado
de cerrar
el aire
entre los prados
y las paredes
de tu cuarto sin mí.
Y entre toda esta brisa,
tan grumosa,
recordaras
que tus cosas
y las mías
se están acumulando en el lugar de lo sombrío,
como si pudieran saber
que nos corre otra estación sin luz
y se rindieran por eso,
como yo,
al abrumado paso,
a la estación del crepúsculo
sin reparo,
a la voluntad de noviembre.

***

No hay rebeldía sin luz,
dices tú,
y nosotros,
oscuros los dos,
decimos
que el tiempo
es una cosa que pasa
o que no
y nos da igual.
No como los que pierden
día y noche
buscando aire
en la palabra aire.
No como tú,
que dices oír venir un río hacia nosotros,
no como yo,
que sólo creo en el canto del desierto,
rumor de lo deshabitado.

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DESIERTO

La tierra que jamás quiso tocar el agua
es el desierto que al norte está creciendo
como un estrago de luz.
Pero los hombres que han visto el despoblado,
su amplitud sin sobresaltos,
saben que no es cierto que la tierra esté reseca por capricho
o sin ninguna bondad,
es nada más su manera de mostrar
lo que transcurre en claridad
y sin nosotros.

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DE AUSENCIA

Es para el dios de lo deshabitado
que se alzan templos invisibles
en la borrasca del desierto.
Es para él
que los árboles enanos inclinan en la arena
sus ramas
humildes,
fervorosas.
Es para que no te aferres
que existe un dios de la ausencia,
señor del desierto
y de las cosas que,
como la sombra,
existen por la fuerza de la luz que las rechaza.

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PAISAJE

Nuestra tierra es desigual:
abre surcos,
avanza,
se interrumpe.
Sabe romperse.

Nuestra tierra
tiene brevísimos puntos
en que la luz
se colma
o se deshace
y una grieta
brillante
donde tiembla
una mujer
que también será desierto
un día,
desierto,
señor de los marchantes.
Verás,
no digo que el paisaje
sea esto
pero en la tierra desprovista todo cruje
e incluso la existencia discreta de la rama
ambiciona un ruido,
un sonido,
un traqueteo vegetal.

En nuestra tierra
los bosques agitados
mecen mareas ancestrales
y las cascadas rugen
con un pálpito de fuego.
Todo paisaje es un presagio.

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POEMA DE LOS TEMPLOS

Señor de lo triste:
aquí está tu roca herida,
otra que se rasga
y como una hoja
cae y se arruina
sin desesperación,
no con el dolor angustioso de los hombres.

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LAS HUESTES

Salgo al gran viaje cada cierto número de años.
Me voy llevándome un nombre
y una parte en él se humilla,
irremediable.

Me voy en huestes
y en oscuros rebaños,
y lo hago para poder hablar de ti,
y lo hago para no hablarte.

Salgo al gran viaje.
Me muevo en tu joven raíz,
me muevo en tu amada marcha.

Viajo para poner un poco de la ruta en mí,
un poco de la ruta en ti.
Salgo en esta ceremonia
y lo hago para creer en ti,
y lo hago para que vuelvas a creer en algo.

Me muevo porque existe una cosa incomunicable
y porque he visto cuánto amas las cosas que regresan.

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TODO EN RUINAS

Mirar la ruina
y en ella
todas las cosas
de una sola vez.
Ver las esquinas,
los remiendos
las cosas rotas
y aferradas
o los vestidos arados del amor.
El polvo
que es el tiempo que tocó los cuerpos
levemente
y los desmoronó.

Hay siempre en todo
una cosa entera
y ferozmente cierta,
como cierta es la ruina,
y es voraz
y es bella.

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Andrea Cote

Andrea(Colombia, 1981) es autora de Puerto Calcinado, Cosas frágiles, Una fotógrafa al desnudo, Blanca Varela o la escritura de la soledad . Ha obtenido los reconocimientos: Premio Nacional de Poesía Universidad Externado de Colombia (2003), Premio Internacional de poesía Puentes de Struga (2005), Premio Cittá de Castrovillari 2010 a la edición italiana de Porto in Cenere. Sus poemas han sido traducidos al italiano, portugués, francés, inglés, catalán, árabe y macedonio. Realizó estudios de literatura en la Universidad de los Andes en Bogotá y actualmente culmina estudios de doctorado en lenguas romances en la Universidad de Pennsylvania en Filadelfia.

Santiago Espinosa [Poemario]

  1. Las estaciones perdidas
  2. La cama del trapecista
  3. Soliloquio de un raspachín
  4. El Otro
  5. Campanas

Las estaciones perdidas

1.

Oigo trenes,
y de inmediato al cuarto
llega un rumor de agua.
El brindis de adustos caballeros
que alzan las copas en la sombra
cubren el rostro de la guerra
bajo las alas de sus sombreros.

Interminables estaciones
donde se juegan los naipes.
Camareras insomnes.
La mano sin trazos del último maquinista.

El silbo de una locomotora abre
el silencio de la noche en dos mitades.
Prolonga con su estela prófuga
el sueño-mar de los enamorados,
hasta perderse en la niebla
el vacío,
la alumbrada inexistencia.

2.

Desde la plataforma del vagón
has venido absorta en la huida del paisaje
Álvaro Mutis.

No es el mejor lugar
para cambiar de puertos.
Ceños impávidos, tristes.
Las instantáneas de una infancia
visitada antes,
desde los claros de la ventana.
Miras los eucaliptos
que bordean la carrilera,
meciéndose sin ruido.
Sientes el frío de las montañas
en tu vaso de ginebra
el sordo rumor de los acantilados…
Si una vaharada del mar
te besa en las mejillas,
atenta de tu regreso,
no todas mis esperanzas
asomarían en vano.

3.

De Ciénaga viene un tren
cargado de bananos.
Apilados, dejando su aliento
a la vera de las orillas.
Hay una carga de catorce bananos
acostada en los vagones,
envueltos en las hojas de la roya.
El sopor de la tarde palidece en las cáscaras.
Lleva un mensaje del cuartel a los insectos.
Otra bandeja de plátanos púrpuras,
asesinados,
va a ser olvidada entre las fauces del mar.

Sobre los techos de la abuela
llueve un manojo de piedras blancas.
Ella la niña bajo los vidrios rotos,
su padre el coronel obediente.

4.

Luz parda: Estación de la Sabana.
La iglesia de Monserrate
custodia la ciudad,
desde los cerros,
deja su sombra
sobre el polvo de los tranvías.
Dos estudiantes, hermanos,
llegan a su paisaje irreversible.

Una familia de judíos desembarca en España.
Tacha la z de las zambras con la s de los santos,
cambia el acento de sus nombres
frente a un Dios de sangre.
Esquirlas dispersas de una gran diáspora.
Luego las erosiones de Santander, hacer caminos,
el mundo prolongado en oleaje
hasta cambiar de acentos,
lejos de los cerezos y su lenta primavera.

Una mañana fría, Estación de la Sabana.
Callejas que serpean del vagón a los cerros,
entre las nieblas del tiempo.
Por los ojos de estos hermanos
alumbra el vértigo.

El día del odio llegaría a los ventanales.
Los baúles y los rieles convertidos en munición
pudriéndose en la hierba sus máquinas de Philadelphia.
Pero en aquella estación de trenes,
pasajeros de otro día,
se consumaba el breviario
de mis naufragios personales.

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La cama del trapecista

Al fondo, bajo la luz glaciar
de una bombilla,
la cama sin patria del trapecista.
A su lado una banca para cuatro
donde se come en la sombra,
precario remedo de una estación fantasma.

Y si en la cama del trapecista
hay un cartílago de pollo,
amuleto de una esquina
en la que anidan
desplazados:

escombros, vinagre sobre los charcos.
Novias que pasan de largo
y hacen planes en voz alta.
Un viejo azota su tambor con los muñones,
irremediablemente.

Hay algo de río bajo las toldas,
de fiebre empozada o lluvias de invernadero.
Quien vea la marejada de las carpas pensará
que es un velamen extraviado
lo que se yergue en sus amarras.
Y si en la cama del trapecista
hay una carta imaginaria,
escrita para la bella desconocida,
y los resortes y los clavos fueran herencias
de un tren abandonado,
el colchón un atado de papeles
que el forastero no firmó.

Y si alguien sueña con Dios en su encierro transitorio
y despierto lo confirma en el sudario enfermo de sus sábanas.

Luz de bombillas. Adiós perezoso de los tendidos.
Y si en la cama del trapecista hay un revolver,
y la cama, los tendidos, las toldas y la banca
fueran el único emblema de un fugaz abandono.

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Soliloquio de un raspachín

Con estas manos
planto semillas de viento.
Espero su floración
de limbos pardos
antiguos como el suelo.
Las hojas son los rostros
de los niños sin descanso
creciendo en la selva,
estrellas o corales
olvidados
que silban entre los árboles.

Desayuno. Pienso en el padre
de los lunes
frente a un pocillo roto,
repaso cicatrices.
Limpio las hojas secas
sobre una tablilla,
en calma,
como el que lava un aluvión de oro
en lo profundo de su casa.

En la semilla está el sol negro
de los puertos,
respirando a la distancia.
El viento llega a los bolsillos de la noche.
Recorre plazas, avenidas desiertas,
esquinas donde alguien paga
una promesa en la oficina
de recaudos. Pasa por los parques
que no conozco.
Descansa en la furia de las llaves.
Traza dos líneas de fuego en la repisa del bar,
construye palacios y destierra casas viejas,
casas de rejas blancas junto al espejo del lago.

Mi oficio es el oficio de mi padre.
Cuido la sal, el puño, mido los cristales,
espanto de mi casa pajarracos negros.

Con estas manos
he cosechado tempestades.

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[alert type=»blue»]Nota del editor: Los siguientes poemas fueron publicados previamente en el libro Los Ecos[/alert]

El otro

Pasa un hombre
el niño
que fue
lo mira
con rabia.

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Campanas

“As all the Heavens were a Bell”
Emily Dickinson

De lo oscuro suenan campanas.
Y el bar, las casas,
las mesas que esperan,
emprenden su detenido ascenso.
Parte el aviso, los faroles con forma de esfera.
Parte el mendigo, el viejo sonámbulo
de un lado al otro, del cielo al pan
mientras todos parten.
El barrio es el sueño de un barco que rumora
cuando suenan las campanas;
cuando brotan las sucias burbujas en los vasos, las camas,
y una opaca centella emerge impaciente.

Campanas.
El vértigo viaja en sus ondas de acero,
se doblega y recomienza.

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Santiago Espinosa

Santiago EspinosaSantiago Espinosa (Bogotá, 1985) Crítico y periodista. Profesor del Gimnasio Moderno de Bogotá. Egresado en Literatura (2009) y Filosofía (2010) de la Universidad de los Andes. Ha escrito artículos y reseñas para medios como Alforja y La otra, de México, Revista Poesía, de Venezuela, de la que es miembro de su consejo editorial, la Revista Casa Silva, El espectador, El Tiempo y La Hoja de Bogotá, del que fue jefe de redacción hasta su desaparición en 2008. Escribe habitualmente para la revista Arcadia desde el año 2007 y mantiene un blog quincenal sobre poesía y crítica en www.hojablanca.net que se titula “Correos del diablo”. Es el encargado de las  labores de difusión y divulgación de la temporada de Ópera de Colombia.
Poemas y ensayos suyos han aparecido en diversas selecciones de Colombia y del exterior. Los ecos, su primer libro de poemas, fue publicado por Taller de edición en Mayo de 2010.

Lorraine Caputo [Poema]

Barrio Guanacaste,
Matagalpa, Nicaragua

Ten young boys play baseball

in a dirt lot
in their neighborhood

With straight stick in his hands

one, dark-haired, rich-skinned

swings at the old tennis ball

& off it soars
over a barbed-wire pen

…& beyond…

The oldest on his team

in a torn blue muscle shirt
grey patch-pocket pants
& scuffed black dress shoes

yells —Corré, corré—

The batter runs

& touches the first base rock

—Segunda base, segunda base—

his teammate yells

& off he runs

looking over his shoulder to where

the ball has finally been found

in the dry weeds

touches second

—Corré, corré—

he is told

He closes his eyes

passes the piglet

licking its mother’s belly

looking for her teats

& crosses the homeplate brick

just as the ball passes his face

into the pitcher’s bare waiting hands

Lorraine Caputo

Lorraine Caputo is a documentary poet and travel writer. Her works have appeared in more than 70 reviews in the U.S., Canada and several Latin American countries. Other publications are seven poetry chapbooks, four audio recordings and several travel anthologies. She is an award-winning poet. She has done more than 200 readings from Alaska to Patagonia.

Carolina Bustos [Poemario II]

[alert type=»blue»]Puede leer la anterior entrega del poemario de Carolina bustos aquí[/alert]

Poemas

  1. Tabogo, Oda sin pretensiones poéticas
  2. Basquiat, joven negro
  3. 1

Tabogo
Oda sin pretensiones poéticas

Brincaba yo entre calles llenas de polvo
tratando de imaginar cómo era el mundo
más allá de las marcas que dejaban las suelas de mis zapatos
(unos tenis blancos marca Croydon comprados en el sur).

El planeta en el extremo occidente giraba a otro ritmo.
Era la Atenas abandonada al albedrío de los dioses más borrachos.
Un suspiro casi helénico en un continente extenso
Latinoamérica: el buen vecino pobre.

Y así la crearon, un marasmo urbano cocido con tuétano de indio,
algo raro que sugería la idea de ciudad; síntesis de nuestro mundo.
Tabogo, una planicie colorida y turbia,
microcosmos del gran cosmos; diáfana y vulgar; resquicio en los Andes.

De buseta en buseta, sin visa ni aprobaciones de Estado,
viví, vivimos, creé y creamos la urbEnidad.
Añorada y lejana, a veces tierna, el centro de mis recuerdos
Tabogo de risas, colectivos peligrosos y aroma a fresas con crema.

Crecí en Venecia sin canales ni bienales,
recorrí Lisboa sin azulejos manuelinos,
giré hacia Egipto sin pirámides ni turistas japoneses,
entrevisté al Uncle Sam en la Casa Blanca, sintiéndome en Marruecos,
me sumergí en La Coruña creyendo llegar a Vigo,
pero no encontré calamares, almejas, nécoras ni merluzas,
quizás algunos hombres con aspecto de molusco
y una que otra vieja encorvada en su caparazón, cual crustáceo de agua dulce.

Don Quijote batalló por Castilla sin molinos ni gigantes
Roma ¡Oh, Roma! la ruina estética después de César
Fátima, con María la Virgen en porcelana, protegía al ladrón de Colmotores
Niza, sin Mediterráneo ni playa, ostentaba un feo e insipiente Boulevard
Marsella sin Costa Azul ni moros a la vista
Argelia igual de polvorienta, aún sin magia
Tabogo, la cosmopolita de miserias y olvidos
Pontevedra sin una bahía salada y próspera
Kennedy, Las Cruces, el Quiroga, el 7 de Agosto,
La Candelaria, La Soledad, Palermo, Chapinero, La Merced,
La Guaca sin tesoro, y nosotros con Jimena honorando a Dionisio.

Esa fue, es y será Tabogo, un croquis urbano, un proyecto fallido,
una insignificante placa de madera mostrando un recorrido: vasto periplo,
millones de cédulas deambulando a través de calles rotas,
líneas montañosas erosionadas, diafragma encendido.

La cité de la indiferencia en la mirada del niño,
de gente desplazada mendigando un suspiro,
de frutas expuestas al sol, ahogadas en plástico al vacío,
de bicicletas reclamando libertad los domingos.

En el otro hemisferio: (yo)
el frío, las noches largas,
las flores hechas doncellas
y los árboles envejecidos.

En el otro hemisferio: (tú)
sugiriendo instantes dóciles
para mentar pactos sencillos,
para ser nosotros, aún con tanto brillo.

Cerca al trópico, el tímido páramo coqueteando al cerro gélido
se perpetuaba en la piel como una estalactita de hierro,
en Tabogo la niebla se detenía y se pegaba a los vidrios,
la princesa se levantaba sigilosa en punta de pies y escribía con orgullo:
“cuando sea grande, de ti me olvidaré”.

No conocimos el tren de cercanías, el metro ni el vagón del último trolley.
Cualquier artefacto era suficiente para darnos a probar esa modernidad anhelada.
Tropecé por rieles corroídos, invoqué al fantasma de Alexander von Humboldt,
sonreí al bobo de la Jiménez e imaginé a Gaitán guarachar en su tumba.

Pérfida ciudad asesina de líderes, de mentes ilustres y de canallas dirigentes.

Pero nada ni nadie se enredó en la página amarillenta del libro de historia.
En ese entonces el sueño del progreso era sólo eso: un sueño,
y Tabogo, un centro comercial, un eslabón perdido, un escombro.
Carolina, como un millón de otras C, buscando un verso en medio del ruido.

Quería yo ver a lo lejos mi ciudad en ruinas,
los túneles de la 26 eran el despojo de varios mendigos,
entre picos y hachazos los gamines de papá Jaramillo sobrevivían.
Mi triciclo azulado se lo llevaba en hombros el hampón de la Isla del Sol,
ojalá hubiera sido la de Stevenson, para soportar que a mi perro lo convirtieran en salchicha.

Las viejas panaderías de la Séptima aún guardaban en el olfato
el calor del pan blandito y del tamal con chocolate.
En el Restrepo, la papaya, la patilla y la granadilla se mezclaban con
la crema fresca de las ensaladas de la antigua galería.
Los talleres de Paloquemao se camuflaban con el olor rancio de aceite y la sonrisa opaca de la modelo paisa de tetas albinas.
Y el Divino Niño del Veinte de Julio siempre intacto, vestidito de rosado,
gracias a la novena nos vendía el milagrito.

En vos confío, dije en mi Primera Comunión
y aun así a Garzón lo borraron.
Rogad por nosotros que recurrimos a vos
y día a día, año tras año, fueron asesinados.
Tabogo sin Minuto de Dios: sesenta segundos desperdiciados.

Abandonamos el luto para refugiarnos en festivales internacionales,
nunca tuvimos memoria, siempre fuimos unos burdos apostándole a la cultura.
El teatro y la algarabía cubrieron sus calles y la alejaron de las sombras,
el fantasma perenne y anónimo de nuestros muertos.

¡Baggg! ¡Baggg! ¡Splashhhh! ¡Boom, boom!

Las bombas, los disparos y el odio explotaron, quién me dice si Tabogo resistió
dejando pedazos de personas regadas en los escollos de nuestro olvido.

¡Oh reyes sin palacio!

pereced sin nombre.

El canal 1 anuncia el ataque del grupo insurgente y el enano Sr. Presidente dice:

pereced sin nombre.

N.N., funcionarios, N.N. padres, N.N. abogados, N.N. hombres y mujeres

pereced sin nombre.

Colombianos, las armas os han dado la independencia,
las leyes os darán la libertad”.

¡Ataquen!

¡Listos!

¡Fuego!

Crecí en medio del tufo de un río envenenado,
Tabogo se hizo noche con el canto de las sirenas de una vil epopeya,
Monserrate me arrulló con sus estrellitas fluorescentes
y La Candelaria onírica me enseñó a comerme la vida.
Una vez hice amigos de mentiras, cambié los Croydon por unos Converse,
llevé punteras y fumé mi primer porro en un ascensor marciano.
Los Priscos de La Santa flipaban hilarantes al ritmo de Primus
hasta que un día la muerte nos hizo zancadilla y se llevó a Crostie.

Pablo VI, Nicolás de Federmán, La Esmeralda y el Centro Nariño
eran territorios oscuros que colindaban con el clan enemigo.
Ningún forastero venía con la guía Lonely Planet
porque “ellos” los fulminaban o los hermanos “B” los acribillaban.

Nos educaron a patadas, en revancha nos permitieron drogarnos con televisión.
La música nos salvó, los libros que robamos del sótano del colegio
hicieron de madres sustitutas mientras las maestras cuidaban nuestra virginidad
y nosotros amándonos desmedidamente, como cualquier joven amamantado por Ovidio.

Saltamos por varios prados, esos donde la gente ES feliz en la Nacional.
Me dejé sorprender por el sol en la pausa del mediodía
mientras los chicos de Artes y Humanas pateaban el balón.
Allí La Copa “La Amistá” nos dio trofeos y sancochos de aguardiente.

En el otro hemisferio: (yo)
les tartes tantin y la champagne,
las rosas en la mesa
y las nalgas de Marie Antoinette ardiendo en la chimenea.

En el otro hemisferio: (tú)
sugiriéndome que vuelva
para mentar pactos sencillos,
para ser nosotros, aún con tanto brillo.

Quisimos a nuestro equipo financiado por narcos,
lo sostuvimos más en las malas que en las buenas.
El estadio coronó por única vez al equipo nacional
y vimos a Escobar cobrar el autogol de su vida.
Tabogo esdrújula, aguda y gravemente violenta
vibraba al ritmo de rock; de salsa; de la angustia mía.
Pero todo desaparecería… se lo llevaría el viento.
Un día fue la quinta y luego la 82, una zona rosa desteñida la reemplazó.

Bailaba sin excusa cada viernes
pues el baile nos conectaba con el otro…
Quiebracanto, El Antifaz, El Goce Pagano, El Parqueadero, Escobar Rosas
Conocieron el sudor de nuestros cuerpos “zanahorios”.

Así era yo, tú, él, nosotros, ustedes y ellos, conjugando el verbo
Infinit (iv) o SER sin temores o seres sin remedio.
Aun así partí de vos, Tabogo, cumpliendo la promesa de olvidarte.
Aun me pregunto si tengo palabra y si esta oda tiene pretensiones.

Ayer, un largo ayer en el que fuimos tú y yo en un sólo hemisferio,
una bala indeleble que atravesó el tejido vital del destino
y ellos, mis amigos de mentiras, se hicieron de carne y hueso
herederos del rastro que cubre el manto etéreo de la sutil memoria.

Tabogo, soy, eres, es, somos, sois, son…
Verbo conjugado en tiempo presente indicativo
de SER ES tá ti ca men te ateridos al momento.
Incurriendo, gerundio pretencioso sin pretérito.

Carolina Bustos
Verano de 2009
[entre Madrid, Lisboa y Clichy]

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Basquiat, joven negro

Si alguien me ha visto andar por ahí
no den señales de mi existencia.
Me he ido después de lamer la sombra del viento;
hay muertos vivientes que circundan mi paso.
Los alrededores de los alegres suenan a ronquidos, disonantes murmullos.
Ayer morí mientras leía la crónica del New York Times
y el ventilador cortaba el tiempo.
No me vieron nunca más, al menos real, un mero recuerdo.
Fui negro; paleta amorfa; violento reconocimiento.
Si preguntan por mí ¿adónde dirán que me he largado?
Eternas son las calles que de Brooklyn van a Manhattan.
Apagado, la luz extinta sobre el lienzo blanco, vertido en cenizas, esmog de taxi driver.
Perdido en la lluvia de un suave verano;
vagar baudelariano entre el blues y las sombras;
no soy; ya no vivo; hoy no pinto; mañana es lejano.
Oh, New York, monstruo irrepetible de dioses paganos;
de héroes de filmoteca; de arte profano vendido en vitrina
pagado en falsos dólares: papel moneda unicromático.
No fui la casualidad que salió del mono,
simio domesticado que sonrió en portada de revistas.
Se divirtió bien al prójimo.
Fui tan sólo eso: resto de óleo,
tinta de calamar de agua dulce,
rostro de África, poesía americana,
cadáver exquisito de días de abril.
Manso niño tibio, Rimbaud de suburbio.
Si alguien aún busca mis pasos
Anunciad que he muerto.
Que indague en las paredes del MoMA
En los papeles mojados del Soho
En las estaciones del mundo.
Oh New York…
A las olas del mar que hablaron…
Anunciad que me he ido:
Lugar sin espera.

París, otoño de 2010

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1

Uno se vuelve vacuo,
pendejo
recalcitrante
etéreo

uno se nombra con palabras que no conoce
se hace sombra, viento, espejo
busca en el otro un poco de su yo

uno se cree de tantas maneras
que también se cree varias mentiras
y uno camina, rueda por el mundo
imprimiendo el informe del tiempo que le tocó vivir

uno va solo o acompañado
depende de cómo o con quién se levante
despeinado, sin afeitar
tímido, quizás con risa

y uno se vuelve dos
confundido en la composición de un número par
uno se enreda; se tropieza; se quema

se pegan a la piel trozos de aquel dos
para llevarlo como si fuera un llavero
a ese lugar donde se abren todas las puertas

y ese dos
vacuo
pendejo
recalcitrante
etéreo

abandona de repente el terreno
la unidad se encuentra insulsa
sola, triste, melancólica.

Uno debería aceptar
que es tan sólo eso:
un número sin par.

París, primavera de 2010

Carolina Bustos Beltrán

CBustosNació en Bogotá en 1979. Estudió en la Universidad Nacional de Colombia. Es filóloga, tiene una maestría en Estudios Latinoaméricanos y es una apasionada del tarot. Se trasladó a París en el año 2003, residió un año en Oporto y dos más en Madrid. Ha participado en revistas de literatura a nivel internacional y ha sido seleccionada finalista en concursos de dramaturgia (1996), cuento (2009) y poesía (2010) en Colombia y España. Actualmente es profesora de lengua española en varias universidades de París.

Miroslav Holub: In translation

A selection of poems from the Czech writer’s «Birth of Sisyphus.»

By Miroslav Holub
(Translated by Rudy Mesicek  |  Entremares Magazine)

Poems

  1. End of the Week
  2. On the run
  3. Anatomy of November
  4. The ground shrinks
  5. My mother learns Spanish

End of the week

The first principles indeed include
a schedule, which at times is valid
Monday to Friday, at others Saturday,
on rare occasions Sunday, when He rested
from all His work,

which we carry inside a forgotten pocket,
so that, as a rule, we miss the connection.

But still we get there.

It will again be Sunday, the day of faded songs.
On the first floor, by the window without curtains,
a little girl in a red dress will stand
and wait.

In a Spanish square they will burn
eighteen Marrano Jews
to honor the wedding of Maria Luisa and Carlos.

But we won’t even pause
and we’ll head home through the back
absorbed in thought.

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On the run

It was Rembrandt,
or Poincaré,
or Einstein,
or Khachaturian,
his mother
was shot
or buried
on the run
and she held him tight —
the two year old —
to her breast,
when she fell,
he choked,
disappeared, without being discovered.

When we find
white pebbles
or yellow seashells,
we play with them,
arrange them
into small
borders,
letters,
and rings.

It is
an unconscious
funeral rite
in a time when there no longer are
burial mounds,
pyres,
or bronze clasps,

when
several million
mothers
just keep on running
someplace, somewhere.

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Anatomy of November

We will wake,
and gone missing
will be a leg
or an eye
or the ring finger.

Some distance away
your regal smile will be glowing.
You will pour over me
like the South Sea,
like blood
through a coronary bypass.

and you will strip everything that remains.

Apollo’s arrows
will whoosh through the liquid air.

We will wake,
and it will just be you
with your smile
Niobe.

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The ground shrinks

The ground shrinks.
By degrees
there is no room for the flower pot.
And the worms grow confused
and twist into knots
like nerve tracts
in the brain
of a slightly crazy
temple dancer.

The ground shrinks.
Perhaps
it is due
to the evaporation
of good intentions.
Perhaps
it is due to the raising
of a ceremonial baldachin
over the head
of a blessed
marsupial.

But certainly it is because
the dead devour the earth.
For a hundred thousand years the dead
have been settling down
and devouring the earth.

And secreting pouches of good intentions.

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My mother learns Spanish

She began
at eighty-two.
On page 26
she’d doze off,
every time.
Algo se trama.

The pencil for underlining verbs
ventured out, bewildered, across the page,
drawing hairline contours of death.
No hay necesidad de respuestas.

She drew the route of the voyage
of Vasco da Gama.
She drew El Greco’s eye.
She made Picasso’s fish
larger than the aquarium.

The pencil stubborn
like Fuenteovejuna.
Like a bull in the ring of Plaza de Toros Monumental,
already on its knees
as the team of mules rides in.

No hay necesidad de respuestas.
No need for answers.
Once again.
She sleeps. Now.

While Gaudi
in her honor
leaves
the Sagrada Familia
unfinished.

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Miroslav Holub

holubMiroslav Holub (1923 – 1998) was a Czech writer and immunologist whose literary output includes fifteen collections of poetry — beginning with Day Duty and culminating with Birth of Sisyphus. His training as a scientist and his philosophical bent form the starting point for many of his considerations about the human condition.

Roy Siguenza [Poemario]

Poemas

  1. Piratería
  2. Mares del sur
  3. Los viajeros
  4. Constantino Kavafis
  5. Yukio Mishima se arrepiente de la muerte
  6. Paradise Now

Piratería

Iré qué importa.
Caballo sea la
noche.

Mares del Sur

Para L. David

Las estrellas perdidas que viajan en los barcos,
son para ti.

Las jibias hechas de nada o de lenguas quemadas,
son para ti.

Las piras de sal que arden al viento en noches
de naufragio,
son para ti.

El frágil cuerpo de un bañista envenenado por la espuma,
es para ti.

muchacho que las aguas pronuncian una y otra vez.

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Los Viajeros

Leíamos en la estrías de la langosta
largas alusiones al paisaje:
lomas, como en las acuarelas japonesas
de la dinastía Qui, le decía señalándolas.
Eran ascensiones por donde venían
los rayos de sol a poner transparencias
-alas de agua seca, hojas de Árbol de
Invierno-.
A lo lejos el gavilán hundía el pico
en el viento espero que traía la tarde
cuando ya nuestros pies iniciaban el vuelo.

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Constantino Kavafis

Mi atrevimiento era conocido en toda Alejandría. Con mi arte
anduve, libre, por sus calles-buscaba los placeres audaces. Yo,
un griego, partidario de hablar y escribir en demótico, alardeé
de mis amantes en unos cuantos poemas anónimos, donde
exalté la belleza de sus jóvenes cuerpos, la única verdad de mi
tiempo –oscuro y confuso- a la que fue fiel mi vida solitaria.

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Yukio Mishima se arrepiente de la muerte

Para Rosa Manzo

El espíritu del Hahakure exige “que los hombres tengan una tez de
 flor de cerezo,
 inclusive en la muerte”

No sabía yo que duraría
-apenas- 45 años,
ni que sería así
-vaciada en sangre-
como se iría mi vida;
ni yo ni Masakatsu Morita,
a quien tampoco le advirtieron nada
-tenía 25 años-
cuando el amor que nos unía
nos empujó a practicar Seppuku.
Ahora que los dos llevamos
una tez de flor de cerezo
quién me dirá dónde resplandece
aquella imperativa belleza.

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Paradise now

Para Raúl Pacheco

Si todo en este mundo dejara de existir,  tú, supón que no existes; y ya que existes, goza.

Omar Jayyam

La oscuridad barre a la gente,
es como la muerte:
hace lo que quiere.
Foucault diría cosas que ya conocemos:
la vigilancia, lo panóptico,
pero no nos alegra; no hemos olvidado
que la mortalidad es el acuerdo:
duramos poco
para reñir. Las manos, los cuerpos
tienen otras urgencias:
ir a los lechos;
a otros cuerpos,
o a cualquier lugar sigiloso,
donde celebrar, beber vino y olvidar
lo que alguien advirtió sobre la muerte.

Roy Siguenza

Roy S Foto2Roy Siguenza es un poeta ecuatoriano. Ha publicado Cabeza quemada, Ocúpate de la noche, Tabla de mareas, La hierba del cielo, Cuatrocientos cuerpos, y el libro antológico Abrazadero y otros lugares. Sus poemas están incluidos en varias antologías –textuales y virtuales– de poesía ecuatoriana y latinoamericana. Ha sido traducido al inglés, portugués y catalán. Ha sido invitado a ferias de libros, festivales y lecturas de poesía en su país y fuera de él. Es destacable su participación en la obra multimedia SINERARIA del artista Tomás Ochoa, que fue exhibida en la Bienal de Venecia en 2006. Hoy, además de continuar con la poesía, coordina talleres en su país.

Florencia Milito [Poems]

[alert type=»blue»]Editor’s note: «Color Haiku» and «Villanelle for Henry Darger» first appeared in 27 Hours, published by Kearny Street Press.[/alert]

Poems

  1. Color Haiku
  2. Villanelle for Henry Darger
  3. On Ernst Ludwig Kirchner’s forest graveyard
  4. Ode to Astoria

Color Haiku

para papá, City of Hope, Los Angeles

Imagination
tiny, petulant blue flame
morphs into a wren

In the hospital:
hazy sunlight, rubber trees
red, saber-toothed dreams

Remember, papá?
from walnut shells and paper
floated white sailboats

As they wheel you in
your gray oyster eyes widen
a final hurrah

In the Zen garden:
the yellow carps glide, just are
turtles, alert, watch

A single brown duck
among the carps and turtles
just drifting, drifting

Lime-green humming bird
coy, speckled sprite waltzing by
halting, in delight

Under this purple
tree, an old jacaranda
daydream of allá

Anarchists, dreamers
divining owls of Spirit,
a lone white lily

Odd, forest-green tree
the little prince’s baobab
holds me in its eye

When the moment comes
the mind, upset, numbs itself
drifting violet clouds

Sweet forgetting, wired
even of wild mauve terror
song making in birds

Lulling childhood breeze
Vivaldi’s blue violins
I succumb to sleep

City of glaciers,
windswept, a swinging blue door
a lone chair, waiting

And what of envy?
green lymphocytes waging to
no breath or avail

Oh, insanity!
yellow waking from the clocks
calling the bluff of

When you first awake
time on a white horse gallops
an old man, content

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Villanelle for Henry Darger

He carries dandelions in his head,
a whole expansive field of them.
By day a janitor, they said.

Fluffy clouds to count like sheep in bed,
glorious lions’ manes to crown the stems.
He carries dandelions in his head.

He swept and scrubbed, polished for his bread.
The children played, hid behind their mothers’ hems.
By day a janitor, they said.

At night a secret, lone mission led
to pleat the folds of sky, to stitch its gems.
He carries dandelions in his head.

A celestial housekeeper instead,
writes now among the dandelions, nibbling on their stems.
He was a janitor, they said.

No one knew he drew and wrote and read,
polished the bright moon, pleated the sky’s hem.
He carries dandelions in his head.
By day he was a janitor, they said.

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On Ernst Ludwig Kirchner’s Forest Graveyard

Gravity is our answer
to mortality,
the contours meant
to keep life
(and death)
at bay.
Instead of imitation
I offer you these
rolling hills
of imagination:
inchoate, emerald
winding paths
and a sense
of the cosmic,
because, yes,
this too is
a graveyard suite:
but here within
the yellow-green
womb and
rolling hills
there’s little need
for stilted suits
and mannerisms.

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Digital StillCamera

Ode to Astoria

Of the tired, petite waitress who dreams of saving enough to go back home to her mother in Cyprus, of the plastic virgins with their blue mantles, the modest, tended rose gardens, of the all-night Korean fruit stand with its purple eggplants and swan-necked, pale-green zucchinis, its piles of bright oranges and pomelos, offerings to a lonely God, lighting your way back home from the subway, of the scent of lamb roasting on a spit in a neighbor’s yard on Easter Sunday, of Wolf fumbling through a bag of unlabeled apartment keys, of the old German neighbor, an aging dandy who leaves his door ajar so as to hear some human sounds, the way others turn on the kitchen radio, the same neighbor who accosts you in the hallway to tell you—like a broken record—about the Jewish doctor who ran off with his girl, the one he never could make up his mind to marry, of the Athens café, with the old, animated Greek men smoking despite the city ordinance and talking politics, the Arab bakeries with their honeyed pistachio delicacies, the coffee house with the Egyptian men sitting in a circle on the sidewalk smoking the hookah, of the shop windows, barrels brimming with olives, dates, and almonds, of the streets too often littered with garbage, abandoned newspapers and discarded wrappers, of the shish kebab man feeding the hungry late-night bar crawlers and teenagers, driving their cars much too fast, around and around, as if trapped in the most desolate small town in Arkansas, of the hip Japanese art students always coupled and decked in Prada, of the Most Precious Blood Catholic Church, the name evocative in Spanish or Italian or Portuguese but too clinical, conjuring syringes and test tubes, in English, of the tiny Greek Orthodox church with the green copper roof where you find some stacked Russian dolls in a yard sale, a tiny, mustached wooden man nestled inside an ample Russian woman, of the N slow and rickety like an old-fashioned amusement ride, of the little kids running around in the local restaurants, wild-eyed and unsanitized, and the Brazilian fans honking all night up and down Broadway after Brazil wins the World Cup, of, ultimately, the wave of Mediterranean warmth (like an unexpected sea breeze) you felt as you stepped off the subway that afternoon you visited too soon after 9/11, at a time, the beginning of orange alerts and the anthrax scare, when the lingering smell of ashes still haunted parts of Brooklyn, when Susan Sontag was being called a traitor, when Sikhs where attacked, mistaken for Arabs, and Arabs were attacked for being Arabs, a time when politicians and the media aligned themselves with the government like perfect toy soldiers and messy, immigrant Astoria felt like the next best thing to leaving America.

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Florencia Milito

Florencia MilitoBorn in Argentina, Florencia Milito spent her early childhood in Venezuela and has lived in the U.S. since she was nine. She is a bilingual poet, essayist, and translator whose work has appeared in such publications as ZYZZYVA, Sniper Logic, Znet en Español, the Indiana Review, Catamaran Literary Reader, and 20 años: Festival Internacional de Poesía de Rosario. She was the recipient of a Hedgebrook Foundation residency and a reader at the 2011 Festival Internacional de Poesía in Rosario, Argentina. She lives in San Francisco with her husband and daughter.