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Imágenes a trasluz: Metáforas de la fecundidad

La consagración de la luz en 3 obras del artista ecuatoriano Miguel Betancourt: mutaciones cromáticas, transparencias múltiples y hermetismo poético.

“La metáfora es probablemente la potencia más fértil que el hombre posee.” José Ortega y Gasset

Por Betty Aguirre-Maier

Al observar la obra de Miguel Betancourt, su última muestra, comprendemos inmediatamente que su arte es un oficio fecundo, de largo tiempo, alimentado por el rigor y el talento. Imágenes a trasluz es el resultado del intenso y prolijo trabajo del maestro que ha logrado el efecto que tienen las grandes obras: llamar a la contemplación.

Aproximarnos a estas pinturas de extrema belleza y delicadeza es trascender el cotidiano recorrido de una galería. Cada imagen es una experiencia personal –y espiritual-, como lo menciona Betancourt: “Aspiro a que mi obra sea contemplada desde el territorio de la intimidad”.

De las trece piezas de mediano formato que constituyen esta colección, Entremares Magazine presenta tres de ellas, en un proceso de desplazamiento a través de la luz del día: “Esperando las olas”, “América y Europa” y “Retablo Quiteño”. Esta propuesta estética está inspirada en las experiencias del artista, entre otras, al contemplar los vitrales de catedrales góticas en varios lugares del mundo. Tanto aquellos vitrales como las obras de Betancourt fueron construidas como sitios sagrados, como un corpus sanctum , en los que cada individuo vive su propia e íntima experiencia. Como en los vitrales góticos, la luz que atraviesa el papel filtra el color y sus tonalidades e impregna el artefacto de una cualidad etérea que ilumina e intensifica los símbolos y sus formas,  llenando el espacio de un exquisito dramatismo y sensualidad y dando paso a la metáfora, como un medio esencial de intelección entre el artista y el espectador.

Miguel Betancourt en la ejecución de una obra en su estudio de Quito – Foto de FRANK SÁNCHEZ

En su ensayo “La deshumanización del arte”, José Ortega y Gasset describe la metáfora y sus posibilidades: “Sólo la metáfora nos facilita la evasión y crea entre las cosas reales arrecifes imaginarios, florecimiento de islas ingrávidas”. Este análisis nos ayuda en la comprensión de las preocupaciones y propuestas estéticas de Betancourt: su obsesión por evitar realidades, aparenciarlas, transfigurándolas. Pero sobre todo, el pintor quiere lograr que sus obras causen el mismo efecto místico que los vitrales  -como él lo explica-: “al provocar la concentración del devoto en el oficio divino y eliminar o reducir su preocupación por el mundo de fuera.”

Imágenes a trasluz son procesos fecundativos y alquímicos, que arrancan desde la búsqueda minuciosa de nuevos soportes que hagan posible la realización de estos poemas pictóricos. Entre ellos: el papel de fibra de arroz, similar a la seda, semejante a la piel humana. Sobre estas láminas puras y dispuestas, el artista aplica la acuarela con magistrales trazos caligráficos que evocan el noble y memorable arte de la caligrafía china. Estos trazos, firmes y potentes,  no son accidentales, son las formas estilizadas y estudiadas que han de otorgar de lirismo a cada pieza.

Con este bagaje de materiales, el maestro ensambla sus obras sobre armazones de metal que sostienen las dos láminas –diferentes pero parecidas- adosadas por el reverso y encapsuladas entre dos  hojas de vidrio. Ahora, lucen como piezas escultóricas que deberán esperar por la luz, por sus rayos y partículas, para consagrar sus múltiples posibilidades, transparencias y mutaciones.

Tres poemas

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Esperando las olas” es un canto a la voluptuosidad de un cuerpo que espera  ser besado por las olas, y fecundado por el mar. El rosado y el rojo de la carne, y el verdor de la exuberancia se unen al azul de un mar trepidante hecho de otros cuerpos o fantasmas. La luz hará lo suyo, nos sumergirá lentamente en ese mar y en ese cuerpo, metáfora de la pasión, del infinito deseo por poseer y ser poseídos.

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Europa y América” es una fusión que no termina de consolidarse, una metáfora del mestizaje irredimible. Europa trae consigo el refinamiento y la ambición, y fecunda a una América de belleza hermética e imperturbable. Rojos, azules, amarillos, reflejos de coronas, penachos, guerras, abrazan la pureza de un azul inquietante, de una piel desconocida. La mutación final de esta obra nos deja una mirada triste, confusa: dos mundos inseparables e irreconciliables.

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Retablo Quiteño” es una metáfora de la conquista: Dios y el oro; amarillos iridiscentes y azules sagrados, Virgen de Legarda, santos y querubines trabajados por manos indias bajo el orden divino. La belleza de esta pieza se desliza bajo los intensos rosas y rojos que filtran la luz, ¿Revelación de la sangre derramada?. La luz del mediodía traerá el resplandor y la opulencia del arte barroco; y, la tarde revelará en los intensos rojos el martirio, la esclavitud, las muertes que hicieron posibles el esplendor de los retablos quiteños.

Miguel BetancourtMIGUEL BETANCOURT (Quito, 1958).  El pintor ecuatoriano ha participado en más de 60 exhibiciones internacionales, entre ellas la XLV Bienal Internacional de Venecia. Recibió el Premio Pollock-Krasner en 1993. Se puede encontrar su obra en publicaciones como: Imágenes a Trasluz, Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana (Quito, 2014); The Public Catalogue Foundation, Oil Paintings in Public Ownwership (Londres, 2005); Nuevos Cien Artistas, Mundo Diners (Quito, 2001); 200 Años de Pintura Quiteña, Citymarket (Quito, 2007) y Betancourt, libro de Paradiso Editores (Quito, 1996). En 2008 fue comisionado por Luciano Benetton como coordinador del proyecto Ojo Latino (Milán 2008) sección Ecuador. Artículos sobre su obra han aparecido en revistas como Americas de la OEA (Washington DC) y Ecuador Infinito (Quito), entre otras.

Borís Pasternak y la Revolución

Juan Romero Vinueza presenta una faceta poco conocida de uno de los más grandes escritores rusos del siglo XX.

Por Juan Romero Vinueza

Borís Pasternak (1890-1960) fue hijo del pintor e ilustrador de las novelas de Tolstói, Leonid Pasternak y de la pianista Roda Kaufman. Como es notable, el autor de El Doctor Zhivago – y en algunas traducciones Yivago — tuvo el arte en su casa desde la infancia. Cuando niño empezó por tocar el piano, al igual que su madre, pero luego volcó su camino hacia las letras. Cabe resaltar que como uno de los más grandes escritores rusos del siglo XX, Pasternak conoció a Lev Tolstói y Rainer María Rilke siendo un infante por la influencia que tenía su padre, Leonid, en el arte. Posteriormente ese influjo se haría notar cuando el niño se convirtiese en uno de los mejores novelistas y poetas, ahora clásicos, de Rusia.

El poeta romántico-simbolista-revolucionario y, además, ruso, fue influenciado como hemos dicho por Tolstói, Rilke y por Pushkin (no podría ser de otra manera) y Dostoievski. Mas, en su círculo se encontraban otros poetas jóvenes rusos que pertenecían a la misma generación de Pasternak, entre ellos destacan: Marina Tsvetáyeva, con la que tuvo una buena amistad y que, a pesar de vivir casi en la miseria, lo ayudó y le dio un hogar por algunos meses; Serguéi Esenin, el cual mantuvo correspondencia con Blok y había sido elogiado muchas veces por Gorki y que se suicidaría a los 30 años dejando un vacío en la vida de Pasternak; y el que para muchos fue el mejor poeta de la Revolución de Octubre y del cual no cabe explicación alguna: Vladimir Maiakovski.

Luego de haber publicado su novela El Doctor Zhivago en Italia, Pasternak tuvo varios problemas con los líderes soviéticos del momento que lo acusaban de desenmascararse como un enemigo de la Revolución. Eso no fue todo. Además, la academia sueca le tendría preparada otra sorpresa y fue que él había sido elegido como el nuevo Premio Nobel de Literatura. Pasternak, obviamente, se sorprendió (a pesar de ya haber estado nominado siete veces antes de obtener el premio).

La KGB le envió una carta amenazándolo con ser expulsado de la Unión Soviética si él osaba aceptar el premio ya que, según ellos, su libro atentaba contra la realidad de soviética. Eran puras patrañas, sostenían. Pasternak rechazó el premio Nobel en 1958. Posterior a la muerte de Pasternak, su hijo pudo en 1989, durante el gobierno de Mijaíl Gorbachov, recibir dicho galardón. Pasternak nunca pudo ver su obra publicada en ruso, cuando ésta vio la luz verde en su idioma natal él estaba ya sepultado bajo la luz roja.

Pero no hablaré más sobre su novela, sino que centraré el texto en algo que no se ha tomado muy en cuenta en torno a la obra de Pasternak: su poesía. Pasternak quien, junto con Maiakovski, sería uno de los pilares de la revolución poética rusa de la época, experimentó mucho en su poesía. Recordando que las vanguardias no le fueron ajenas y que la influencia de Pushkin, Blok y Rilke no tardaría en hacerse notar en sus poemas, Pasternak se centra en lo suyo y logra crear una poesía con voz y puño propios –teniendo también mucho de la poesía romántica que inundaba sus versos mezclados con varios de los ismos.

Pasternak antes que novelista fue poeta. Bajo la sombra de la Unión Soviética, Pasternak tuvo que silenciar su voz durante varios años porque no se sentía cómodo con las propuestas estilísticas y políticas que se mantenían en esa época en su país. Sin embargo, todo lo que estaba sucediendo en la Unión Soviética no podía serle ajeno al poeta romántico-simbolista. Vladimir Maiakovski, uno de los mejores poetas rusos y un gran amigo de Pasternak, escribió una vez:

¿Acaso es asunto mío
que alguien
en alguna parte
de este tempestuoso mundo
haya provocado una guerra?
Cuando canonicéis los nombres
de muertos
más famosos que yo,
-acordaos:
entre los muchos que la guerra mató
está el poeta de la Gran Presnaia. (Yo y Napoleón)

Entre los muchos muertos que dejó la Revolución están ellos. Maiakovski por mano propia y a Pasternak, bueno, a Pasternak lo mataría el olvido. El olvido se lleva todo lo que la memoria dejó aislada o retenida en un baúl de recuerdos. Los poemas de Pasternak son eso: el inconsciente dentro de la poesía y la narrativa misma del autor. El lector sabe que los mismos existen, que son importantes, que son ellos los que codifican y nos dan una perspectiva más amplia de lo que es Pasternak, pero que, aun así, están olvidados en un desván lleno de telarañas y afiches de la Revolución.

Su poesía comenzó a tomar vida desde 1914 con El gemelo entre las nubes, cuando la I Guerra Mundial estaba empezando; en 1917, cuando la Revolución Rusa estaba teniendo su victoria más amplia Por encima de las barreras; y seguiría hasta los años 20 con la publicación de Mi hermana la vida (1922) desde los cuales Pasternak haría una pausa editorial para dedicarse a escribir más poesía y su autobiografía, El salvoconducto (1931). Sin embargo, el silencio total se daría desde 1934 cuando las propuestas serían netamente aliadas al oficialismo, cosa que Pasternak empezaba a rechazar con fervor, incluso rompiendo su relación de amistad con Maiakovski, ya que este seguía escribiendo para LEV. Vladimir Maiakovski le dijo estas palabras a Pasternak en algún momento de su vida, cuando la ruptura de la amistad sería más que inminente: “¡Qué le vamos a hacer! Ciertamente, somos distintos. Usted ama el rayo en el cielo y yo la plancha eléctrica”.

Vemos en la poesía del ruso muchas referencias filosóficas y una cosmovisión claramente estructurada sobre la vida. Por ejemplo, en las líneas del poema “Cuando serena”, nos dice que desea llegar a la cosa, a su esencia misma, a la esencia del pasado para encontrar en ella sus motivos, sus fundamentos y sus raíces más profundas. El poeta deseaba penetrar en el confín más grande y complicado del ser humano: el alma y la vida, es decir, su significado. ¿Cómo llegar a instaurarse en la raíz más profunda de la esencia? Pues, ¡con qué más!, con la poesía.

La Revolución seguía su curso y Pasternak continuaba sentado escribiendo y pensando en qué es el alma, en especial el alma del poeta y no le podían salir otros versos que no fueran estos: … eres como una funeraria donde reposan sus cenizas (Alma); reposar sobre sí mismo, ¿cómo se llega a tal nivel de castración existencial? El poeta ruso estaba acorralado en un sitio al que ahora quería desconocer. La Rusia por la que él luchó y en la que él había creído se estaba desmoronando poco a poco y dejando a su paso una ola de muertes y cenizas en los pueblos por los cuales pasaba.

El sentimiento de fatalidad con respecto al hecho de perder la fe en el ser humano, no se haría esperar más en la poesía del ruso. Él, que había vivido con los aristócratas y luego en algo bastante parecido a la miseria junto con Tsvetáyeva, conocía al hombre y creía que el hombre mismo era el que lo estaba perdiendo: He perdido al hombre/ desde que todos lo perdieron, es lo que se puede leer en el poema “Cambio”. Y, justamente, eso es lo que fue para la poesía rusa, un cambio, no sólo en la manera de concebir al hombre, sino también en la manera en cómo se concebía la poesía. Ciertamente, Pasternak y Maiakovski fueron las estatuas poéticas más relevantes que murieron en -y por- la Revolución.

Yo amo tu designio terco
Y me gusta este papel.
Pero está representándose otro drama.
Déjenme descansar esta vez.
(HAMLET, El Doctor Zhivago, 1957)

Borís Pasternak
Borís Pasternak

No se puede olvidar también la producción poética dentro de su novela. El apéndice de El Doctor Zhivago contiene las poesías de su protagonista: Yuri Zhivago y, en las cuales, podemos notar además otros de los rasgos que Pasternak hace suyos. El poema Hamlet, como podemos ver, es una apología fatal que tiene el personaje de Shakespeare. El drama que se representa también, a la vez, es un designio terco no sólo del Príncipe Hamlet, sino también del hombre en general. El hombre busca, sin darse cuenta, un papel en el drama que se representa (que es su vida) y, a veces, incluso le podría buscar un autor como en el caso de la obra de teatro de Luigi Pirandello, Seis personajes en busca de autor. Mas, en el caso de Pasternak, el personaje se ha reconocido como tal y quiere ser libre, quiere la alienación del drama a pesar de que el papel que él representa es agradable ¿Podría ser también una analogía de la revolución? ¿Podría Pasternak sentir que era, ahora, ajeno al drama que se estaba viviendo, que ese papel que tanto amó, le hartó y desea descansar?

Reunión en casa de V. Maiakovski (Noviembre, 1925) Pasternak, Borís. Vida y Poesía. Ed. Noguer, España.1963.
Reunión en casa de V. Maiakovski (Noviembre, 1925)
vinuezaJuan Romero Vinueza (Quito, 1994) Estudiante de Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Sus poemas han sido publicados en las revistas Vicio Perpetuo Vicio Perfecto (Perú), Revista Freelance (Ecuador), Matapalo (Ecuador), Resortera (México) y en la Revista Digital Astrolabium (España). Fue parte del equipo de redactores del proyecto FAVELA11 (México) y es parte del consejo Editorial de la Revista Matapalo. Consta en la Antología Sinfonía Lírica: muestra de poesía total (Perú, 2014).

Por un Índice de Desarrollo Humano con sentido humano

Una mirada a un indicador que va más allá de lo económico y que, por ende, puede ser la forma más adecuada de representar y diagnosticar fielmente la calidad de vida de las personas.

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NOTA DEL EDITOR: Cuando el mundo se debate en encontrar maneras de solucionar los problemas de desempleo de la fuerza laboral como herramienta fundamental para mejorar la calidad de vida, Entremares Magazine presenta este ensayo de Miguel Ángel Guerrero Ramos, sociólogo de la Universidad Nacional de Colombia, que pone de relieve dos fallas que a su juicio tiene el Índice de Desarrollo Humano (IDH) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU): «el poco alcance de las dimensiones que se valoran en el IDH y la de considerar erróneamente la sociedad como algo homogéneo».

Para el autor el empleo es una dimensión que no contempla la ONU en su IDH y es allí » en donde se encuentran hoy por hoy en su máxima expresión los temas de la desigualdad, la inclusión y la exclusión social».

Para una publicación que, como Entremares, tiene su punto de partida en el desplazamiento, es importante mostrar el enfoque de Guerrero Ramos, ya que, a fin de cuentas, las fallas estructurales en los países relacionadas con la calidad de vida y con el pleno ejercicio de las libertades (que son elementos que subyacen en el IDH) se constituyen en los principales generadores de los movimientos migratorios, desplazamiento y desubicación que, de alguna manera, son caldo de cultivo en el que nace el material presentado en esta plataforma.[/alert]

por Miguel Ángel Guerrero Ramos

Desde la década de los noventa la Organización de las Naciones Unidas (ONU) utiliza un indicador de desarrollo basado en los trabajos del Premio Nobel de Economía, Amartya Sen. Se trata del Índice de Desarrollo Humano (IDH), un indicador que busca medir el bienestar de las personas teniendo en cuenta factores como la educación, el acceso a los recursos y la expectativa de vida. Es decir, un indicador que no sólo se concentra en el ingreso mensual de las personas o en su capacidad adquisitiva, sino también en el modo de vida que en realidad las personas llevan en la práctica. Quiere decir esto que dicho indicador se aleja de un enfoque economicista del desarrollo y pone su mirada en el pleno ejercicio de las libertades y, en general, en todo aquello que bien podríamos entender como “la calidad de vida”.

«El Índice de Desarrollo Humano, tal y como lo ha venido manejando la ONU, es un indicador en el que la preocupación se centra o bien en las personas o bien en la sociedad en su conjunto, dejando por fuera el hecho de que la sociedad actual no es homogénea y que, por ende, también se puede hablar del bienestar de grupos sociales humanos diferenciados».

Ahora bien, entender el desarrollo desde su perspectiva más humana, y no sólo desde una perspectiva economicista, es sin duda uno de los mayores avances teóricos de la historia. Puede ser también el avance más significativo para el bienestar de la humanidad. No obstante, la manera en la ONU ha venido empleando dicho indicador en la comprensión de la realidad social, bien podría suscitar un gran cúmulo de críticas y revisiones conceptuales. Entre dichas críticas se puede mencionar, a manera de ejemplo, el acento que se le pone al bienestar individual como componente de un todo social aparentemente homogéneo. Es decir, el IDH, tal y como lo ha venido manejando la ONU, es un indicador en el que la preocupación se centra o bien en las personas o bien en la sociedad en su conjunto, dejando por fuera el hecho de que la sociedad actual no es homogénea y que, por ende, también se puede hablar del bienestar de grupos sociales humanos diferenciados. Casi que la única diferenciación social sobre la cual se trabaja en el IDH, o al menos la más predominante, es la que tiene que ver con la medición de dicho indicador en los distintos países. Una forma de medición que oculta la verdadera heterogeneidad de las actuales sociedades. Además de ello, también se puede criticar el poco alcance de las tres dimensiones que se valoran en el IDH.

Estas dos críticas, o más bien estas dos ideas, es decir, la del poco alcance de las dimensiones que se valoran en el IDH y la de considerar erróneamente la sociedad como algo homogéneo en el aspecto conceptual, se desarrollarán un poco más a fondo en las siguientes líneas. Esto, cabe decir, con el fin de destacar la importancia de la dimensión laboral y ocupacional en el pleno desarrollo del bienestar humano y en el pleno ejercicio de las libertades. Una dimensión ampliamente ignorada en el IDH y en donde se hace en gran parte evidente la heterogeneidad de las actuales sociedades.

Dimensión laboral y ocupacional humana

Lo que persigue la ONU a través del indicador llamado IDH, o del indicador llamado Índice de Pobreza Multidimensional, es mejorar la calidad de vida de las personas. De esta manera, se entiende que un buen lugar de vivienda, por ejemplo, es aquella en la que no exista hacinamiento, que sea digna y posea servicios básicos funcionando de forma adecuada. Ello, sumado a buena alimentación y a oportunidades de educación que les permitan adquirir a las personas ciertas “capacidades” para desenvolverse laboralmente, constituye lo que es un óptimo nivel o calidad de vida. Al menos, por supuesto, en la forma de comprender la realidad social que posee desde hace unas dos décadas la ONU.

Hay que aclarar, antes de seguir adelante, que no es mi intención decir que la ONU ha descuidado lo social, o que el IDH no lo contemple en lo absoluto. Lo que pretendo decir en el presente texto es que al IDH aún le falta bastante análisis en el terreno de lo social y más aún en el relacional entre grupos humanos. Aun así, hay que reconocer ciertos logros. Hay que reconocer que desde el informe de 2009, la ONU ha venido privilegiando una mirada no economicista del desarrollo, no desde un abstracto concepto de bienestar o libertad, sino desde las prácticas sociales mismas.

El Informe 2009 se centra en el análisis de las prácticas sociales, las que son definidas como modos de actuar y de relacionarse en espacios concretos de acción, articulando las orientaciones y normas de la sociedad, instituciones y organizaciones con las motivaciones y aspiraciones particulares de los individuos (PNUD, 2009). En el modo en que se despliegan las prácticas sociales inciden, por tanto, las fuerzas que pueden complementarse o colisionar entre sí: las instituciones (conjunto de normas formales que definen lo que se debe o no hacer en un espacio de prácticas), la subjetividad (conjunto de aspiraciones, expectativas, motivaciones con las que cada actor encara una práctica específica) y el conocimiento práctico (mapas que guían los cursos de acción individuales) (González, S: 2010, p. 33).

El IDH abarca tres dimensiones. Según el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo): “El desarrollo humano es un proceso en el cual se amplían las oportunidades del ser humano”, en pos de disfrutar de una vida prolongada y saludable, adquirir conocimientos y tener acceso a los recursos necesarios para lograr un nivel de vida decente (Romero: 2009). Esas son las tres dimensiones u oportunidades esenciales, las cuales no dejan de estar respaldadas por otros enfoques complementarios como el de derechos humanos.

No obstante, hay que decir que una visión desde las prácticas sociales sigue siendo poco relacional y aun cuando salva el escollo de que el IDH no centre su atención en las formas simbólicas de los distintos grupos humanos, un terreno en el que aún falta bastante por hacer, el verdadero problema de lo relacional es aún más intrincado. El verdadero problema, más allá de un enfoque que contemple las prácticas culturales, es que, además de un enfoque social lo más adecuado posible, el IDH todavía requiere, a mi modo de ver, siquiera de una dimensión más.

Sin embargo, considero que …” la igualdad de condiciones para los distintos tipos de oficios y profesiones y un buen entorno de oportunidades laborales adecuadas para quienes recién están ingresando en el ámbito laboral”, mencionada por el PNUD, es una dimensión de vital importancia, o por lo menos tan esencial como las anteriormente mencionadas. Es decir, el no ser rechazado por estratificación social o por carecer de experiencia en un campo determinado, e incluso por carecer de un título de especialización o doctorado al momento de ingresar o desenvolverse en el campo laboral, ayuda significativamente al bienestar en general y a desaparecer la pobreza. Dicha dimensión podría entenderse como la dimensión empleo.

El empleo, en este marco de ideas, es una dimensión de gran importancia para entender el desarrollo humano en un sistema asalariado, porque de él depende que se tenga una amplia expectativa de vida, los recursos necesarios para una vida feliz e incluso las oportunidades necesarias para manifestar la ciudadanía y ejercer una democracia participativa. Es, además, una dimensión en donde se encuentran hoy por hoy en su máxima expresión los temas de la desigualdad, la inclusión y la exclusión social, debido a los focos de economía sumergida que existen a lo largo y ancho del mundo.

Sobre el tema de la inclusión social, la ONU la restringe a algunos cuantos aspectos. Se habla de inclusión, por ejemplo, en el plano de la educación pero no en el laboral. Dicha institución supranacional también habla de inclusión de género, de ahí que haya adoptado un indicador llamado Índice de Desarrollo Humano Relativo al Género. No obstante, a pesar de que es un gran avance el preocuparse por la inclusión, por ejemplo, de personas de avanzada edad o de sectores deprimidos de la sociedad en el ámbito educativo, o de las personas en contextos con exclusión de género o de las personas discapacitadas, también en el mismo ámbito, es decir, en el educativo, es necesario que la misma preocupación se lleve al campo laboral.

El desarrollo humano y la segmentación social

El problema es que aun con una excelente salud, con una buena educación y una vivienda digna, muchas veces no se puede adquirir un buen empleo, no por falta de vacantes sino por un rechazo, algunas veces más directo y explícito que otras, en un sistema con un alto grado de desigualdad. El asunto, visto de esta forma, es realmente preocupante.

Amartya Sen, uno de los grandes teóricos del desarrollo más allá de las perspectivas economicistas, entiende el concepto de desarrollo humano no sólo en cuanto a los factores que se necesitan para adquirir un mayor grado de bienestar, tales como el ingreso, la salud o los recursos, sino en el grado de libertad que se requiere para lograr los objetivos que una persona se fija en su vida (Chamorro, 2013). Hasta aquí, dicha idea concuerda con lo que se plantea de fondo en el presente artículo. El problema es que aun con una excelente salud, con una buena educación y una vivienda digna, muchas veces no se puede adquirir un buen empleo, no por falta de vacantes sino por un rechazo, algunas veces más directo y explícito que otras, en un sistema con un alto grado de desigualdad. El asunto, visto de esta forma, es realmente preocupante. Es preocupante, ya que en una sociedad monetaria como la nuestra, el carecer de un empleo o de ingresos fijos, no les permite a las personas poder conseguir, como bien cabe suponer, los distintos objetivos que ellas se han fijado en sus respectivos proyectos de vida. De ahí que dicho asunto, es decir, el asunto del empleo, no deje de estar íntimamente ligado al tema de la pobreza y el bienestar social.

Ahora bien, para ciertas personas inmersas de lleno en las actuales desventajas de la doctrina neoliberal que rige por estos tiempos el capitalismo, el poder hacerse con un empleo digno es un verdadero milagro. Ello es así, en gran parte, debido a que nuestras sociedades se hallan enormemente segmentadas y que aun con unos niveles adecuados de estudio se puede ser víctima de exclusión y con ello perder oportunidades laborales por pertenecer, por ejemplo, a un barrio o a una zona residencial con cierto grado de segregación a causa de la estratificación social. Es decir, a pesar de que una persona cuente con las tan mencionadas “oportunidades” de las tres dimensiones del IDH, a la hora de la verdad es muy probable que no se contrate a dicha persona si llega a formar parte de ciertos estereotipos. Y sin empleo, por más que no se le quiera dar una visión economicista al desarrollo humano, hay que aceptar que disminuye significativa y potencialmente la calidad de vida.

Pero las sociedades actuales, hay que decir, no solo están segmentadas por estratos socioeconómicos, sino por una gran cantidad de factores que muchas veces llevan a la exclusión, a la segregación y a nuevas formas de racismo. Es decir, muchas veces, a manera de ejemplo, no se examina siquiera la hoja de vida de ciertos postulantes a una vacante laboral. No se hace por el mero hecho de ser personas de diferente raza o grupo étnico o, incluso, por no simpatizar abiertamente con una determinada idea. Y aun cuando se habla y hay una gran preocupación por la incorporación laboral de las personas discapacitadas, hay que ver qué clase de empleos son los que se les están dando realmente a ellas.

De esa forma, cabe decir, se entiende el mundo actual de una forma bastante dicotómica. Se entiende que hay que sacar a las personas de la pobreza, y, al mismo tiempo, que los grandes empleos son para las personas con grandes influencias. Resultado de ello es que se crean contrageografías de la globalización o sectores de trabajo precario y deprimido en donde se facilita la explotación de las personas sin influencias

Considerado así el asunto, se podría decir que el Índice de Desarrollo Humano, el Índice de Pobreza Multidimensional del PNUD, e incluso la propuesta de Desarrollo a Escala Humana formulada por el Centro de Alternativa para el Desarrollo (CEPAUR), sirven no sólo para obtener ciertos resultados comparativos, sino para esconder factores sociales trasversales al problema de la pobreza. Dichos indicadores esconden, más que nada, en su entendimiento del desarrollo humano, y entre otros factores, el importantísimo campo de lo laboral. De esa forma, cabe decir, se entiende el mundo actual de una forma bastante dicotómica. Se entiende que hay que sacar a las personas de la pobreza, y, al mismo tiempo, que los grandes empleos son para las personas con grandes influencias. Resultado de ello es que se crean contrageografías de la globalización o sectores de trabajo precario y deprimido en donde se facilita la explotación de las personas sin influencias, como nos dice la socióloga estadounidense-holandesa Saskia Sassen (2003).

Basándome en lo anterior, bien podría atreverme a afirmar que uno de los objetivos del milenio debería ser el de lograr la plena incorporación laboral de las personas — una incorporación que se lleve a cabo de una forma lo más igualitaria posible, y según las capacidades adquiridas y los talentos de cada quien, más que por sobre el patrón de las influencias o los estereotipos sociales—. No obstante, podría decirse que la preocupación de la elite cualificada que maneja los altos cargos e incluso el terreno de la creación simbólica en nuestras actuales sociedades, es que eso traería luego una situación un tanto indeseada. La situación de que haya trabajos que nadie quiera realizar por ningún motivo, razón por la cual, por horrible que suene, al sistema parece convenirle mantener focos de desigualdad, exclusión y segregación.

Perspectiva más social e incluyente

Es un hecho que hoy en día los distintos autores y analistas de lo social que hablan del desarrollo humano, así como las instituciones que se encargan de dicho concepto, son totalmente conscientes de la complejidad que encierra su comprensión y medición. De esa forma se entiende que:

El desarrollo humano es un proceso multidimensional, que tiene como fin y medio el desarrollo de la libertad del ser humano para atender sus capacidades. Los acercamientos realizados en torno al concepto sobre desarrollo humano comulgan con la búsqueda de construcciones teóricas y metodológicas que rebasan la visión estrecha del desarrollo como crecimiento económico (Pérez Magaña y otros: 2010, p. 87).

Pero asimismo también es cierto que la naturaleza local del desarrollo humano requiere examinar dicho tipo de desarrollo en una circunscripción espacial concreta y con atribuciones de representatividad política (Pérez Magaña y otros: 2010). La propuesta del presente texto, en torno al desarrollo humano, por tanto, es, en primer lugar, la de tratar de incorporar la dimensión empleo a su comprensión y medición, la cual estaría constituida por cierto número de variables. Un número de variables clave cuya búsqueda, es preciso aclarar, escapa a los fines de estas breves y reflexivas líneas a un problema de tal envergadura y relevancia como el desarrollo humano.

Por otra parte, recordemos que el PNUD, define hoy al desarrollo humano en base a un concepto muy específico. Dicho concepto, a saber, es el que lo distingue como un «proceso de expansión de las capacidades de las personas que amplían sus opciones y oportunidades» (Wikipedia, Desarrollo humano). De ahí que la segunda propuesta del presente texto esté directamente dirigida a la ampliación de dicho concepto. Lo que quiero decir, es que asimismo sería importante entender en el desarrollo humano “el proceso de expansión del entorno social (es decir, no solo el de las personas) o de los distintos grupos humanos que amplían sus opciones y oportunidades”, como lo conceptúa el PNUD.

Desde mi punto de vista, el PNUD le confiere un enfoque individual al desarrollo humano, por lo cual también se podría pensar en añadirle lo que bien se podría llamar una “perspectiva de grupos diferenciados”. Esa no sería sino una perspectiva que se ocupe de las oportunidades que tienen los distintos grupos humanos para poder llevar a cabo el libre ejercicio de las capacidades adquiridas. Esto, bajo la premisa de que no todos los grupos humanos tienen las mismas oportunidades en una determinada sociedad, ya que en cada una, al menos hoy en día, existe un alto grado de segmentación social.

El IDH, por tanto, no sólo debe preocuparse por el bienestar subjetivo de las personas sino por el bienestar psicosocial y por la forma en la que nos relacionamos los unos con los otros

Se trataría de una perspectiva que reconozca no sólo el bienestar individual sino también el bienestar social de un grupo humano determinado en una sociedad específica. Una perspectiva que reconozca, por ejemplo, el bienestar de las personas de un barrio deprimido de una ciudad, a pesar o más allá de que sean profesionales y posean una vivienda con servicios básicos, pues por el mero hecho de vivir en aquel barrio pueden ser excluidos de oportunidades laborales e incluso de otros ámbitos de la vida social. El IDH, por tanto, no sólo debe preocuparse por el bienestar subjetivo de las personas sino por el bienestar psicosocial y por la forma en la que nos relacionamos los unos con los otros.

Es decir, hoy en día se entiende el desarrollo humano como libertad para lograr ciertos objetivos básicos y vitales, pero todavía hay que ponderar cómo se debe entender realmente el concepto de libertad, hasta dónde debe llegar y cuánto abarca

Para finalizar, cabe decir, en cuanto a algunos aspectos un tanto más técnicos, que este artículo no tuvo su énfasis en cómo se han de interpretar las variables o los indicadores, por ejemplo, a través del tiempo (el problema de no construir indicadores constantemente o el de cómo entender el desarrollo anual de un territorio en el que se emplean varios indicadores distintos y de forma aleatoria). El énfasis estuvo puesto en el indicador de desarrollo humano como realidad conceptual. Es decir, hoy en día se entiende el desarrollo humano como libertad para lograr ciertos objetivos básicos y vitales, pero todavía hay que ponderar cómo se debe entender realmente el concepto de libertad, hasta dónde debe llegar y cuánto abarca. Lo que quiero decir es que entender el IDH desde una perspectiva de grupos sociales, y no sólo desde el bienestar individual, amplía el marco conceptual del término y, con ello, la forma en la cual se entiende el desarrollo.
Si el entramado conceptual que existe tras un indicador a nivel global nos lleva a entender o no el desarrollo y el bienestar tácitamente de cierta forma, lo ideal sería que dicho indicador estuviera lo más completo posible. Y si no, lo ideal sería que dicho indicador estuviera acompañado por otros indicadores que, mediante una visión más amplia de lo humano, lo hagan lo más completo y abarcador posible.

Todo lo que atañe a lo humano y a su excesiva complejidad debe escapar a los reduccionismos. De la misma forma, todo fenómeno social debe ser pensado desde mil perspectivas distintas.

Conclusión

Dos fueron las propuestas fundamentales del presente artículo, una fue la de incluir la dimensión empleo en los análisis del IDH, y la otra la de observar no sólo la perspectiva individual sino la social que subyace tras el desarrollo humano. Es claro que no se le pueden agregar una gran cantidad de variables engorrosas a un indicador, o sobresaturarlo de ellas, pero sí se podría diseñar uno o varios índices de desarrollo humano complementarios, una suerte de índices A, B y C, que vistos en conjunto le agreguen al IDH actual la dimensión laboral humana para tratar de acabar o siquiera de menguar un poco las exclusiones que se presentan en dicho campo.

Se podría hablar incluso de un Desarrollo Humano y Emocional, que contemple la forma en la cual se sienten los distintos grupos humanos, por ejemplo, los hinchas de un determinado equipo de fútbol. Una tarea que debe realizarse de forma práctica, claro está, y sin demasiadas variables que puedan ser vistas como poco relevantes. Con esto podríamos acercarnos a una adecuada perspectiva de grupos diferenciados. Es decir, una perspectiva que reconozca no sólo el bienestar individual sino también el bienestar social de un grupo humano determinado en una sociedad específica.

Ahora bien, para finalizar, hay que aceptar que es un error el creer que un indicador o un gran número de indicadores puedan sintetizar el desarrollo referente a algo tan complejo y dinámico como lo es lo humano. No obstante, es de gran ayuda considerar el mayor número de variables de lo que comprende la vida cotidiana y, puede que más importante aún, considerar no un único indicador para entender siquiera un poco el bienestar de la especie humana, sino varios indicadores que se complementen unos a otros en lugar de excluirse o usarse estrictamente por separado.

Pero de poco sirven los indicadores, complementarios o no, si no se utilizan para que, de alguna forma, se pueda lograr de este un mundo mejor para todas las personas que en él viven.

Referencias bibliográficas

  • González, S., Campos, M., Cea, P. y Parada, C. (2010). Desarrollo humano, oportunidades y expansión de las subjetividades: Reflexiones a partir del informe de desarrollo humano (2009) en Chile. Psicoperspectivas, 9 (1), 29-58.
  • Pérez Magaña, Andrés, Macías López Antonio y Jiménez, Juan Morales. (2010). ANÁLISIS TEÓRICO Y METODOLÓGICO DEL DESARROLLO HUMANO: SU APLICACIÓN A LA ENTIDAD POBLANA Y LOS SISTEMAS DE RIEGO. Ra Ximhai, enero-abril, año/Vol. 6, Número. Universidad Autónoma Indígena de México. Mochicahui, El Fuerte, Sinaloa. pp. 87-103.
  • Romero, Alberto y Vera Colina, Mary. (2009). El proceso de globalización y los retos del desarrollo humano, Revista de Ciencias Sociales (RCS) Vol. XV, No. 3, Julio – Septiembre 2009, pp. 432 – 445. FACES – LUZ _ ISSN 1315-9518.
  • Sassen, Saskia. (2003). Contrageografías de la Globalización. Género y ciudadanía en los circuitos transfronterizos. Madrid: Traficantes de sueños. Capítulo 2: “Contrageografías de la globalización: la feminización de la supervivencia”.

Referencias estriadas de Internet:

Miguel Ángel GuerreroMiguel Ángel Guerrero Ramos es sociólogo de la Universidad Nacional de Colombia. Ha trabajado como estudiante pasante en el Comité Departamental Para la Lucha Contra la Trata de Personas de la Gobernación de Cundinamarca y como docente preuniversitario. Como escritor, ha sido ganador de los Premios Limaclara de Ensayo 2013 y finalista en múltiples certámenes literarios internacionales en los géneros de cuento, poesía y palíndromos. Ha publicado novelas como Cuando el demonio ama, Al fondo de las pupilas del tiempo infinito, La secreta geometría de una hoja que cae y La mística fragancia de los sueños de amor. En poesía: Una mirada encalada en el pétalo de una flor y Algunos esbozos de cielo en el fondo de una copa. También ha publicado el libro de ensayos La inmediatez de las emociones al estar desnudas. Breves ensayos sobre género, historia, política y posmodernidad, el libro El mundo de hoy y los entornos virtuales.

La revolución de la alegría

La organización humanitaria Payasos Sin Fronteras lleva sonrisas y siembra esperanzas a poblaciones desplazadas por el conflicto armado o golpeadas por desastres naturales.

[alert type=»yellow»]Para conocer más sobre la organización Payasos Sin Fronteras, sus proyectos y cómo hacerles aportes, visite su sitio Web clowns.org. Si desea conocer más sobre el trabajo del fotógrafo Samuel Rodríguez, puede visitar el sitio http://srodriguezphoto.blogspot.com.[/alert]

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Sonrisas de oreja a oreja. Campos polvorientos y grisáceos salpicados de carpas blancas. Piruetas y malabares. Un poco de alegría en vidas marcadas por el desplazamiento forzado.

Con cada espectáculo en regiones golpeadas por la violencia o el embate de los desastres naturales, Payasos Sin Fronteras demuestra que ningún lugar es yermo de sonrisas.

Las imágenes captadas por Samuel Rodríguez, fotógrafo español y director de comunicaciones de Payasos Sin Fronteras, son prueba de que la alegría perdura en regiones y condiciones donde reina la desesperanza.

Fundada en Barcelona en 1993 por Jaume Mateu, la organización sin fines de lucro está formada por payasos y artistas que montan espectáculos dirigidos a niños y jóvenes cuyas vidas han sido impactadas por conflictos bélicos o catástrofes naturales. Así, el grupo humanitario ha llevado su alegría y despertado carcajadas a países como Haití, Kosovo y la República Democrática del Congo.

Las fotografías presentadas aquí documentan la más reciente expedición de Payasos Sin Fronteras a Líbano y Jordania en noviembre y diciembre de 2013 en colaboración con el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF). Montaron espectáculos en campos de refugiados sirios y palestinos, que han sido desplazados de sus hogares por los conflictos armados en sus respectivos países. Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), existen más de medio millón de refugiados sirios en Jordania, y más de dos millones de refugiados palestinos entre Jordania y Líbano.

A través del juego y del humor blanco, la organización apunta a no sólo proveer un momento de escape sino también a dar esperanza. «En lugares castigados por la guerra las acciones de Payasos aportan una visión inocente y sin malicia”, afirma la organización, “que es imprescindible para dejar una puerta abierta a la esperanza».

~ Entremares Magazine

[alert type=»blue»]Nota del editor: Estas fotografías fueron publicadas originalmente en CNN.com.[/alert]

Samuel_RodríguezSamuel Rodríguez is a freelance photographer based in Barcelona, Spain. His works have appeared in major newspapers in Spain, such as El Mundo and La Vanguardia. He is the communications director of the nonprofit Clowns Without Borders.

Despacho desde El Salvador • Una nueva era

Con el triunfo electoral del FMLN, El Salvador inicia una nueva fase como nación al tiempo que el triunfo de la izquierda cambia el balance en las fuerzas políticas de Centroamérica.

Por Róger Lindo

San Salvador • El tránsito por el limbo ha terminado. El Salvador tiene ya un presidente legalmente acreditado y reconocido dentro y fuera de sus fronteras y, por segunda vez consecutiva en su historia, un gobierno de izquierdas rige el país.

Fidel Rauda se alista para votar en San Salvador, capital de El Salvador, durante la primera vuelta de las elecciones presidenciales el pasado 2 de febrero. El izquierdista Frente Faraundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) es el más opcionado para ganar durante la segunda vuelta electoral el 9 de marzo de 2014. / Róger Lindo

El último escollo, una solicitud de amparo presentada por el partido Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) pidiendo la invalidación de la elección por la supuesta comisión de fraude fue declarada improcedente en la Corte Constitucional de la Corte Suprema de Justicia. Fue el punto final. Enseguida llegó el reconocimiento del gobierno de los Estados Unidos al presidente electo Salvador Sánchez Cerén, el exguerrillero que se puso traje y corbata, que se estrena con un mensaje de moderación, y dice estar abierto a escuchar a los que no son de su partido, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).

El bando perdedor, ARENA, que representa los intereses de las élites criollas y los de su entorno, no tiene más camino que reemplazar sus mandos y adaptarse a los nuevos tiempos si quiere seguir siendo una fuerza a tomar en cuenta. Pero nadie olvida que en los días posteriores a la segunda ronda, su dirigencia condujo a sus seguidores por un camino escabroso, cargado de teorías conspirativas y frases fuertes. “Estamos en pie de guerra”. “Vamos a luchar si es preciso con nuestra vida”. «La Fuerza Armada está lista para hacer democracia«. Eran las palabras belicosas, colindantes con el llamado a sedición, vertida por su candidato, Norman Quijano, al saber que las cifras de la votación no le favorecían. Tan temerario fue su discurso que obligó a los uniformados a poner en claro que la Fuerza Armada no intervendría en cuestiones electorales, y que respetaría al elegido por los votantes.

Finalmente, El Salvador entra en una nueva fase de su existencia. Los banderines y las consignas partidarias y militantes se deslavan, la vida recobra sus ritmos. El nuevo presidente asume el poder el primero de junio, y son tan formidables los retos que le esperan que apenas se ponga al timón de la maquinaria estatal tendrá que arrancar en segunda.

La participación de los jóvenes fue nota predominante durante las elecciones presidenciales en El Salvador el pasado 2 de febrero. En la foto se aprecia a estos jóvenes, simpatizantes del izquierdista FMLN, con la ieónica imagen del Ché Guevara pintada en el rostro. / Róger Lindo

Los peligros que le aguardan al gobierno encabezado por Sánchez Cerén han empezado a asomar sus cabezas. El paso dado por el vecino país de Honduras ocupando militarmente y construyendo un helipuerto en un islote del golfo de Fonseca (un territorio marítimo que ambos países comparten con Nicaragua merced a un antiguo tratado), ha abierto una especie de “miniguerra fría” en la región. Las viejas heridas de la breve guerra de 1969 vuelven a supurar.

Sin embargo, Sánchez Cerén ha replicado a estos gestos apegándose a un guión de moderación, del buen vecino, poniendo los intereses integradores del istmo por encima de la disputa territorial. Poco después de que se oficializó su triunfo electoral, el presidente electo se embarcó en una gira por la región, incluida la República Dominicana, para buscar entenderse con sus futuros pares en temas comunes. A no dudarlo, se ha hablado en esos encuentros de los movimientos hondureños en el Golfo, sin dejar por fuera el hecho de que hace unos días un grupo de pescadores salvadoreños fueron ametrallados por lanchas patrulleras de Honduras.

Foto de Roger Lindo - Seguidores del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) festejan el anuncio oficial declarando victoria de Salvador Sánchez Cerén en la segunda ronda electoral en marzo.
Seguidores del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) festejan el anuncio oficial declarando victoria de Salvador Sánchez Cerén en la segunda ronda electoral en marzo. / Roger Lindo

Por otro lado, vale mencionar que el triunfo electoral del FMLN cambia el balance de fuerzas en la región centroamericana en favor de las izquierdas. Costa Rica acaba de elegir al centroizquierdista Luis Guillermo Solís, de 53 años, quien arrasó en segunda vuelta con la mayor cantidad de votos en la historia electoral de su país (1,03 millones de votos —78% de los sufragios— en el primer conteo). El presidente electo, que asumirá el poder el 8 de mayo, dijo en su discurso tras conocer los resultados electorales que «es el momento del cambio y la transformación» y que se siente «profundamente honrado» por el apoyo recibido en las urnas. Su Partido de Acción Ciudadana (PAC) gobernará por primera vez.

Muchos estarán observando El Salvador y el derrotero que este país seguirá en los próximos años, intrigados por saber si esta nación, que camina desde siempre al borde del abismo, encontrará un curso propio y efectivo para lidiar con sus males: desempleo crónico, un sistema educativo fallido, violencia endémica, entre muchos. Además de ser un país polarizado (el FMLN y ARENA prácticamente se repartieron los votos por la mitad en la segunda ronda), El Salvador de la posguerra es, en más de un sentido, una sociedad cerrada, y encerrada también, de pertinaces resistencias al cambio. Fácilmente los usos, por muy irresponsables que sean, terminan convertidos en ley. La cultura política desalienta la independencia y el espíritu crítico. Es decir, son tanto los rezagos sociales, como los culturales, los que hay que superar.

Pero si es un cambio de rumbo lo que busca la nueva administración, el nuevo presidente Sánchez Cerén tendrá que dar un golpe de timón, y esto incluye bregar con fuerzas opuestas, tanto dentro como fuera de su propio partido, y saber navegar con destreza en aguas desconocidas, y en ocasiones, traicioneras.

Róger Lindo es un escritor y periodista. Regresó a El Salvador después de 20 años en Los Ángeles, California, donde se desempeñó como periodista en el diario La Opinión. Entre su producción literaria se destacan la novela El perro en la niebla y el poemario Los infiernos espléndidos.

The Thrill and the Wait: Part II

Photographer Jaime Carrero has been documenting the life and craft of cowboys in East Texas. This is the second installment of his work at the Jacksonville Rodeo.

By Jaime Carrero

The United States is founded on a series of myths: the Mayflower, The Westward Expansion, Manifest Destiny, rugged individualism, Justice, God, The Alamo and the world’s melting pot. Nowhere are these myths more admired and adopted than in Texas which is itself a place of mythical importance in the U.S.

I was drawn to photograph cowboys because they personify many of the myths that are part of the American experience. Being a cowboy is being part of a community, living a way of life that is not only anachronistic but also enduring as part of the American self-perception. John Wayne, Tom Mix, the novels of Cormac McCarthy and Larry McMurtry are paeans to this myth.

Cowboys are for the most part quiet, very conservative, God-fearing, lovers of the great outdoors, believers in strong family ties, tradition and slow to trust non-cowboys. They live by a code and attempt to keep a legacy from generation to generation.

The images shown in this essay are the result of my third year photographing the Jacksonville Rodeo in East Texas. The sense of community in these events and the acceptance of all cowboys regardless of ethnicity or nationality as part of a larger family is palpable. And this is not a myth.

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Jaime CarreroJaime R. Carrero is an independent editorial photographer based in the Dallas-Fort Worth area of Texas. His work has been published by The Associated Press, The New York Times, The Wall Street Journal, Los Angeles Times and Dallas Morning News among other news outlets. He is represented by Zuma Press. To see more of his work, visit www.jaimecarrero.com.

Despacho desde El Salvador • Noticias de una elección

A pocos días de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales salvadoreñas, el escritor Róger Lindo analiza los comicios donde el tiempo no pasa y la retórica añeja todavía conserva valor de uso.

Por Róger Lindo

San Salvador • “Si gana el FMLN, ¿qué será de nuestro Señor Jesucristo?”, se preguntaba recientemente una exaltada columnista en las páginas de El Diario de Hoy, la publicación más militante de la derecha en El Salvador. Apelaba a los sentimientos de su lectores conservadores y a los poderes proféticos de la Virgen de Fátima para conjurar el temor de que se instale un Gobierno “ateo/anti-cristiano” en este país. En cambio, para el editorialista del mismo diario, el fin ya ha llegado: “Por si no se han enterado, ya caímos en la dictadura”, informaba al día siguiente.

Bienvenido al mundo de las elecciones salvadoreñas, donde el tiempo no pasa y la retórica añeja todavía conserva valor de uso. Pero descontando los cuentos de fantasmas —iguales o parecidos comentarios echaron a volar cuando Mauricio Funes fue candidato del Frente en 2009—, el tono apocalíptico que contagia a la prensa derechista no es del todo infundado: en esta elección, ARENA, que prometía ser la sepulturera de los “rojos” en El Salvador, en buena medida se juega su propia supervivencia. No pocos piensan que, de perder la votación presidencial el 9 de marzo, esa formación política podría seguir el camino de los dinosaurios. Y no tanto por los avances de su principal adversario, sino por sus propios desaciertos. Cuando menos, el partido emblemático de la derecha en el último cuarto de siglo, no podrá seguir andando de la misma manera. Esto no necesariamente es el fin. Otros aparatos políticos que sufrieron descalabros –el PRI mexicano, sin ir más lejos—, se remozaron, se adaptaron a los tiempos, y gozan actualmente de buena salud. Lo mismo podría ocurrirle a ARENA.

Por hoy los vientos soplan en contra de la derecha salvadoreña. Todas las  encuestas dan por ganador en marzo al candidato presidencial del FMLN, y con abundante ventaja —diez o más puntos—. En la primera ronda electoral, en febrero, la izquierda ya había superado a todos sus contrincantes, pero se quedó corta por 300,000 votos. Entonces, la mayoría de los análisis arrojaba que si el FMLN no ganaba ese pulso, su destino sería perder en segunda ronda. Pero una serie de acontecimientos nefastos para ARENA –incluyendo un multimillonario escándalo de corrupción, en el que figuran millones de dólares en donaciones ilícitas de Taiwán que un expresidente de ARENA admitió haber recibido— han puesto a esta en caída libre.

El Salvador 2
Foto de Róger Lindo – La participación de los jóvenes fue nota predominante durante las elecciones presidenciales en El Salvador el pasado 2 de febrero. En la foto se aprecia a estos jóvenes, simpatizantes del izquierdista FMLN, con la icónica imagen del Ché Guevara pintada en el rostro.

La antigua guerrilla convertida en partido electoral lleva como candidato a un líder de izquierda de pedigrí, el excomandante guerrillero Salvador Sánchez Cerén, de 69 años. Hace cinco años, hubiera sido impensable que un personaje con el pasado y el perfil militante de Sánchez Cerén tuviera la menor oportunidad de ganar la presidencia en El Salvador. Acierto del FMLN fue postular en la votación presidencial de 2009 a un periodista sin militancia conocida, Mauricio Funes, más bien de credenciales democráticas. Sin esa carta ganadora, el FMLN no estaría en el poder. Pero, aparentemente, el centro político se ha movido. Los salvadoreños, incluidos los de clase media, no le temen ya a un Gobierno de izquierda. Votantes abordados en un sondeo de La Prensa Gráfica mencionan que el actual gobierno les ofrece suficientes razones como para confiarle el mando de la nación por segunda ocasión consecutiva al FMLN.

Como sea, quienquiera que gane la consulta se las verá con una oposición que hará todo lo posible por hacerle la vida imposible. Esa ha sido la pauta establecida en los cinco años anteriores, y nada indica que vaya a cambiar. Las gremiales de empresarios, lideradas por radicales, y acompañadas de la prensa –mayoritariamente de derecha en este país— arremetieron contra el Gobierno Funes/FMLN con una bola de demolición. En reciprocidad, el presidente más mediático que ha tenido El Salvador desde los tiempos de Napoleón Duarte, resultó ser un formidable enemigo, y les ha devuelto golpe por golpe, y más.

Hasta ahora, sin embargo, a pesar de la polarización y los enconos ideológicos que prevalecen en El Salvador, la violencia y los desmanes en esta elección se sitúan exclusivamente en el terreno de las palabras y los amagos. Pero esto tampoco debe llevar a olvidar que las palabras configuran situaciones, y que con ellas se pueden crear atmósferas capaces de conducir a conflictos irreductibles, tal como sucedió en la guerra pasada.

Faltan poco más de dos semanas para la votación, y todavía puede que se produzcan algunas sorpresas, pero no hay razones para temer un desenlace traumático. A lo sumo, la derecha podría alegar fraude, pero dado que todas las encuestas sin excepción ponen a ARENA en un distante segundo lugar, semejante reclamo tendría visos de irracionalidad. Con parecida certeza puede decirse que no está en marcha una revolución en este país; que no habrá vuelcos espectaculares, ni mucho menos el apocalipsis. El Salvador seguirá existiendo, casi tal cual es, y por mucho tiempo, rodando sobre las mismas ruedas que se construyeron hace cien años.

Róger Lindo

escritor y periodista. Regresó a El Salvador después de 20 años en Los Ángeles, California, donde se desempeñó como periodista en el diario La Opinión. Entre su producción literaria se destacan la novela El perro en la niebla y el poemario Los infiernos espléndidos.

Cartografía de resistencia

Descomposición, desafío, decadencia. La artista María José Argenzio arremete contra formas sacralizadas y desmonta artificios.

[show_hide title=»Anamaría Garzón Mantilla«]Anamaría Garzón Mantilla es historiadora de arte y profesora de la Universidad San Francisco de Quito[/show_hide]

María José Argenzio en 2015

La artista tiene una ajetreada agenda este año. A continuación un cronograma de sus muestras y presentaciones en Latinoamérica y España.
  • 11 de junio – Primera muestra individual de María José Argenzio en Perú” Dónde: Galería González y González, Lima, Perú
  • 19 de septiembre – Primera muestra individual de María José Argenzio en España” Dónde: Galería La Caja Blanca, Palma de Mallorca, España
  • 31 de octubre – Invocación. Un ruido secreto” Dónde: MUAC UNAM, México DF, México
  • 27 de noviembre – La más castellana de América” Dónde: No Lugar Espacio Cultural, Quito, Ecuador

En la contemporaneidad, la condición de lo sublime no está marcada solo por el encuentro con la belleza o con una fuerza desestabilizadora, sino también con el develamiento del horror y la fascinación por lo extraño. Lo dice Simon Morley [1] y creo que ese horror y ese extrañamiento, convertidos en material de descomposición, en ejercicio de repetición, suplantación o artificio, están latentes en las obras de María José Argenzio (Guayaquil, 1977).

La primera vez que escribí sobre su obra fue en el 2007, cuando presentó Hortus Conclusus en la Galería Proceso (Cuenca). Un par de años antes, en el 2005, había expuesto Esculturas Fugitivas, en el MAAC (Guayaquil). En esas muestras, marcadas por la influencia de arte procesual, Argenzio dejaba pudrir uvas, mangos, toronjas, en una acción que empujaba hacia la descomposición y la falta de control sobre el fin de las obras. En esos primeros gestos hay algunas entradas que se repiten en su trayectoria: la descomposición, el artificio, la decadencia, el desafío, la resistencia, las cuales propongo como breve bitácora para acompañar su producción.

Ritos de decadencia y descomposición

Desde la instalación hecha con árboles de mango injertados con toronjas y cubiertos de hilo de yute, que se descomponían en el piso de la galería (Hortus Conclusus, 2005), pasando por el video performance de las zapatillas de ballet atadas con plomos para pescar (7,1 kilos, 2009), hasta llegar a las columnas de fondant (La educación de los hijos de Clovis, 2012), Argenzio arremete contra formas sacralizadas y pone en evidencia sistemas en decadencia. Varían los soportes y los medios, pero siempre hay un intersticio que lleva a la duda, al cinismo, a una lectura que hurga en los sentidos menos evidentes. En la obra de Argenzio, el hortus conclusus, ícono cristiano para resguardar la virginidad de María, desborda una sensualidad imparable, provocada por la voluptuosidad de las formas y el aroma de las toronjas, en un doble juego: el cuerpo (las frutas) — forrado, virgen y alejado del tacto humano — hace énfasis en el paso del tiempo pero también en la imposibilidad de detener a un cuerpo que se consume, que se deshace emanando aromas seductores.

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En otro guiño al cuerpo y a la abyección, Argenzio revive un ejercicio de la infancia: las clases de ballet. Símbolo de estatus, ritual de formación de las niñas de la burguesía, delicado y elegante hasta que se empieza a pagar su precio: la deformación de los pies. Pero el dolor no importa, importa la gracia. Y es la misma artista quien se somete al ejercicio de bailar con 7.1 kilos de peso a cuestas, en un acto de resistencia que tiende puentes hacia la manera en que Sísifo asume su rol y, según Albert Camus, lo pervierte cuando no lo asume como condena, sino como liberación, pero también se conecta con lo abyecto, sobre todo en 9785 (2012), que es una obra par del performance, hecha con alfileres bañados en oro incrustados en protectores para proteger al pie de las agresivas puntas de ballet. Esa fina frontera entre la belleza y la perversión encuentra un eco en las palabras de Julia Kristeva:

“We may call it a border: Abjection is above all ambiguity. Because, while releasing a hold, it does not radically cut off the subject from what threatens it –on the contrary, abjection acknowledges it to be in perpetual danger. But also because abjection itself is a composite of judgment and affect, of condemnation and yearning, of signs and drives. Abjection preserves what existed in the archaism of pre-objectal relationship, in the immemorial violence with which a body becomes separated from another body in order to be –maintaining that night in which the outline of the signified thing vanishes and where only the imponderable affect is carried out.” [2]

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De un ejercicio de poder infringido sobre el cuerpo, en el cual se revela las formalidades de una clase social abocada a cumplir ciertos ritos, Argenzio pasa a una descomposición que no admite austeridad. La educación de los hijos de Clovis se levanta con un orgullo que oculta la fragilidad de su material: fondant. El mismo fondant que se utiliza para elevar pasteles de múltiples pisos y las mismas columnas que en la entrada de una casa se convierten en símbolo de estatus, pero un estatus desubicado si se piensa en la nula relación entre la ciudad de la artista y las columnas corintias, tomadas del cuadro de Sir Lawrence Alma-Tadema, La educación de los hijos de Clovis.

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Como tantas de las obras de Argenzio, las nueve columnas instaladas dentro y fuera de la galería NoMínimo, no fueron hechas para perdurar, aparecen en el espacio como infiltradas, dispuestas a hacer evidente su condición de espectro maquillado que refleja una sociedad que presume su apariencia, pero que, como el fondant, se deshace al mínimo roce. La obra abre brechas, muestra fallas en el sistema, altera el orden de lo simbólico y lleva hasta la risa o el desconcierto aquellas formas de grandeza venida a menos. Ruinas, la serie que deriva de la instalación, compuesta por fragmentos de las columnas intervenidas para que no se alteren, hace aún más evidente la fragilidad del material y la evocación nostálgica de un pasado de gloria, es el cierre perfecto, lo que queda de las columnas portentosas no son más que ruinas y despojos, que silenciosamente reniegan la posibilidad de convertirse en fetiches reanimadores del pasado, para recordar el fracaso de los grandes proyectos, de los anhelos desmedidos de éxito y las apariencias.

Artificio y la violencia de lo sublime

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Terminando la conexión de fondant, Argenzio instaló 7.8789 (2013) en la vitrina de Lugar a Dudas (Cali). Un semicírculo hecho con cuadros de fondant de 3cm x 3cm, instalado en la calle abre el espacio de la galería y, por su forma, se apropia de la esfera pública, envuelve en un proceso de descomposición causado por los efectos del sol y los insectos en la retícula azucarada, una retícula que, además, parece buscar un lugar en la tradición formalista de Rosalind Krauss, encontrando una conexión de campo expandido entre los Wall Drawings de Sol Le Witt o los canvas blancos de Agnes Martin. La retícula de Argenzio parece recordar esa memoria del arte, pero está hecha para descomponerse, una deriva sofisticada, un ejercicio efímero que prescinde de consideraciones con el tiempo y esfuerzo que tomó su elaboración.

Ese artificio es usual en las obras de Argenzio, que acostumbra a emprender empresas gigantescas, para, después de terminadas las obras, abandonarlas. Todo este trabajo, cabe recordar, es hecho por artesanos o asistentes que la artista contrata, delega las tareas sin deslindarse completamente —para Argenzio es imposible dejar de controlar todo lo que tiene que ver con su trabajo, en ese gesto revela una tenacidad radical, como la que necesitó para bailar con 7.1 kilos de peso en sus zapatillas—. Quizás una de las misiones más complejas la emprendió para los trabajos de la exposición Just do it! (2011) y creo que la elaboración de 3° 16′ 0″ S, 79° 58′ 0″ W (2010), continúa siendo la más portentosa. Cubrir con cientos de láminas de pan de oro una palma de banano en medio de una plantación no es misión que se aborde cualquier día. Tampoco lo es cubrir 25.000 monedas de un sucre con pan de oro, que juntas suman la irrisoria cantidad de un dólar (25.000, 2011) o encargar una peluca de hilo de cobre cubierta de oro (1729, 2011).

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El brillo del oro deslumbra, pero en esas obras el resplandor y su valor no funcionan como catalizadores de la espectacularidad, sino como el desmontaje de una fachada de novelería dorada que hurga cruelmente en la memoria ecuatoriana. La historia no regresa aquí como discurso de reverencias, sino como ironía sobre los valores perdidos: el oro verde (el banano), símbolo de una de las riquezas del Ecuador, cubierto de oro sólo puede descomponerse y morir entre las otras palmas, así también suelen lucir desvencijados los emblemas que se usan para calificar a los países o las ciudades. El valor perdido de una moneda se hace más evidente cuando está cubierta de oro y resguardada como fetiche en una urna que, además, obliga al espectador a agacharse para ver mejor, como haciendo una inclinación a la monarquía. El valor de un término, pelucón, otrora usado para nombrar a una moneda usada por la realeza durante la Colonia y ahora para desprestigiar a las personas. Valías desaparecidas bajo capas doradas, como cadáveres maquillados que, dentro de esa estética del artificio, no logran sino verse más patéticos de lo que son. Argenzio lo sabe y saca provecho de esa franca decadencia simbólica para tejer una elegante ironía que bien puede entretejerse con discursos de poscolonialidad y la representación del otro, pero también con el desborde, la empresa desmedida, que es frecuente en los proyectos ambiciosos y finamente hilados de Argenzio. En 3° 16′ 0″ S, 79° 58′ 0″ W hay una cualidad adicional: su belleza escapa a la lógica. En las imágenes aéreas hay una potencia estética que deslumbra y es, como dice Jacques Derrida, una violencia incomensurable:

“In natural beauty, formal finality appears to predetermine the object with a view to an accord with our faculty of judging. The sublime in art rediscovers this concordance (Obereinstimmung). But in the view of the faculty of judging, the natural sublime, the one which remains privileged by this analysis of the colossal, seems to be formally contrary to an end (zweckwidrig), inadequate and without suitability, inappropriate to our faculty of representation. It appears to do violence to the imagination. And to be all the more sublime for that. The measure of the sublime has the measure of this unmeasure, of this violent incommensurability.” [3]

La evocación constante a la belleza es explícita, sobre todo en piezas como Pawqarquri (2013), construida como un divertimento exótico: en la forma, cabezas de piñas forradas con pan de oro y tratadas para que se preserven y en el nombre, preciosa en quichua. Un producto de exportación, cuyo régimen de producción masiva replica procedimientos que excluyen a los pequeños productores del sistema, se convierte aquí en una joya, ocultando tras del brillo todo el entramado social que cobija no sólo a las piñas, sino también a miles de productos alimenticios. La crítica social, siempre presente en los trabajos de Argenzio, está en mutación permanente y se deja entrever entre capas de oro, capas de fondant, capas de yute, capas, siempre capas que cautivan a la mirada, para luego lanzar dardos.

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Las variables recurrentes

Así como la crítica social es una constante en las obras de Argenzio, encuentro otras aristas sobre las cuales la artista vuelve siempre, como si fueran parte de su estrategia subversiva. Al conocer perfectamente el funcionamiento de cierta clase social, la artista utiliza sus códigos y genera implosiones desde adentro, cuestionando las conductas de la sociedad sin aleccionamientos. También analiza la manera intrincada en que se construye la identidad, las narrativas de la historia, los símbolos de poder. En esos intentos de irrumpir en el orden, hay suplantaciones, artificios, sistemas puestos en evidencia. Y en un extremo en que el trabajo artístico se conecta de manera más íntima con su creadora, hay una práctica de resistencia. Existe en Argenzio una demanda constante, una necesidad por tirar hacia los extremos que en su obra se traduce en una solidez ambiciosa y en ella, en una de aquellas raras avis creativas que saben muy bien que el listón que deben alcanzar es alto, altísimo.

María José Argenzio

Retrato_Maria Jose ArgenzioMaría José Argenzio (Guayaquil, 1977). Desde 1998, vive y trabaja entre Guayaquil y Londres, donde obtuvo una maestría en Bellas Artes en el Goldsmiths College (2010). Ha realizado cuatro exposiciones individuales de gran magnitud en su país natal. Ha participado en varias exposiciones colectivas en Ecuador, Inglaterra, España y EE.UU. Su trabajo ha sido reconocido por medios de comunicación internacionales (en 2012, Revista Vanguardia la seleccionó como una de las 12 mujeres más relevantes de las artes del Ecuador). Representó al Ecuador en la IX Bienal de Cuenca (2011). En el 2013 realizó la residencia LARA 2013 (Perú) y tuvo su primera instalación individual internacional en el Instituto Cervantes (Londres). Su obra forma parte de colecciones privadas y públicas en Ecuador, Colombia, España y EE.UU.

[1Simon Morley, ed. The Sublime, Cambridge: The MIT Press, 2010. Pág. 18
[2] Julia Kristeva, Approaching Abjection, en The Sublime, Simon Morley, ed. Cambridge: The MIT Press, 2010
[3] Jacques Derrida, The truth in painting. Chicago: University of Chicago Press,1987. Pág. 129.

La forma de la Alegría

En el siglo XXI, el llamado de la Novena Sinfonía de Beethoven a la fraternidad y redención de la humanidad resuena con fuerza.

por Robert Max Steenkist

Para Harvey Sachs, autor del libro The Ninth: Beethoven and the world in 1824, la Novena Sinfonía en Re Menor Opus 125 de Ludwig van Beethoven “es un organismo musical extraordinario, una piedra angular de la historia de la civilización”. Por su parte el musicólogo y compositor Robert Greenberg define esta como “la sinfonía más influyente que se haya escrito jamás”. Mientras algunas obras de Bach, Haydn o Mozart rinden tributos a la divinidad majestuosa, esta pieza de Ludwig van Beethoven se logra erguir por encima de cualquier dios tomando como materia prima lo que pasa en la tierra y en los corazones de los seres humanos.

A pesar de que hoy en día la Novena Sinfonía es un símbolo cultural a nivel mundial, usada una y otra vez en comerciales de TV, fanfarrias oficiales, eventos deportivos, tema central de flashmobs y videos que registran millones de visitas en los canales de Internet, debemos entender que no siempre fue el estandarte más alto de la música clásica. En primera instancia la obra fue recibida con recelo por buena parte del público y de la crítica especializada: de acuerdo a autores como Alessandro Baricco, en el día mismo de su estreno (7 de mayo de 1824 en el teatro Kärntnertor de Viena) “la mitad del teatro se marchó de allí antes del final, agotada”; un año después de la premier, The Quarterly Musical Magazine and Review dictaminaba: “Elegancia, pureza y medida, que eran los principios de nuestro arte, se han ido rindiendo gradualmente al nuevo estilo, frívolo y afectado, que estos tiempos, de talento superficial, han adoptado. Cerebros que, por educación y por costumbre, no consiguen pensar en otra cosa que no sean los trajes, la moda, el chismorreo, la lectura de novelas y la disipación moral; a los que les cuesta un gran esfuerzo sentir los placeres, más elaborados y menos febriles, de la ciencia y el arte. Beethoven escribe para esos cerebros”.

La aparición de esta obra ocurrió después de que Beethoven fuera reconocido como un virtuoso del piano (hasta el punto de constituirse como reformador de la estructura física de este instrumento), un compositor celebrado en calles y teatros (quizás sólo superado en fama por Giacomo Rossini, 20 años más joven, exitoso por sus óperas y reconocido por un carácter carismático y elegante) y una figura legendaria de su época. A sus 53 años el compositor superaba por más de una década la edad promedio de los hombres de la ciudad de Viena de la mitad del siglo XIX, pero se mantenía activo como cualquier joven entusiasta. Un hálito de misterio lo rondaba siempre: se trataba de un hombre amargado por su propia sordera, con un visible talante colérico, siempre preocupado por temas sublimes, insatisfecho con todo y con maneras sociales torpes e inadecuadas para la mayoría de sus vecinos. Con frecuencia lo tildaron de lunático paranoico, blasfemo incorregible, arrogante hostil…

Una serie de ingredientes se van a combinar en esta época para que sirva como incubadora para el Romanticismo, una tendencia artística e intelectual que combinó el empoderamiento de las emociones y los instintos con ideas de la Ilustración que lograron sobrevivir a los dogmas sangrientos de la Revolución Francesa y sus monstruos. Entre 1789 y 1815 Europa se desmembró. Se estima que más de 2.6 millones de personas perecieron bajo la guillotina o en alguna de las batallas napoleónicas. Los mandamientos sagrados de libertad, equidad y fraternidad fueron rápidamente ensangrentados por los propios protagonistas de la Revolución Francesa y poco después esta profanación daría como fruto a un Napoleón Bonaparte tirano de turno que aprovecharía la idea de exportar el nuevo régimen democrático y derrocar el absolutismo para dominar todo un continente (“el despotismo de la gloria”, lo llamará Stendhal).

Las consecuencias de este intento fallido de llevar a las colectividades de los pueblos a determinar su propio destino llegaron con la Restauración: una respuesta colérica e igualmente sangrienta por parte de muchas coronas en donde se retomaron modelos de poder y de gobierno prerrevolucionarios. Hubo excepciones (más tarde llegaron las democracias parlamentarias y los gobiernos que encontraron la manera de armonizar la corona y la voluntad popular) pero en la mayoría de los casos el regreso al poder por parte de los derrocados de Napoleón derramó la misma sangre que costó su derribamiento.

A muchos artistas prerrománticos se les ha nombrado “huérfanos de la Revolución”. El intento por expandirla por Europa y la violencia con la que se le rechazó dejó una generación desencantada de la humanidad, pero ansiosa por proponer nuevos modelos de realidad, en los que el arte y la ciencia serían determinantes para el desarrollo de la especie humana. El filósofo Georg Wilhelm Friedrich Hegel (nacido en el mismo año de Beethoven), por ejemplo, aseguraba que los horrores y las angustias de aquellos días habían absorbido todo el poder y la fuerza de la mente de las personas, hasta hacerlas olvidar que tenían una vida interior más elevada, una espiritualidad más pura. Los tiempos de paz tendrían que servir para que la vida mental volviera a florecer. “Persevera”, le escribió Beethoven a una de sus admiradoras en 1812, “no sólo practica tu arte, sino esfuérzate por descubrir su significado interior. Sólo el arte y la ciencia pueden elevar a los hombres al nivel de dioses”.

Más que buscar el talento divino o los favores politiqueros o la pureza genética, los nuevos tiempos hablaban de una clase social que buscaba dignificarse con el valor del trabajo honesto y la excelencia a partir de la experiencia. En el transcurso de la vida de Beethoven la burguesía pasaría de ser una masa tímida y pasiva, asintiendo obedientemente ante las obras que seguían los lineamientos de la música “bien hecha”, a una fuerza política y económica que moldearía el destino de los países. La música clásica pasó de ser una de las estrategias que los llevaría al ascenso social a un componente más de su fuerza principal: el mercado. Beethoven debió gran parte de su sustento a obras publicadas por editores, empresarios de nuevos negocios a lo largo y ancho de Europa, capitalistas emprendedores que pagaban a compositores por imprimir y divulgar su trabajo como mercancía. El nuevo negocio de la música consistía en hacerla pública, accesible para nuevos públicos, en vender partituras a los burgueses que compraban pianos para las salas de su casa. Los salones de los palacios, en donde por tanto se creó la música a puerta cerrada, ya eran parte del pasado.

El ascenso de la burguesía trajo cambios sustanciales en la percepción del arte. Antes, volver a oír una sinfonía para “entenderla” era tan disparatado como volver a ver un espectáculo de fuegos artificiales para comprobar si realmente había sucedido. Las cuatro estaciones de Vivaldi, Don Juan de Mozart y otras obras anteriores al romanticismo no exigían mayor reto a la audiencia, pues su objetivo era brindar placer, servir de entretenimiento a la gente respetable que entendía directamente una estética (o no pertenecía a la clase social a la que estaba dirigida). Con Beethoven se inauguran nuevos propósitos de la música clásica (“¿Las reglas no lo permiten? Bueno, YO lo permito” había dicho en una de sus citas más conocidas, destinada a convertirse en uno de los mandamientos de muchos compositores posteriores). Ahora las composiciones iban a exigirle paciencia y concentración a la audiencia. La voluntad, la disciplina y el empeño eran los nuevos valores que la clase social emergente ondeaba como contrapeso a los de una aristocracia cansada y viciada. La determinación y el trabajo constante consistían en el nuevo camino hacia el sentido más noble de las cosas. Y Beethoven era uno de los faros de esa nueva ruta.

Generalmente los artistas románticos vieron el éxito de un proyecto artístico en la profundidad individual y la excelencia profesional. Pasando por alto algunas diferencias naturales entre ellos, el lazo que une a muchos artistas románticos era la urgencia con la que querían mostrarle a la raza humana a qué nivel podía llegar: en su Novena, Beethoven ponía en boca del coro “todos los hombres se vuelven hermanos”; por su parte Heinrich Heine profesaba La Santa Alianza de las Naciones, “en donde no necesitaremos pagar por un ejército de cientos de miles de asesinos a causa de nuestras desconfianza mutua. Usaremos nuestras espadas y nuestros caballos para arar y alcanzaremos la paz, la prosperidad y la libertad”. La estructura de la Novena Sinfonía de Beethoven puede ser interpretada como un ascenso desde la oscuridad hasta la salvación, un recorrido desde el miedo y el caos de los elementos, hasta la confabulación humana en medio de la fraternidad y la solidaridad.

Un movimiento oscuro y calmo abre el primer movimiento de la Novena Sinfonía. Se trata de un cúmulo de sonoridades crudas, fragmentos sueltos, ambigüedades tonales. El director Gianadrea Noseda ve en la apertura de la Novena Sinfonía una expresión de urgencia y de ansiedad, tal vez porque la obra se va llenando progresivamente de sonidos hasta que se nos presenta un panorama de polaridades que se enfrentan de manera espectacular. Son fuerzas primarias, sonidos que abruman. En alguno de sus bocetos Beethoven escribió la palabra “Verzweiflung” (que puede traducirse como “desesperanza”) al pie del pentagrama, como dejándonos una pista emocional para guiarnos. Para Harvey Sachs la sensación que transmite este primer movimiento es el de contemplar directamente una cara terrorífica de la Verdad: “nos muestra el barrido de la Majestad, pero no su pompa o su grandiosidad, sino su grandeza aterradora (…) como si nos hubieran arrojado en un huracán o a la orilla del cráter de un volcán en erupción. Cualquier intento de encontrar nuestro rumbo, a dar sentido a lo que está sucediendo en esta vorágine se rompe rápidamente por fuerzas que están más allá de nuestro entendimiento”. El primer movimiento cierra con los tonos de una marcha fúnebre, como borrando con dudas oscuras la certidumbre.

Si otros críticos describieron el primer movimiento de la Novena como un “paisaje lunar” podemos decir que el segundo movimiento se trata de la entrada a un ambiente mucho más familiar, seguro de sí mismo y que termina con un panorama radicalmente positivo y brillante. Diálogos entre las cuerdas y los vientos, evocaciones al mundo de la naturaleza, polifonía expresa y una naïvité sonora muy estudiada y tradicional sirven como dosis de un elixir conocido después de una jornada extensa por parajes inhóspitos y desconocidos. Todos los instrumentos se alinean en ritmos de danza para sorpresa de la audiencia. El contraste con el cierre macabro del primer movimiento es notorio: hemos pasado del terreno de la muerte y la perdición al del renacer y la vitalidad expresada en una invitación casi ingenua a bailar. También encontramos un ejemplo de “modulación métrica” o una ilusión de cambio de velocidad de la pieza musical. En suma, en el segundo movimiento la música nos está devolviendo la vida y nos está ampliando la noción de límites para la creatividad, así como nos expresó los límites impuestos por la angustia en el primero.

Toscanini escribió sobre el tercer movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven: “Me eleva de la tierra, me retira del campo de la gravedad, me hace perder el peso (…) lo convierte a uno en alma solamente. Uno debería dirigirlo de rodillas”. Los fagotes y los clarinetes gradualmente se funden cálidamente con los violines, las violas y cellos en una marcha dinámica pero que difunde reposo. Eventualmente la audiencia se verá envuelta en un sentimiento de amplitud y gran belleza mientras la calma de la primera parte del movimiento le da paso a una entrada orquestal de mayor envergadura. El tercer movimiento llega a su final con la disminución de los sonidos hasta la nada. “Cada vez que lo dirijo”, asegura Noseda, “imagino a un Beethoven en el final de sus veintes, no con un porte impositivo o una gran estatura, sino encorvado sobre su intimidad, frágil, confesándonos  haber puesto en música la expresión más sincera del amor por la humanidad”.

“Cada vez que lo dirijo”, asegura Noseda, “imagino a un Beethoven en el final de sus veintes, no con un porte impositivo o una gran estatura, sino encorvado sobre su intimidad, frágil, confesándonos haber puesto en música la expresión más sincera del amor por la humanidad”.

Al final pacífico y lleno de tranquilidad del tercer movimiento le sigue el arranque disonante, irregular y estruendoso del cuarto. El contraste es notorio. El Schreckenaskkord (o acorde del miedo: Si bemol, Re bemol, Fa y La) se interpreta en esta parte por quince instrumentos de viento, capaces de sacudir a toda la audiencia de sus sillas. La interacción entre los instrumentos es brusca. En cierto punto de este movimiento la orquesta toca tímidamente una versión del primer movimiento de la sinfonía. En respuesta los cellos y los bajos interrumpen a la orquesta en pleno como si se tratase de un héroe reclamando: “no ese cataclismo, ya lo superamos, no volvamos a eso”. Esta dinámica, en la cual un grupo de instrumentos propone un movimiento y es rechazado por otros, se repite un par de veces. En estas interpelaciones la orquesta interpreta una versión de ocho segundos del tema principal del scherzo. Finalmente, y después de varias propuestas, las cuerdas empiezan a tocar la melodía central de la obra: la alegría.

Muy poco tiempo pasa antes de que Beethoven logre de nuevo una manipulación del ritmo, irrumpa con un nuevo Schreckenaskkord y nos haga preguntar ¿no estábamos ya en el punto en donde los instrumentos se entendían y habían dejado atrás sus diferencias? Claro: el paso hacia la utopía no puede darse sin partir firmemente de la realidad que nos rodea y que queremos cambiar. Entra entonces la voz humana en forma de un barítono: “Oh, amigos, no ESOS sonidos. Entonemos mejor otros más agradables y llenos de alegría”. La orquesta corresponde con cuatro acordes radiantes y la voz humana avanza en un solo tan exigente que muchos cantantes lo consideran demasiado arriesgado para ser interpretado.

¿No estábamos ya en el punto en donde los instrumentos se entendían y habían dejado atrás sus diferencias? Claro: el paso hacia la utopía no puede darse sin partir firmemente de la realidad que nos rodea y que queremos cambiar. Entra entonces la voz humana en forma de un barítono

Unas tres décadas antes de que terminara la Novena Sinfonía, Beethoven ya había expresado su interés por musicalizar a An die Freude, el poema de Friedrich von Schiller escrito en 1803, originalmente compuesto por dieciocho partes. Finalmente Beethoven sólo usó la mitad del poema en el cuarto movimiento de su Novena Sinfonía e hizo variaciones para acomodar la métrica de los versos al impulso y la vitalidad de su composición. En 1794, por ejemplo, Beethoven ya había creado una versión de la “Oda a la alegría” en una desafortunada canción titulada Gegenliebe (Amor correspondido); en su Fantasía para Piano de 1808 Beethoven también introduce partes del poema. En todos estos intentos la pregunta siempre era la misma: ¿cómo introducir las voces humanas en el terreno casi sagrado de los instrumentos y, peor aún, en la expresión más grandilocuente de la composición instrumental, la sinfonía? La solución apareció de la mano de la técnica operística (que él mismo ya había explorado en su obra Fidelo, otro canto a la esperanza y alabanza al espíritu humano). Escribiría entradas sonoras para instrumentos, a la manera de un recitativo, que “prepararan” el camino a las voces humanas. Así la orquesta puede celebrar de manera triunfante y majestuosa el espíritu del momento, en el que las voces humanas, de hombres y de mujeres, pueden sumarse a una expresión sublime de la alegría.

Caos, angustia, terror e incertidumbre: ese es el punto de partida de esta obra. En el segundo movimiento ya hemos superado un difícil encuentro entre contrarios y hemos experimentado una calma extática en el tercero. Hasta este punto, de acuerdo a Robert Greenberg, Beethoven expuso problemas de la realidad: horrores, dialécticas entre contrarios, incertidumbres, esperanza. El cuarto movimiento se preocupa de posibilidades utópicas, de un futuro soñado pero posible en el cual “todos los hombres se vuelven hermanos”.

Han pasado más de ciento ochenta y ocho años desde la aparición de la Novena Sinfonía y el impacto de esta obra no cesa de traer nuevos frutos a la cultura. En 1972 el Concejo de Ministros de los países europeos proclamó en Estrasburgo que la Oda a la alegría sería a partir de esa fecha el himno oficial del continente. En el extremo oriental del mundo más de diez mil personas se reúnen en Osaka para continuar con la tradición de interpretar al unísono el cuarto movimiento y que tiene sus orígenes en la primera guerra mundial. Desde el 2003 la partitura de esta obra hace parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. La duración de los Compact Discs (hoy hasta cierto punto mandados a recoger, pero determinantes para la difusión de la cultura sonora en el cierre del siglo XX) fue dictada por la compañía holandesa que los patentó de acuerdo a la duración de esta obra de Beethoven. Más allá de tecnicismos y modas temporales, de acuerdo a Alfred Einstein, uno de los pioneros de la musicología, esta obra “lanza un puente sobre el abismo de la desesperación y anhela la meta de la humanidad reconciliada en el amor fraterno y la certeza de la bondad paternal de Dios”.

“Oh, Freude” (Oh, Alegría). Este es el grito que debe hermanar a todos las personas de la tierra. La Novena fue la última sinfonía que compuso Beethoven. Doce años la separan de su penúltima obra, la misma cantidad de años en los que compuso todas sus obras anteriores. Con sus adeptos y desertores esta pieza avanza hasta nuestros días como himno sublime de los desobedientes, de los que no se adhieren a sistemas absolutistas y se resisten a empacar a nuestra especie en las casillas de las ideologías de turno, de los que no reducen la experiencia humana a creencias prefabricadas y estrechas. Nos merecemos algo mejor, parece ser el mensaje que continúa con la Novena de Beethoven hasta la eternidad; nos merecemos luchar y esforzarnos por algo mejor.

Robert MaxRobert Max Steenkist (Bogotá, 1982) estudió literatura en la Universidad de los Andes de Bogotá y completó una maestría en estudios editoriales en la Universidad de Leiden. Trabajó en el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (CERLALC/UNESCO) y fue profesor de la Universidad de los Andes. Actualmente divide su tiempo entre el Colegio José Max León, la agencia de fotografía FotoMUST, la agencia de viajes de turismo sostenible BogaTravel y la fundación Bogotham Arte y Cooperación. También trabaja para la Ópera de Colombia y el Museo de Arte Moderno de Bogotá. Ha publicado los libros Caja de piedras (cuentos, 2001) y Las excusas de desterrado (poesía, 2006). Su trabajo ha sido publicado en Alemania, Colombia, España, Grecia, Holanda, México, Puerto Rico, República Dominicana y Venezuela. Vive en Bogotá con su esposa Carolina y su perro Patán.

Ferrocarriles Argentinos: Ocaso y renacimiento

Edificios carcomidos, trenes oxidados y talleres en desuso son los recordatorios de la otrora próspera industria ferroviaria argentina. Hoy estos cadáveres arquitectónicos están adquiriendo una nueva vida marcada de posibilidades y desafíos. En este ensayo, el fotógrafo y arquitecto Remi Bouquet narra con imágenes el accidentado camino que recorre el ferrocarril hacia la resurrección de estos tesoros arquitectónicos.

por Remi Bouquet

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Las ruinas del tren, las estaciones abandonadas y la historia que yace en los escombros de estos cuerpos de metal y concreto han captado, instintiva e inexplicablemente, mi mirada. Como fotógrafo y arquitecto, esta fascinación puede deberse a mi interés por documentar el paso del tiempo en las arquitecturas. El tiempo afecta inexorablemente las construcciones humanas convirtiéndolas muchas veces en edificaciones decadentes presas del olvido.
Pero más allá de esta curiosidad estética, mi interés tiene un trasfondo personal y emotivo: mi abuelo Antonio fue maquinista ferroviario y mi ciudad, Santa Fe, ubicada en la región centro-este de Argentina, acunó durante décadas una próspera industria ferroviaria que con el paso de los años y los avatares políticos decayó. La desaparición de los ferrocarriles no sólo dejó un hoyo en la economía nacional sino también en la memoria colectiva de los ciudadanos, pues su importancia se extendía más allá de su función de sistema de transporte.

Mi abuelo Antonio, quien como sus ocho hermanos era conductor de trenes, conoció la geografía argentina conduciendo ferrocarriles. Sus relatos acerca de su vida sobre los rieles aún resuenan en mi memoria: el levantarse a las 4 de la madrugada cuando el “llamador” le golpeaba la ventana del dormitorio de su casa para tomar servicio, las comidas que cocinaba viajando durante días fuera de su casa, las amistades que se forjaron en “la línea”.

Y es que en su tiempo la sociedad ferroviaria en Argentina gozaba de gran prestigio. Cuando a mediados del siglo XX, la dirección de los ferrocarriles argentinos pasó de manos inglesas al estado argentino, la industria ferroviaria gozó de una época de oro en la que fue una importante herramienta de desarrollo de la economía nacional. Una arteria vital del país que contaba con 50,000 kilómetros de vías, el ferrocarril fomentó la generación de pueblos y ciudades, la creación de industrias donde se fabricaban las partes de las locomotoras desde tornillos hasta coches de tren, y con ello produciendo una vasta vida social en torno al ferrocarril.

Sin embargo, el auge de la industria ferroviaria empezó a decaer durante la presidencia de Arturo Frondizi (1958-1962) cuando se instalaron las empresas multinacionales de automóviles y camiones y la construcción de carreteras. Desde ese entonces el ferrocarril se vio encaminado hacia la extinción: con el paso de los años y los gobiernos, miles de locomotoras fueron desarmadas, los edificios abandonados, las personas desempleadas y los pueblos nacidos a la vera del ferrocarril devastados.

En la década de los noventa, debido a políticas neoliberales, los ferrocarriles argentinos fueron privatizados y traspasados a empresas que poco a poco fueron desapareciendo, dejando tras su paso 85,000 trabajadores ferroviarios sin empleos, 800 pueblos incomunicados y un millón de emigrantes que tomaron rumbo hacia las capitales argentinas y abandonaron pueblos y ciudades del interior.

Testigos, y víctimas, de esta decadencia son los talleres vacíos, los edificios en desuso, los cadáveres de trenes desparramados a lo largo de las vías férreas, oxidándose a la intemperie — un vivo recordatorio de la herida creada en ciudades como Santa Fe —. A diferencia de muchas otras poblaciones que desvanecieron, Santa Fe ha sobrevivido el cierre del ferrocarril y está tratando de dar nueva vida y nuevas significaciones a estas cicatrices arquitectónicas. Hoy, muchos de estos cadavéricos edificios, como el Molino Marconetti, la Estación Nacional General Belgrano y el antiguo taller ferroviario La Redonda, están siendo recuperados no con la función que les dio origen sino como centros culturales que albergan obras de arte contemporáneo, y espectáculos de música y danza.

Este ensayo fotográfico — realizado entre 2009 y 2013 y que retrata edificios ferroviarios abandonados, trenes en ruinas y el inicio de una nueva época — explora los conceptos de la memoria, el paso del tiempo manifestado en las arquitecturas y la inquietud por vencer el apego ante los cambios que el tiempo impone. En las ruinas y en los gestos por darles vida nueva, surgen nuevos tiempos que no sólo presentan la posibilidad de nuevas apropiaciones y re-significaciones, sino que también reflejan los desafíos y falencias de las autoridades y entidades en su labor de recuperar y renovar estos tesoros arquitectónicos.

Remi Bouquet

Remi_0822_4Remi Bouquet es arquitecto urbanista y reportero gráfico de Santa Fe, Argentina. Su afición por la fotografía nació hace siete años. Su interés se centra en capturar un momento en tiempo y espacio, retratando su propia naturaleza, su belleza intrínseca, su alma, poniendo en evidencia una de las tantas realidades posibles, como así también exponer el valor estético propio del objeto fotografiado y de la imagen.