Archivo de la categoría: Pintura

Imágenes a trasluz: Metáforas de la fecundidad

La consagración de la luz en 3 obras del artista ecuatoriano Miguel Betancourt: mutaciones cromáticas, transparencias múltiples y hermetismo poético.

“La metáfora es probablemente la potencia más fértil que el hombre posee.” José Ortega y Gasset

Por Betty Aguirre-Maier

Al observar la obra de Miguel Betancourt, su última muestra, comprendemos inmediatamente que su arte es un oficio fecundo, de largo tiempo, alimentado por el rigor y el talento. Imágenes a trasluz es el resultado del intenso y prolijo trabajo del maestro que ha logrado el efecto que tienen las grandes obras: llamar a la contemplación.

Aproximarnos a estas pinturas de extrema belleza y delicadeza es trascender el cotidiano recorrido de una galería. Cada imagen es una experiencia personal –y espiritual-, como lo menciona Betancourt: “Aspiro a que mi obra sea contemplada desde el territorio de la intimidad”.

De las trece piezas de mediano formato que constituyen esta colección, Entremares Magazine presenta tres de ellas, en un proceso de desplazamiento a través de la luz del día: “Esperando las olas”, “América y Europa” y “Retablo Quiteño”. Esta propuesta estética está inspirada en las experiencias del artista, entre otras, al contemplar los vitrales de catedrales góticas en varios lugares del mundo. Tanto aquellos vitrales como las obras de Betancourt fueron construidas como sitios sagrados, como un corpus sanctum , en los que cada individuo vive su propia e íntima experiencia. Como en los vitrales góticos, la luz que atraviesa el papel filtra el color y sus tonalidades e impregna el artefacto de una cualidad etérea que ilumina e intensifica los símbolos y sus formas,  llenando el espacio de un exquisito dramatismo y sensualidad y dando paso a la metáfora, como un medio esencial de intelección entre el artista y el espectador.

Miguel Betancourt en la ejecución de una obra en su estudio de Quito – Foto de FRANK SÁNCHEZ

En su ensayo “La deshumanización del arte”, José Ortega y Gasset describe la metáfora y sus posibilidades: “Sólo la metáfora nos facilita la evasión y crea entre las cosas reales arrecifes imaginarios, florecimiento de islas ingrávidas”. Este análisis nos ayuda en la comprensión de las preocupaciones y propuestas estéticas de Betancourt: su obsesión por evitar realidades, aparenciarlas, transfigurándolas. Pero sobre todo, el pintor quiere lograr que sus obras causen el mismo efecto místico que los vitrales  -como él lo explica-: “al provocar la concentración del devoto en el oficio divino y eliminar o reducir su preocupación por el mundo de fuera.”

Imágenes a trasluz son procesos fecundativos y alquímicos, que arrancan desde la búsqueda minuciosa de nuevos soportes que hagan posible la realización de estos poemas pictóricos. Entre ellos: el papel de fibra de arroz, similar a la seda, semejante a la piel humana. Sobre estas láminas puras y dispuestas, el artista aplica la acuarela con magistrales trazos caligráficos que evocan el noble y memorable arte de la caligrafía china. Estos trazos, firmes y potentes,  no son accidentales, son las formas estilizadas y estudiadas que han de otorgar de lirismo a cada pieza.

Con este bagaje de materiales, el maestro ensambla sus obras sobre armazones de metal que sostienen las dos láminas –diferentes pero parecidas- adosadas por el reverso y encapsuladas entre dos  hojas de vidrio. Ahora, lucen como piezas escultóricas que deberán esperar por la luz, por sus rayos y partículas, para consagrar sus múltiples posibilidades, transparencias y mutaciones.

Tres poemas

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Esperando las olas” es un canto a la voluptuosidad de un cuerpo que espera  ser besado por las olas, y fecundado por el mar. El rosado y el rojo de la carne, y el verdor de la exuberancia se unen al azul de un mar trepidante hecho de otros cuerpos o fantasmas. La luz hará lo suyo, nos sumergirá lentamente en ese mar y en ese cuerpo, metáfora de la pasión, del infinito deseo por poseer y ser poseídos.

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Europa y América” es una fusión que no termina de consolidarse, una metáfora del mestizaje irredimible. Europa trae consigo el refinamiento y la ambición, y fecunda a una América de belleza hermética e imperturbable. Rojos, azules, amarillos, reflejos de coronas, penachos, guerras, abrazan la pureza de un azul inquietante, de una piel desconocida. La mutación final de esta obra nos deja una mirada triste, confusa: dos mundos inseparables e irreconciliables.

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Retablo Quiteño” es una metáfora de la conquista: Dios y el oro; amarillos iridiscentes y azules sagrados, Virgen de Legarda, santos y querubines trabajados por manos indias bajo el orden divino. La belleza de esta pieza se desliza bajo los intensos rosas y rojos que filtran la luz, ¿Revelación de la sangre derramada?. La luz del mediodía traerá el resplandor y la opulencia del arte barroco; y, la tarde revelará en los intensos rojos el martirio, la esclavitud, las muertes que hicieron posibles el esplendor de los retablos quiteños.

Miguel BetancourtMIGUEL BETANCOURT (Quito, 1958).  El pintor ecuatoriano ha participado en más de 60 exhibiciones internacionales, entre ellas la XLV Bienal Internacional de Venecia. Recibió el Premio Pollock-Krasner en 1993. Se puede encontrar su obra en publicaciones como: Imágenes a Trasluz, Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana (Quito, 2014); The Public Catalogue Foundation, Oil Paintings in Public Ownwership (Londres, 2005); Nuevos Cien Artistas, Mundo Diners (Quito, 2001); 200 Años de Pintura Quiteña, Citymarket (Quito, 2007) y Betancourt, libro de Paradiso Editores (Quito, 1996). En 2008 fue comisionado por Luciano Benetton como coordinador del proyecto Ojo Latino (Milán 2008) sección Ecuador. Artículos sobre su obra han aparecido en revistas como Americas de la OEA (Washington DC) y Ecuador Infinito (Quito), entre otras.

Los seres y los mitos de Washington Mosquera

El pintor ecuatoriano nos presenta un mundo maravilloso de personajes, vaporosidades y des/ilusiones.

Por Betty Aguirre-Maier
Entremares Magazine

Hay en el trabajo pictórico de Washington Mosquera una ardua y persistente labor de encantamiento y liberación. Los personajes de sus cuadros no son figuras estáticas: tienen vida propia y viven dispersos hasta que Mosquera los convoca y ellos, a veces generosos y a veces tímidos, se asoman a esas ventanas que el pintor, gracias a su maestría, ha logrado abrir para nosotros.
“La Lechuga” es una dama que podría sacar la cabeza y descubrir al “Caballero del Mar” que parece resignado a la espera. O la mujer de rojo “En su alcoba” podría escuchar cuidadosamente la conversación de “Los bailadores de mambo”. En resumidas cuentas todos se reconocerían, pues de una u otra manera todos habitan ese mismo mundo poblado de mitos y des/ilusiones.
Mosquera es sumamente cuidadoso con sus personajes y su posibilidad subjetiva. Cada uno ellos es protagonista: cuentan historias, esconden secretos, juegan y aman. Tan únicos son que el artista cuida los detalles en la simplicidad y la elegancia de los trazos; como el de sus vestimentas, por ejemplo. En sus trajes y vestidos se traduce esa especificidad de estos seres mosquerianos, bien vestidos por magníficas texturas de brillantes colores: como el rosa neón de Esmeraldas, las blancas vaporosidades de algunas damas, o los negros y rotundos terciopelos de Belmonte, atrapado en una gaonera y acechado por la brutal belleza de unos cuernos.

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WMWashington Mosquera (Quito 1953) dibujante, pintor y grabador. En 1974 incursiona profesionalmente en el arte. Hasta 1980 firmó bajo el pseudónimo de “El Discípulo”. Ha realizado 29 exhibiciones individuales y 45 colectivas en: Ecuador, Chile, Bolivia, Perú, Colombia, Venezuela, Cuba, EEUU, Canadá, España, Francia, Alemania, Italia, Egipto, Japón. Ha sido invitado a Bienales Internacionales como las de: La Habana, Valparaíso, Barcelona y El Cairo. Ha ilustrado varios libros, periódicos, revistas; realizó el mural público “Quito Luz de América”, en Quito. Y ha dirigido escenografías para cine y televisión.

J.C. Pino: Naturaleza fantástica

El pintor venezolano cree en el poder renovador del arte, en su fuerza mística y en su misión humanística.

por Betty Aguirre-Maier
Entremares Magazine

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Vale la pena tomar una frase de la obra clásica del escritor Rómulo Gallegos, Doña Bárbara, y sacarla de contexto para ilustrar el diálogo del pintor venezolano J.C. Pino con su lienzo: “Las cosas vuelven al lugar de donde salieron”. Y es que la obra pictórica de Pino — rica, en color y textura — dialoga con una naturaleza fantástica poblada de flores, mujeres, mitos, seres alados, bestias en permanente huida; todo incrustado en la niebla de la memoria, de los recuerdos de mundos generosos, brillantes y exuberantes como los de su hogar: Venezuela.

Desde ahí, desde ese espacio alquímico y onírico donde todo se transforma, Pino extrae preciosismos y a veces algunos fantasmas. En esta última colección, casi 60 cuadros de varios formatos, Pino experimenta una técnica nueva, el uso de pintura de vidrio que le otorga a cada lienzo un potente juego de luz y fantasía. En tema de soportes y pigmentos, Pino es capaz de lograr una sinfonía de tonos y matices, que van desde colores vibrantes a diáfanos pasteles. Los trazos, en muchos de sus cuadros son indefinidos e inacabados, causando un efecto de derretimiento, como si los recuerdos no se concretaran.

El mundo pictórico de Pino está influenciado por varios maestros, como: Gustav Klimt, Velázquez, Monet, Degas,Tiffany, Trompiz, entre otros, lo cual podemos apreciar en algunas obras, sobre todo en las varias Meninas de espléndidos trajes y rostros abstraídos o enigmáticos. Menina 14, por ejemplo, evoca poderosas emociones de sensualidad, pasión, coquetería.

Hay en la obra de Pino una búsqueda intensa de imágenes que hagan de puentes entre el paisaje árido y agreste de Utah y aquel del sur septentrional y caribeño de su primer hogar. Búsqueda necesaria para recuperar memorias, transformarlas y  plasmarlas sobre un lienzo.

jcpinoJuan Carlos Pino (Venezuela, 1963). J.C. Pino, como se lo conoce, reside en Salt Lake City, Utah. Tiene una maestría en administración y publicidad. Ha expuesto en varias ciudades norteamericanas y la mayoría de sus obras están en colecciones privadas.

John K. Lawson: De las ruinas, un renacer

Después de que el huracán Katrina devastase su hogar y su obra, el pintor británico le da nueva vida a los vestigios.

por Betty Aguirre-Maier
Entremares Magazine

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En agosto de 2005, el huracán Katrina arrasó con la ciudad de Nueva Orleans, dejando bajo dos metros de agua y durante seis semanas la casa y el estudio del artista británico John K. Lawson. Este acontecimiento trágico cambió su vida, marcando un antes y un después cargado de optimismo por la vida y el arte.

Lawson creció en la Inglaterra rural en donde vio ir y venir a gitanos y vagabundos que se detenían en la casa familiar para intercambiar trabajo por comida y algo de calor. En ellos descubrió y se fascinó por las texturas de su piel desgastada a la intemperie y la rústica, pero a la vez fascinante, confección de sus trajes. De ellos aprendió su sentido de espacio y lugar y su pensamiento nomádico de poseer muy poco. Todo aquello tendría un enorme efecto en su vida, como cuando tomó la decisión de mudarse a Estados Unidos a una de las ciudades más diversas del país, la sureña Nueva Orleans, heredera de tradiciones francesas y afroamericanas, en donde confluyen saberes, signos y subjetividades. O cuando más tarde y con muy poco o casi nada, debió rehacer su vida y continuar su arte en lugares completamente diferentes.
Antes del huracán Katrina, Lawson era conocido, entre otras cosas, por su laborioso trabajo de cuentas de colores recicladas de collares usados durante la celebración de Mardi Gras. Después de cada celebración carnavalesca, mientras Nueva Orleans dormía, Lawson salía a St. Charles Avenue a recogerlas, reciclarlas y luego usarlas, para crear con ellas extraordinarios objetos de arte; entre ellos impresionantes pianos completamente cubiertos con ellas. En medio de su belleza estética, estos objetos están poblados de símbolos y de temas de connotación política, social y económica.
Después del huracán, Lawson se mudó al norte del país, en donde alterna entre la vida metropolitana de Nueva York y la vida rural de su casa de campo en Massachusetts, iniciando así una nueva etapa, un recolectar de memorias, de personajes y de situaciones, que se plasman en los collages que aquí se publican.
Durante los últimos cinco años, Lawson ha invertido tiempo y material en estas obras. Cada una de ellas está envuelta en un aura casi mística, de santos y patronos, empapada de vibrante energía, de detalles bellamente intrincados. Papel pintado, recortes de periódicos, revistas, catálogos, etc., son el material fundamental para dar vida a personajes casi tridimensionales que se transforman, aparecen y desaparecen en este juego fragmentario de formas y colores en constante movimiento.
Personajes del mundo del jazz como Ella Fitzgerald, John Coltrane y Charlie Parker parecen surgir del fondo de una interminable fiesta, de un perpetuo carnaval que celebra la vida. Otros personajes, como los que aparecen en la colección “Life”, nos presentan a seres extraordinarios que parecieran estar en cualquier esquina o rincón de Nueva Orleans, Nueva York o Londres, ahi, en donde la mirada se posa y los demás sentidos se regocijan.

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JL PhotoJohn K. Lawson (Birmingham, England, 1962). Creció en la campiña inglesa hasta que su familia se mudó a Londres. Estudió en Louisiana State University. Absorto en la cultura del sur de los Estados Unidos, pronto pasó a formar parte de la escena undergorund de Nueva Orleans, trabajando en varios campos como el tatuaje y el grafiti. Llegó a ser muy conocido por su trabajo artístico con cuentas recicladas que recogía después de las frenéticas noches de Mardi Gras en el French Quarter. Después del huracán Katrina, en el que perdió su casa y su estudio, se mudó al norte del país en donde continúa trabajando. Ha ganado entre otros el premio Pollack Krasner Foundation.

John K. Lawson: From the ruins, a rebirth

After Hurricane Katrina destroyed his home and work, the British artist gives new life to the remains of a devastated city.

By Betty Aguirre-Maier
Entremares Magazine

Para leer esta historia en Español, hacer clic aquí

In August of 2005, Hurricane Katrina pummeled New Orleans, leaving John K. Lawson’s house and studio under nearly 10 feet of water for six weeks. The storm changed the British artist’s life, setting a before and after nonetheless infused with optimism for art and life.

Lawson grew up in the English countryside, where he came into contact with gypsies and transients who came to his home looking for work or food. Their skin, weathered by countless wandering days, and the texture and craftsmanship of their intricate clothing fascinated his young, artistic eye. From them, he acquired a unique sense of place and space, and a nomadic mindset. This, as he would later learn, had a profound effect on his life: his decision to move to the Deep South, to New Orleans, a true melting pot of French and African-American heritage, and how years later a catastrophic storm would force him to rebuild his life and move again.

Before Katrina, Lawson was known for his intricate works using discarded Mardi Gras beads. At night, when the carnivalesque exuberance waned and the city slept, Lawson would wander down St. Charles Avenue and collect the beads, which became the building blocks of extraordinary art pieces, such as a piano completely covered by the colorful beads. But beyond their aesthetic beauty, these pieces are charged with political and social commentary.

After Katrina, Lawson moved north, where he divides his time between the cityspace of New York and the rural life in his home in Massachusetts. Here, he begins a new chapter filled with new memories, characters and life, the product of which are published here.

These pieces, which Lawson has spent the past five years working on, are enveloped in a mystic aura, impregnated with energy and intricate details. Painted paper, newspaper, magazine and catalogue clippings are the raw materials that Lawson employs to construct characters that appear and disappear in a fragmentary play of color and form. Iconic figures of the jazz scene such as Ella Fitzgerald, John Coltrane and Charlie Parker seem to emerge from the stupor of an endless party, of a perpetual carnival that celebrates life. The spectator can’t help but feast on the colors, the constant movement, and surrender to Lawson’s call to life.

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JL PhotoJohn K. Lawson (Birmingham, England, 1962). Lawson first came to United States on a student exchange program to Louisiana State University. Lawson was drawn to the Deep South and became part of an underground art culture in New Orleans that included working in tattoo, T-shirt, and graffiti murals. Lawson became known for his unique drawing style and creations using recycled Mardi Gras beads. In 2005 Lawson’s home and studio were destroyed during Hurricane Katrina. He spent several years reworking his flood-damaged pieces. This gained the attention of several New York galleries and awards including the Pollack Krasner Foundation. In 2009, Lawson began working on a series of large scale figurative collage work. Some of these are currently on view in New York at MZUrban Art. Lawson divides his time between New Orleans and New York City, where he lives with his wife, and son, Sebastian. To learn more about the artist, please follow this link.

Raíces de ciudad

El pintor ecuatoriano Marco Martínez Espinoza le rinde un homenaje a la ciudad serrana de Cuenca.

HOMENAJE A CUENCA

Cuando por primera vez llegué a esta ciudad me conmovieron las montañas que la abrazan, los ríos que la bañan y el paisaje urbano con sus templos así como sus antiguas y hermosas casas. Hoy es una urbe en constante crecimiento a la cual rindo mi imperecedero homenaje de cariño y gratitud.

~ Marco Martínez Espinoza

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Lo que dicen los críticos…

Alexandra Kennedy Troya > Historiadora de arte y catedrática de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador

La visión de Marco Martínez Espinoza —sus ojos y pinceles— se adentra extasiada y tímidamente por los hiucundos, la densa selva o los enloquecidos ríos serpenteantes. Sigue una tradición de muchos siglos, sigue lo que llamo la cadena generacional. Sin saltarse ni un solo paso, imaginó el paisaje como lo habían hecho en su momento Troya o, actualmente, el cubano Tomás Sánchez. No dejó de entrenarse en él, de regodearse en él. Mas el pincel, el lápiz o la mano siguen los rasgos que los ojos miran, que el intelecto sugiere o que el alma percibe. Y hay impactos en la vida que le hacen a uno fijarse, posicionarse en una nueva constelación. Martínez empezó a observar con su hijo Juan Pablo una región poco explorada por artistas e ilustradores: el bosque seco, el claro cielo, la brillantez del tronco sin una hoja, el copo de una lana que nace del ceibo y vuela enloquecido sin rumbo alguno.

Inés M. Flores > Historiadora de arte

En esta muestra, el maestro Marco Martínez Espinoza nos permite, al menos imaginariamente, apartarnos por un momento del tráfago citadino de una urbe donde la modernidad, de manera avasalladora, se ha impuesto sobre el tranquilo decurso de las horas de un pretérito cercano.

El arte de Martínez se nutre, en gran medida, del conocimiento científico de la vegetación de nuestra geografía, y entonces aparecen las flores y los animales, como para ilustrar unos catálogos de botánica y de zoología. Pero no es solamente el conocimiento del tema el que guía la mano de este artista, sino el amor al mundo vegetal y a los vertebrados e invertebrados que pululan en sus lienzos.

Jorge Dávila Vásquez > Escritor y crítico de arte

Esta muestra es no solo la evidencia mayor de la maestría a la que Marco Martínez Espinoza ha llegado, en cuanto al uso del color, a la flexibilidad compositiva, a la capacidad de evocar la realidad representada, con un poder creativo que asombra, conmueve, encanta, sino también una especie de vasto poema a la Pachamama, esa tierra madre que abraza la ciudad, con sus ríos, sus montañas, las piedras que brotan de su entraña, las nieblas y las nubes que la sobrevuelan, como aves legendarias.

Rodrigo Villacís Molina >  Crítico de arte y literatura, periodista y catedrático universitario

Martínez se da a conocer, en principio, por su dominio de la acuarela, técnica a la que él dedicara mucho estudio y práctica, fascinado por las posibilidades que ofrecen esos delicados pigmentos. En su obra, que adopta como tema el bosque húmedo, aparecen formas neofigurativas, a veces explícitas y otras mimetizadas con hojas, troncos, ramas; pero siempre con una disimulada carga erótica. Después el pintor descubre, al sur del país, el bosque seco, con los ceibos, que simulan cuerpos humanos y el abrazo amoroso de la pareja. La búsqueda de nuevos materiales le lleva a ensayar una mezcla de óleos, acrílicos y tintas, convirtiéndose en un aprendiz de alquimista, que al cabo de innumerables experimentos consigue lo que buscaba: la mezcla adecuada para alcanzar lo que yo llamo “texturas virtuales”, porque no responden al tacto, pero producen un efecto visual de asperezas y relieves. Es una técnica desarrollada por Martínez, que ciertamente constituye un aporte al oficio de pintar.

Autoretrato de Marco MartínezMarco Martínez (Ecuador, 1953) se graduó de arquitecto en la Universidad de Cuenca en 1977. Desde 1986 participa en exposiciones colectivas y en salones de pintura en el país. Su pintura vinculada con la naturaleza empieza con la exposición “Homenaje al Bosque Tropical” en 1994. Con la Exposición Itinerante “Equator and its natural environment”, en la Organización de Estados Americanos, Washington, D.C., Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, Ginebra, Suiza, y Unión Postal Universal, Berna, Suiza, en 1998, inicia su etapa de exposiciones internacionales que lo han llevado a Estados Unidos, Francia, Suiza y Gran Bretaña. Actualmente trabaja e investiga sobre nuevas técnicas en su taller en Cuenca, Ecuador.

Troy Henriksen – Un americano en París

La obra pictórica de Henriksen devela sus raíces y una cultura que dialoga desde los símbolos, los iconos, la lengua misma.

por Betty Aguirre-Maier
Entremares Magazine

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El arte de Troy Henriksen encontró su lugar en París hace 15 años. Como cualquier otro artista que llega a la Ciudad de la Luz, cargado de una paleta, colores y muy poco en el bolsillo, Henriksen pintó en la calle, las esquinas y a orillas del río Sena, inspirado siempre por la vida misma, los sucesos diarios, el 9/11, la guerra en Irak.
La historia de vida de Henriksen no es una historia común. Después de dejar la escuela a los 15 años, de dedicarse a pescador, del tumulto de las drogas y la depresión, Henriksen se desplazó al mundo del arte. Así y allí descubrió Francia.

En 1998 compró un boleto a París — sin retorno. Allí fue descubierto por Eric Landau, dueño de Galerie W, localizada en el bohemio barrio de Montmartre. De la mano de Landau, Henriksen se dio a conocer en los círculos parisinos.

El arte de Henriksen podría ser calificado como neo expresionista, apegado a la corriente del Bad Painting de los años 70, que buscaba distanciarse del arte convencional. No es extraño que al mirar las obras de Henriksen por primera vez, nos venga a la memoria las pinturas de Jean-Michel Basquiat. Sin embargo, Henriksen ha construido su propio estilo: optimista e ingenuo, profundo y contestatario, repleto de realidades, recuerdos, alegorías y sobre todo, color. Colores brillantes que denotan su pasión por la vida y el arte, su propia manera de interpretar lo ordinario, lo cotidiano, la ciudad, la gente y sus relaciones.

Muchas de sus pinturas develan sus raíces y su cultura; una cultura que dialoga desde los símbolos, los iconos, la lengua misma. Lo oscuro, trágico o violento, Henriksen lo embellece con luz y color, y un lenguaje poblado de acertijos, deconstruido, personal y no tan personal, inscrito en la memoria colectiva.

Por ejemplo, Marilyn Monroe, el icono y símbolo sexual de una época, es reapropiado para inscribir sobre ella los deseos y fantasías de varias generaciones, otorgando a su imagen, intimidad y cercanía. También, podríamos recrearnos en otra obra tomada de La Venus del Espejo, de Diego Velázquez, que Henriksen ha llamado simplemente Venus. Color, collage, graffiti, símbolos pop, alegorías, todo un juego que sorprende por su aparente ingenuidad pero que en realidad postula la reapropiación de lo clásico, lo canónico, para traducirlo a un espacio más dinámico y contemporáneo.

Otras obras como las de los beisboleros o comics, nos revelan la espontaneidad de Henriksen, absorta de cualquier rigidez en el tema o en el trazo. Obras que muestran optimismo, sarcasmo, humor, pasión y a la vez, la rendición del artista a una ciudad que lo adoptó y le abrió las puertas, pero sin haber renunciado a sus raíces: un americano en París.

Troy HTroy Henriksen (Massachusetts 1968). Pintor y músico, reside en París. Hijo de inmigrantes noruegos, a los 15 años se convirtió en pescador y trabajó junto a su padre, capitán de barco, por varios años. A los 27 se inició en el arte como autodidacta. Desde entonces, desde Boston hasta su llegada a París en 1998 no ha dejado de pintar. Ha expuesto en los Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Alemania, Luxemburgo, Holanda e Inglaterra. Es artista permanente de la Galleria W en París. http://www.galeriew.com/

Troy Henriksen – Un American à Paris.

L’ œuvre picturale de Henriksen révèle ses racines d’origine et une culture qui dialogue et s’entrevoit  à travers les symboles, les icones et le langage.

Par Betty Aguirre-Maier
EntreMares Magazine

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L’art de Troy Henriksen a trouvé sa voie a Paris il y une quinzaine d’années. Comme tout  autre artiste qui arrive a la ville des lumières, muni d’une palette de couleurs et très peu d’argent en poche, Henriksen a peint aux coins des rues et sur les bords de la Seine. Il s’est toujours inspiré de la vie elle même, de son quotidien, du 9/11, de la guerre en Irak.

Cependant l’histoire de la vie de Henriksen n’est pas une histoire de tous les jours. Après avoir quitté l’école à l’âge de quinze ans, afin de se dédier à la pêche, au tumulte de la drogue et à la dépression, Henriksen s’est tourné vers le monde des Arts. Et c’est ainsi qu’il a découvert la France.

En 1998, il s’est acheté un billet d’avion, sans retour, destination Paris. Là-bas, il  a été découvert par Eric Landau, le propriétaire de la galerie W, au cœur du quartier bohémien de Montmartre. Sous l’influence de Landau, Henriksen a pu s’immiscer dans le cercle artistique parisien.

L’Art de Henriksen peut être qualifié de néo expressionniste, un terme donné au Bad Painting des années 70, qui s’efforçait de s’éloigner de l’art conventionnel. Il n’est donc pas étrange qu’à la vue des toiles de Henriksen viennent à l’esprit les œuvres de Jean-Michel Basquiat. Cependant, Henriksen a créé son propre style : optimiste et ingénu, profond et contestataire, replet de réalités, de souvenirs, d’allégories et surtout de couleurs. Des couleurs brillantes qui reflètent sa passion pour la vie et l’art, sa façon très personnelle d’interpréter l’ordinaire, le quotidien, la ville, les gens et leurs relations.

Beaucoup de ses toiles révèlent ses racines et sa culture; une culture qui dialogue et qui s’entrevoit a travers les symboles, les icones et le langage. Tout ce qui est obscure, tragique ou violent, Henriksen l’embellit avec de la lumière et de la couleur et avec un langage peuplé d’énigmes, déconstruit, à la fois  personnel et impersonnel, inscrit dans la mémoire collective.

Par exemple, Marylin Monroe, le symbole sexuel d’une certaine époque est réapproprié afin de pouvoir réinscrire en cet être iconique les désirs et les fantaisies de plusieurs générations,  donnant ainsi à son image une certaine intimité et proximité. De même, nous pourrions nous retrouver dans une autre de ses œuvres inspirées de la Venus au miroir de Diego Velásquez que Henriksen a tout simplement nommée, Venus. Couleur, collage, graffiti, symboles pop, allégories, tout un jeu qui surprend par son apparente ingénuité mais qui en réalité postule la réappropriation du classique, du canonique afin de pouvoir le traduire dans un univers plus dynamique et contemporain.

D’autres œuvres, comme celles basées sur les joueurs de baseball ou les bandes dessinées,  révèlent la spontanéité de Henriksen, dépourvues de toute rigidité que ce soit dans le thème ou dans le coup de pinceau. Des œuvres qui exsudent d’optimisme, de sarcasme, d’humour et de passion et qui parlent en même temps de la ville qui a ouvert ses portes à l’artiste. Cette ville qui l’a adopté et qu’il dépeint sans tout autant avoir renoncé complètement à ses racines d’origine : un américain à Paris.

Traduit par Aurora Kaiser.

Troy HTroy Henriksen (Massachusetts 1968). est un  peintre et musicien qui vit à Paris. Fils d’immigrants norvégiens, à l’âge de 15 ans, il devient pêcheur et travaille au côté de son père, capitaine de bateau, pendant plusieurs années. A l’âge de 27 ans il s’initie à l’art en tant qu’autodidacte. Dès lors et depuis son arrivée à Paris en 1998, il n’arrête plus de peindre. Il a fait de nombreuses expositions, notamment aux Etats-Unis, en France, en Angleterre, en Allemagne, au Luxembourg, en Hollande et en Angleterre. C’est un artiste dont les œuvres sont en exposition permanente à la Galerie W à Paris. http://www.galeriew.com/

Marcelo Aguirre: Con los ancestros, una experiencia espiritual

En su más reciente colección, el pintor explora la memoria, su relación con los animales y el proceso de simplificación.

por Bettty Aguirre-Maier
Entremares Magazine

‘Los ancestros’

Cuando buscamos a los ancestros, ellos nos encuentran.
Surgen de lo puro e intemporal
a través de un círculo gigante de azul ultramarino
que representa el viaje sensible “más allá del mar”,
metáfora del más allá de la materialidad.
Aparecen en el autorretrato en pose de inmersión:
el retorno a la concepción en el vientre de la madre
como un ejercicio de reminiscencia.
Emergen de relatos originarios:
el lagarto, el curiquingue, el gallinazo real, y
se transforman en referentes autobiográficos.

— Ana Rodríguez

Este periodo pictórico de Marcelo Aguirre, en que produjo una colección de 16 obras entre pinturas, dibujos y tintas, explora la memoria del artista, su relación con los animales y el proceso de simplificación. “Cocodrilo”, una de sus obras, viene de una experiencia chamánica que Aguirre tuvo con la bebida alucinógena ayahuasca durante un periodo de búsqueda interior. El cocodrilo, símbolo dual, representa la abundancia —donde hay cocodrilos hay peces— y un ámbito de oscuridad. Desde la plástica, Aguirre propone el círculo como elemento de origen y la idea de simplificar hasta llegar al color puro, como el azul ultramarino; inclusive los dibujos son ejecutados de manera realista en busca de la simplificación. A esto se añade la experimentación con el uso de un material hecho de lava para pintar animales, ya que el artista considera que “el material debe entrar en diálogo con lo que estás diciendo”, según afirmó en una entrevista con el periódico Hoy.

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Marcelo Aguirre Foto1Marcelo Aguirre (1956, Quito, Ecuador). Desde 1979, Aguirre ha trabajado como artista independiente: realiza exposiciones tanto individuales como colectivas dentro y fuera de Ecuador. Ha sido invitado a las bienales de arte en La Habana, São Paulo, Cuenca, y a la Feria Arco de España. Recibió el Premio Marco, premio único, Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey, México, 1995; Premio Salón de Julio, Guayaquil, 1995, entre otros. Desde 1987 se dedica a la docencia. En 2000 fue miembro fundador del Colegio de Artes Contemporáneas de la Universidad San Francisco de Quito. En 2010 actuó en la película “El pescador” de Sebastián Cordero. Actualmente es coordinador de Arte Actual FLACSO y es profesor en la Universidad San Francisco. Puede contactarse con el artista a través del correo electrónico: anandamar56@yahoo.com.mx

J. C. Pino: Fantastic Nature

The Venezuelan artist believes in the restorative power of art, its mystical power and humanistic mission.

by Betty Aguirre-Maier
Entremares Magazine

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It’s worth taking a phrase from the novel “Doña Barbara” by Rómulo Gallegos to illustrate the dialogue of the Venezuelan painter JC Pino with his canvas: «Things are back to the place of departure.» And the paintings of Pino — rich in color and texture — speak of a fantastic world populated by nature, women, myth, winged beings, and beasts on the run. They are all embedded in the mist of memory, memories of generous, bright and lush worlds like his home: Venezuela.

From here, from this alchemical, dreamlike space where everything changes, Pino extracts preciousness and sometimes ghosts. In his latest collection, composed of nearly 60 paintings of various formats, Pino experiments with a new technique: the use of glass painting, which gives each canvas a powerful play of light and fantasy.

The subject of media and pigments, Pino is able to achieve a symphony of shades and hues, ranging from airy pastels to vibrant colors. The brush strokes in many of his paintings are undefined and unfinished, causing a melting effect as if the memories do not materialize.

Pino’s pictorial world is influenced by several masters, such as Gustav Klimt, Velázquez, Monet, Degas, Tiffany, Trompiz, among others, which can be seen in some works, especially in the various splendid Meninas costumes and their abstract or enigmatic faces. Menina 14, for example, evokes powerful emotions of sensuality, passion and flirtation.

There is in the work of Pino an intense search for images that bridge the arid and rugged landscape of northern Utah and that of his Southern and Caribbean homeland — a necessary search to recover memories, and transform and translate them onto a canvas.

jcpinoJuan Carlos Pino (Venezuela, 1963). J.C. Pino, como se lo conoce, reside en Salt Lake City, Utah. Tiene una maestría en administración y publicidad. Ha expuesto en varias ciudades norteamericanas y la mayoría de sus obras están en colecciones privadas.