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Caos y creación

Frente a la crisis, el arte nos permite imaginar lo inimaginable.

por Suan Pineda
Entremares Magazine

El pasado otoño, por coincidencia o providencia (¿no son al final lo mismo?), volví a Madrid con el pretexto de trabajar en algunas de las entregas de esta edición de Entremares Magazine. En el fondo y en realidad, iba con la intención de encontrar cierto confort de lo familiar y buscar restauración en una ciudad siempre amada pero perpetua y subterráneamente extraña. A pesar de la crisis, la ciudad seguía palpitando igual para mi sensibilidad y posición de visitante. El barullo de los restaurantes y bares durante las noches largas y las calles siempre vivas y atiborradas de humanidad servían de espejismo para creer que Madrid era la misma que había dejado. Pero un parpadear para aclarar la vista permitía ver y sentir que algo había cambiado profundamente. Madrid, del hoy distinto e incierto mañana. Atenuada, desacelerada, ardiente.

La Puerta del Sol, que hace un par de años albergó a miles de manifestantes que reclamaban un cambio en las esferas política, social y económica de España, había vuelto a su estado habitual: vendedores ambulantes, turistas deambulantes, futuro escurridizo. La calma después de la tormenta o una tempestad que arde bajo el espejismo de la rutina, que de alguna manera era reflejo y premonición de crisis íntimas y personales, colectivas y específicas.

Este número de Entremares Magazine surge de la crisis — que nos rodea, que nos asalta, que enfrentamos.

Dentro, durante y después del caos, hay creación. Las crisis — externas e interiores — catalizan la creatividad, que surge como avenida no sólo de escape sino también de búsqueda de una alternativa mejor. Así lo afirma la decana de la facultad de arte de New York University, Mary Schmidt Campbell, quien dice que el papel del arte en tiempos de crisis es vital porque nos permite imaginar lo inimaginable. En otras palabras, el arte nos permite soñar y articular lo indecible en espacios y posibilidades ortodoxos. Éste ha sido el hilo conductor que ha surgido orgánicamente durante la elaboración de este número de la revista. Nuestras entregas — desde entrevistas y ensayos hasta poemas y pinturas — se han generado en torno a estados de crisis. El máximo exponente de lo anterior es la obra teatral “Perdidos en Nunca Jamás”, a cuya directora, Lucía Miranda, entrevistamos.

Es desde el escenario de la crisis española donde Miranda ha creado “Perdidos en Nunca Jamás”, una obra que el diario El País ha denominado como “el espectáculo de una generación”. Y es que “Perdidos”, que utiliza el marco de la historia de Peter Pan, es la primera obra teatral que trata de frente una de las secuelas más dolorosas de la crisis española: la creación de una generación perdida de jóvenes con alta formación que languidecen en el desempleo o se tienen que marchar del país. “Peter Pan sí quiere crecer, lo intenta y vuelve a casa pero cuando vuelve su madre le ha cerrado la ventana y se encuentra a otro niño en su lugar. Yo sentía que a mí España me había cerrado la ventana”, nos cuenta Miranda.

Por otro lado, el arte de la comedia y el humor blanco sirve de escaparate en lugares y poblaciones devastados por los conflictos armados. En el ensayo “La revolución de la alegría”, el fotógrafo español Samuel Rodríguez documenta la labor de la organización Payasos Sin Fronteras en los campos de refugiados sirios y palestinos en Jordania y Líbano. En las imágenes de Rodríguez, las sonrisas que brotan en medio de la desolación reafirman el poder redentor del arte.

Y es que, simplemente, el arte da esperanza. Nos lo demuestran en variadas formas nuestros colaboradores. Desde un espacio interior e íntimo, la crisis propulsó al artista Troy Henriksen a cambiar de oficio (de pescador a pintor), de vida (de las drogas a la paz interior) y de país (de Estados Unidos a Francia). De los vestigios del huracán Katrina el artista John K. Lawson construye sus obras que apelan al alma del sur profundo de los Estados Unidos. Las secuelas de las vicisitudes políticas se expresan en la crisis identitaria perfilada en los textos de los poetas Adalber Salas, de Venezuela, y Marcelo Morales, de Cuba. Del trauma de la conquista española el director Miguel Alvear se aproxima a la crisis/construcción de la identidad latinoamericana en el corto “De como se daban poco estos indios de haber mujeres vírgenes y de como usaban el nefando pecado de la sodomía”. Y desde una plataforma menos artística pero sin restar peso, la crónica del escritor y periodista Róger Lindo documenta el inicio de una nueva era en El Salvador.

Por otro lado, el arte nos permite ver las fallas de los sistemas en que habitamos. “Pequeñas mujercitas”, el cuento de la escritora ecuatoriana Solange Rodríguez Pappe, revela la opresión del sistema patriarcal no sólo sobre las mujeres sino también contra los mismos hombres. “La lección” del ecuatoriano Juan Pablo Castro Rodas, con un aire reminiscente al cuento “Un señor muy viejo con unas alas enormes” de García Márquez, retrata una sociedad en que lo distinto se condena.

¿Qué hacer cuando nuestro entorno o nuestro centro se derrumba? ¿Crear espejismos? ¿Crear artificios? Sí, para imaginar, soñar y proponer mundos mejores. Pero más que nada, como nos cuenta Miranda, para resistir, perseverar y volver — distinto pero certero — después de la tormenta.  “Hay que resistir, hay que estar en los escenarios… hay que estar con el público para que cuando esto pase seguir estando”.

Arte: Mayúscula y minúscula

¿Cómo navegar el mar de la creatividad humana en la era de la saturación de información? Aquí, un compás.

por Suan Pineda
Entremares Magazine

Uno de los dilemas que continúa desconcertando a los teóricos es la apropiada y “justa” clasificación — y me atrevo a agregar, la definición misma — del arte. Este dilema ha servido de centro de discusión no sólo en el campo artístico (teórico y práctico) sino también en el filosófico. La insidiosa necesidad de clasificar, organizar en categorías y por ende conceder valor (ya sea estilístico, moral o económico) a las obras y artefactos artísticos responde en general al ímpetu humano de ordenar y de compartimentar un mundo que se vislumbra caótico. Este ánimo de orden, además de todos los beneficios y prejuicios que acarrea, lleva ineluctablemente a la creación de una serie de requisitos que conforman un determinado paradigma y consecuentemente a la marginalización de aquellos que no caben dentro de estos moldes de artificio.

Así, la tradicional dicotomía que rige el arte (high y low art) y sus varias iteraciones (high y popular art, elite y mass art) es a la vez desafiada y reafirmada conforme nuevas formas y géneros de arte surgen en paralelo con el desarrollo socioeconómico y de las tecnologías. En nuestros tiempos, en la generación Twitter —y de la tuiteratura (literatura concebida y producida para el formato de 140 caracteres de Twitter, atención de lectura corta, distribución digital, lectura desde ordenadores, tabletas y teléfonos inteligentes, posibilidad de interacción) — , estamos en un flujo constante de reproducción y reconcepción del arte. Son tiempos interesantes, emocionantes y peligrosos. Es en este período de fluidez cuando se pueden reordenar y desafiar formas estáticas de pensamiento y crear nuevas alternativas. Es en estos tiempos cuando la distinción entre high art y low art se hace mucho más borrosa y cuando la palabra “arte” adquiere otros tonos. Es en estos tiempos también cuando se acentúa la problemática que surge cuando el valor de una obra está basado en la volatilidad de los gustos y el vaivén de las percepciones. En tiempos en que el flujo de información es abundante, los filtros, la selección y el criterio —todos ellos procesos de ordenamiento y de dirección— son de suma importancia.

Por ello, en este número de Entremares Magazine presentamos obras, artefactos y postulados en un intento por bosquejar un espacio más amplio —alterno—, desprovisto de los opresivos sistemas que han regido el arte. Aclaro, no estamos desafiando ni pretendemos en una sola edición redefinir el arte (sería un acto absurdo y medidamente imposible). Simplemente hacemos un llamado a considerar formas alternativas de contemplar las obras que van más allá del binario ortodoxo que tanto ha plagado nuestros juicios y gustos; eso es, leer y apreciar estas obras a través de los lentes de la convención sería limitar su significado y restar su riqueza. Es así como nos aproximamos a las obras de la artista María José Argenzio. Las instalaciones y performances de Argenzio, por una parte, pueden ser justamente consideradas piezas de high art por su afilada intelectualidad, exquisita ejecución y crítica mirada a la realidad política y social a la que se refieren. Pero, por otra parte, al adentrarse en las páginas virtuales de Entremares Magazine y en el ciberespacio en sí donde ya han residido en forma de fotografías y vídeos, las obras de Argenzio (un performance en que la artista danza en zapatillas de ballet atadas con 7.1 kilos de pesas, una planta de plátano cubierta de oro, columnas hechas de fondant) adquieren una característica del arte popular: son distribuidas a través de una tecnología de masa. En esta plataforma, las obras de Argenzio — que viven y perduran dentro de un período de tiempo real específico y son irrepetibles aunque reproducibles en sus variadas instalaciones — pueden mutar en su recepción y significado. En este contexto, las obras de Argenzio adquieren una vida más longeva, una fuerza densa y constante en su mensaje de resistencia, y un público nuevo que le concederá otras lecturas a través de sus contextos y realidades particulares. Argenzio es creadora y dadora de nuevos significados. Entonces, ¿cómo clasificar su arte? Propongo que no lo hagamos; sólo contemplemos y sumerjámonos en los momentos que ella crea.

Asimismo, con esa disposición, podemos apreciar el majestuoso trabajo del pintor Servio Zapata, el exhaustivo ensayo fotográfico sobre el ocaso y renacimiento de los Ferrocarriles Argentinos de Remi Bouquet, la obra e ideología de los tatuadores Santiago Díaz y Erika Vorbeck, las anécdotas de Mago Zero, los vibrantes retratos de Evelyn Paniagua, el trabajo musical de Urabá Conexión, el corto documental “Between” de Fernando Lara, el mediometraje “Ernesto” de Francisco Álvarez, el cuento “Familiar” de Andrés Cadena. Todos ellos son dignos representantes del arte con mayúsculas y minúsculas pero también intrépidos artistas en su impulso por salirse de y explorar las márgenes.

Por otra parte, nuestra entrega literaria sigue reafirmando la vigencia y la vitalidad de la palabra escrita en un mundo digitalizado. Si bien estas entregas son fieles a la tradición literaria, estos escritos inyectan chispazos de frescura a géneros como la poesía y el cuento, con exquisitos textos de Zeuxis Vargas, Camila Charry Noriega y Juan Carlos Vásquez en poesía, y Ana Minga, Iliana Vargas y Luz Stella Mejía en cuento.

Por último, cabe resaltar dos entregas que exploran, manipulan y juegan con las etiquetas del high y low art. En nuestra sección Contrapunto, el escritor Robert Max Steenkist y el caricaturista Víctor Beltrán reúnen estos dos estratos diestramente en su aproximación a un Richard Wagner reimaginado en las calles de Bogotá, que recorre calzando Converse y proclamando los derechos campesinos y la lucha ecológica. En el ensayo “La forma de la alegría”, Steenkist hace nuevamente esta interpelación de tiempos en la figura de un artista con su análisis de la Novena Sinfonía de Beethoven y su eco en la realidad del hombre postmoderno. Desplazadas en el tiempo, estas obras adquieren movilidad dentro de este espectro de arte y significación. Lo que nos demuestran tan elocuentemente estos estudios comparativos de Steenkist — y que ilustran precisamente el punto crucial de este número de Entremares — es que la obra y el artefacto de arte no son estáticos y que su valor últimamente residirá en su inagotable capacidad de generar significados a través de las generaciones y las culturas.

¿Arte con mayúscula o arte con minúscula? El debate no tiene fin. Y esto es bueno. Es en el constante buscar, en los perpetuos encuentros y abismales fricciones donde verso a verso, imagen tras imagen, y canto tras canto se construye ese ARTE. En esta edición de Entremares Magazine no pretendemos desmantelar cartografías de jerarquización sino proveer un minúsculo compás en medio de este inmenso mar de la creatividad humana.

Un barco trashumante

En su primer aniversario, Entremares Magazine se deleita en su desubicación.

“Le navire, c’est l’hétérotopie par excellence.
Dans les civilisations sans bateau,
les rêves se tarissent…”

– Michel Foucault

por Suan Pineda
Entremares Magazine

Michel Foucault, en su adelantado y sucinto ensayo “Des espaces autres,” describe una realidad ahora cotidiana — mundana, si se quiere — de espacios contrarios y contestatarios, de espacios donde la hasta entonces evasiva utopía se materializa. Hoy, ese espacio abstracto y nebuloso que describió el filósofo francés hace casi medio siglo y que ilustró con la imagen del barco tiene su máximo exponente y ejemplo óptimo en Internet.

Es en Internet — ese “lugar” donde estás pero no estás, ese mundo en que se puede forjar un espacio paralelo y en que se visualiza y experimenta materialmente la fragmentación del ser — donde Entremares Magazine echó ancla hace un año para navegar el turbio tema de la desubicación.

Como muchos otros proyectos, y de una manera casi cliché, Entremares nace de una conversación entre amigos en un café. Desplazados de distintas partes del mundo, los que conformamos el equipo de la revista nos hermanamos por una inquietud latente: todos nos sentimos fuera de lugar.

Nos han desplazado el amor, el espejismo de un sueño, la necesidad económica, la violencia. Cada lugar y cada espacio representa una oportunidad y una carga: si bien cada desplazamiento abre posibilidades de conocimiento, también cada dislocación conlleva un proceso de redefinición en relación al espacio que ocupamos. Años de itinerancia nos han llevado a los “desubicados” de Entremares a crearnos un espacio alternativo que se ha convertido, como lo califica acertadamente la co-fundadora de la revista Lina Peralta Casas, en “una forma de experimentar el mundo”.

Así, nos embarcamos en la exploración de un tema personal y socialmente urgente en tiempos en que los fenómenos de la inmigración, la horadación del concepto de nación y la alienación tachan y matizan nuestras experiencias. Somos migrantes, andantes, trashumantes, dislocados, exiliados, desubicados. Frente a esto, nos preguntamos ¿qué significa el sentido de lugar?

Durante este año nos hemos aproximado a algunas respuestas — aunque dudamos de la existencia de una definitiva — y más que nada nos hemos dado cuenta de que no estamos tan solos en nuestra desubicación y que, gracias al trabajo de nuestros colaboradores, el sentido de lugar o el no-lugar posee iteraciones que no nos habíamos proyectado explorar al iniciar Entremares.

En esta edición del primer aniversario de la revista, el tema del espacio (su creación, su contestación y los desplazamientos dentro de él) emerge con fuerza: desde sus tonos políticos hasta sus manipulaciones artísticas. En su ensayo sobre la reforma de inmigración en Estados Unidos, la periodista Eileen Truax pone de relieve las incongruencias legislativas que intentan definir el lugar dentro de la demografía estadounidense y el destino de los inmigrantes sin papeles. Asimismo, en su proyecto fotográfico “Car poolers”, Alejandro Cartagena explora cómo las políticas y cambios económicos moldean el espacio urbano en Monterrey, México, y afectan la dinámica de vida de sus habitantes.

En el campo del arte, el juego con la dinámica de espacio produce propuestas artísticas innovadoras. Por un lado, el actor boliviano Cristian Mercado concibe al espacio escénico como el protagonista del teatro y afirma que es a partir de la ubicación del actor dentro del espacio teatral donde se barajan los significados. La orquesta de salsa La Sucursal S.A. ha encontrado nuevas avenidas en el quehacer salsero al transplantar este género latinoamericano al territorio europeo. La banda Radio Matuna, por su parte, le da voz a la experiencia afrocolombiana que ha ocupado un lugar poco visible en la historia oficial. Los pintores Catalina Carrasco y Jorge Porras Olmedo crean universos de fantasía que sirven de contraparte de o contestación al mundo y al espacio “reales”, mientras que el fotógrafo Manuel Tama Gianni recorre con sus imágenes (recabadas durante una vida de trabajo) el día a día en distintas localidades de la geografía ecuatoriana.

El espacio, en forma de un pueblo desolado o como lienzo de expectativas, es el protagonista tácito en muchas de las obras presentadas en este número. En el corto “Cotá” de los cineastas Jaime Terreros y Cristian Maldonado, por ejemplo, las facetas del vacío emotivo adquieren forma y textura en el vacío espacial de una casa sola, un pueblo desierto habitado por el único protagonista del filme. El crítico de arte Robert Max Steenkist, por otro lado, realiza una incisiva apreciación de la obra de la artista bogotana Juana Anzellini al examinar la geografía del retrato, con sus retos y límites, y el espacio de la pintura en una era de excesos visuales.

Todas estas entregas son intentos, con el peligro de simplificarlos demasiado, por redefinir y construir nuevos espacios que acomoden la diversidad y especificidad de experiencias que son muchas veces excluidas o marginalizadas por un paradigma o sistema convencional.

Estas entregas, además, representan el deseo más pragmático de Entremares: abrir un espacio para autores y personajes que merecen una segunda mirada a su trabajo, como cuenta nuestra compañera Solange Rodríguez Pappe, y seguir dando apertura a indagaciones que no encuentran cabida en los medios de exposición mainstream.

En su totalidad como proyecto y desde el nivel más personal, Entremares sirve como punto de conciliación entre los “yos” escindidos por nuestros múltiples desplazamientos. Nuestro editor Efrén Herrera, quien ha recorrido la geografía estadounidense y canadiense en busca de la estabilidad y seguridad que la violencia en Colombia le negó, lo expresa punzantemente: “Entremares ha sido, más que un punto para mi desubicación, un punto de encuentro entre lo que soy y lo que fui y de lo que quizá pueda seguir siendo algún día: un periodista. Pero los caminos que distingo en la penumbra tienden a llevarme hacia lugares más de supervivencia que hacia un destino con un plan de vida, hacia un mundo de desubicados”.

Entremares no pretende ser la materialización de una utopía, de ese lugar donde nuestras búsquedas encuentran su resolución. Este proyecto, como el barco Foucaultiano en los mares del ciberespacio, es simplemente el espacio donde nosotros, los “desubicados”, podemos indagar, especular, postular y, por qué no, soñar.

Salgamos a la calle [carta del editor]

por Suan Pineda
Entremares Magazine

En la crónica “¿A dónde dan los portalones?” publicada en los periódicos portugueses A Capital y Jornal do Fundão, José Saramago se maravillaba del poder y el embrujo de los portalones. Al cruzar el umbral que resguardaban esos pilares oxidados y carcomidos, Saramago sentía el roce de unos hombros, el cosquilleo de unos suspiros, el vapuleo del pasado y el llamado del futuro. Para el escritor, quien se disculpaba por sus reflexiones que rozaban la “magia negra”, los portalones eran los testigos físicos de momentos fulminados y materia disipada, de vidas desvanecidas y promesas por cumplir. El aparente impulso oscurantista de Saramago le llevó a articular una reflexión profunda y universal: “El pasado está lleno de voces que no callan y al otro lado de mi sombra aparece una multitud infinita de sombras que la justifican”.

Desde mi primer encuentro con este escrito, no he cruzado el umbral de una puerta sin sentir escalofríos — de miedo, quizá, pero definitivamente de emoción y maravilla —. Me conmueve saber que mis pasos se apoyan en los andares de muchos invisibles ya y que otros pasarán por esa puerta en un hostal de Barcelona que una vez crucé impulsada por la curiosidad. Las calles tienen el mismo efecto en mí — quizás aún mayor. Las calles son portales temporales, museos vivientes, testigos de crímenes y de encuentros amorosos, escenario de cambio y revoluciones; son el pulso de una ciudad. Y en ellas caben todos nuestros pasos. La calle es la gran niveladora, aunque temporal, de distinciones socioeconómicas y otros artificios. La calle es agente de intervención en actos de contestación y cuestionamiento (ejemplos de esto hay muchos… piénsese en el movimiento de los indignados en España o en Occupy en Estados Unidos). Es, en fin, la calle, desde mi perspectiva más benévola e ingenua, el espacio que me hermana con un desconocido y que me espanta y me acerca a la crueldad y la tragedia.

Este número de Entremares Magazine es, en muchas formas, un estudio de la calle y sus posibilidades como espacio (contenido y abierto). Desde distintos géneros y medios, las entregas de esta edición exploran el concepto y la potencialidad de la calle como espacio de exploración, agente de cuestionamiento, musa de introspección y subversión. Para la artista Carolina Favale «Cuore», por ejemplo, la calle “permite construir un lenguaje en el que se combinan diferentes formas de acción e intervención directa. Este lenguaje es el resultado de búsquedas de apropiación y resignificación de elementos del arte visual europeo y latinoamericano … traducidos al aerosol”. Así, Cuore despliega en las calles de Buenos Aires un mundo de seres fantásticos y espacios “calmos” con sus murales. Por su lado, la banda ecuatoriana Cocoa Roots, que fusiona el hip-hop y la música andina, recoge las vivencias de la calle y las canaliza en mensajes de paz en su álbum “Semillas”.

La calle es el escenario para la exploración (tanto del artista como del espectador) de las fronteras de géneros artísticos en el proyecto multitécnico de la colombiana Maritza Arango. En el caso del proyecto “Comunidades en solidaridad”, la artista chicana que reside en Utah, Ruby Chacón, lleva el arte a las calles en forma de murales y poesía para concederle un espacio físico a las comunidades olvidadas por la historia oficial. Y en las fotos de Margarita Jaime, quien encuadra el caos de las ciudades en el orden de la fotografía, las calles marcan la silueta de metrópolis y pueblos en un acto que seduce al espectador a hurgar en las entrañas de ese maremagno de cemento.

Como los portalones de Saramago, las calles son un espacio liminal donde se fusionan las esferas de lo público y lo privado, de lo externo y lo interno. Esta unión, o dicotomía, es explorada por artistas como el pintor Jean Marc Calvet en su colección de pinturas “Una puerta hacia otros mundos”, y por la fotógrafa Érika Diettes, quien en su obra “Sudarios” retrata el mundo interior de los sobrevivientes de la violencia en Colombia (un tema que analiza con circunspección Manuel Alejandro Garzón en el contexto de una obra teatral en su ensayo “Teatro y violencia”).

Para Saramago, los ecos del pasado repican en los portalones; para muchos otros, como el legendario grupo Gaiteros de San Jacinto, los ecos de la tradición resuenan en las calles; y para la poeta Florencia Milito, los ecos de la vida antes de la tragedia palpitan en el bullicio de un barrio neoyorquino.

Al final de su ensayo, Saramago incita al lector a cruzar un portalón y experimentar esa leve y cálida sensación de un pasado que nos sustenta, de una fraternidad que nos justifica como humanos. Hago eco de su llamado: salgamos a la calle.

Ecos [carta del editor]

por Suan Pineda

En el número inaugural de Entremares, el miembro de nuestro equipo Efrén Herrera Quintín recordaba la última vez que vio a su padre hace más de una docena de años en el aeropuerto de Bogotá cuando partía hacia el exilio. Recordaba sus manos, arrugadas por la vida, agitándose a través de las ventanas del aeropuerto. Y acunaba la esperanza de volver a verlas, rodeando a sus hijos en un abrazo.

Unos días después de publicar la nota, el Sr. Ismael Herrera Ardila falleció.

Sin planearlo, esta edición de Entremares se ha convertido en el megáfono de las voces de quienes han partido y en la plataforma donde sus huellas siguen marcando el compás de nuestro camino.

Así, los poemas de Rex Webster (un camarada literario de nuestro editor Rudy Mesicek), las pinturas de María Lucía Casas (la mamá de nuestra colega Lina Peralta Casas) y todo el trabajo reunido en el segundo número de la revista son resultado de una especie de transposición y transmaterialización en las que los sonidos se transforman en papel, los gestos en pintura, la carne en carne.

A veces pienso que la muerte es simplemente un desplazamiento (una transformación de energía o un viaje, quizá; la interpretación de esta frase es abierta y flexible). Religión y filosofía aparte, mi posición es quizá sensiblera, elucubrada y esotérica, pero no encuentro otra plataforma para explicar lo que experimenté al leer los poemas de Rex, un escritor que dejó trazos profundos aunque efímeros y esporádicos. Cuando Rudy me platicó de estos poemas sueltos sin publicar, la curiosidad y quizá el morbo se apoderaron de mí. En las noches, después del trabajo, con una copa de vino me sentaba en el piso de mi apartamento con los poemas desparramados sobre mi regazo. Y leía, en voz alta, esos versos tan ajenos y tan lejanos. Los recité quizá más de una docena de veces para que mi lengua se acostumbrara a los retuerces entre sílabas, a que mi respiración se modulara al ritmo de las estrofas, a que mi consciencia avistara el mundo que creó Rex. Nunca lo conocí y no pretendo conocerlo después de leer sus escritos. Rex sigue siendo elusivo. Por momentos insular y hermético como el Vallejo de Trilce, Rex, según cuenta Rudy en la introducción a la colección de poemas, presenta una mezcla única entre lo familiar y lo extraño, entre el tierno asombro de la juventud y las cicatrices de una vida golpeada. Así, al escuchar sus palabras hacer eco entre las huecas paredes de mi apartamento, más de una década después de su muerte, empecé a sentir el cálido alivio de la familiaridad de una voz cuya intimidad es confundida por impermeabilidad.

Así, en esta edición de Entremares no pretendemos capturar momentos o rescatar hechos que simbolicen, engloben o encasillen el legado de los que ya no están. Sería una acción sofocante y limitante asignarles cómo deben ser percibidos o dónde deben ser ubicados. Sólo queremos dar pequeños vistazos de su paso y concederles el espacio y la libertad de estar y de continuar siendo en las obras que han producido. De la misma manera nos aproximamos a los demás trabajos publicados aquí: vemos el camino que han forjado el dramaturgo ecuatoriano Peky Andino y el escritor colombiano Jorge Eliécer Pardo en sus respectivos campos, los horizontes que exploran Alberto Sánchez Argüello, Gabriela Alemán y María Fernanda Ampuero en sus cuentos, o nuevos espacios de inquisición en Entremares con las secciones The Wanderer (una columna que explora el concepto del desplazamiento), Contrapunto (reseñas) y Correveidile (donde destacamos cosas, lugares, obras y demás que captan el interés de los “desubicados”).

In memoriam

María Lucía Casas
Ismael Herrera Ardila
Bernardino Marzo
Rex Webster

Estas voces tienen su espacio: en el fluido y difuso mundo cibernético, entre las paredes de un viejo apartamento, en la memoria de amigos e hijos.

A estas voces le hacemos eco.